oy, a los tres años del bicentenario de Xavier Mina Larrea, muerto con 28 años el 11 de noviembre de 1817 a manos de los partidarios del poder monárquico -absoluto, teocrático e imperialista- cumpliendo las órdenes del rey de España, Fernando VII, es oportuno reflexionar sobre las libertades en Navarra. El pensamiento de Mina nos ha llegado tanto por sus propios escritos, correspondencia y proclamas, como por la abundante información archivística y bibliográfica que ha quedado sobre su persona y obra.

La progresiva institucionalización de las libertades y de los derechos, durante la Edad

Moderna del viejo continente, siguió su paulatino avance mediante la consolidación en el siglo XVI de las primeras repúblicas monarcómacas en dos estados europeos, Navarra y los Países Bajos; así como el del parlamentarismo británico del siglo XVII y la conversión de los Estados Generales de Francia en la Asamblea Nacional francesa en 1789. En Navarra, con su sistema jurídico estatal y constitucional existente hasta 1841, funcionaban también en tiempos de Mina instituciones vitales de la administración pública, entre otras, en los campos de la educación: escuelas de primeras letras y estudio general de gramática; la sanidad con el Hospital General; la beneficencia pública de la Casa de Misericordia con su fábrica textil y demás anexos; a pesar de la conquista y ocupación española desde 1512, aunque no sin la existencia de impedimentos que para su desarrollo se pusieron siempre a través de dicho poder impuesto, el virreinal y el de su jerarquía eclesiástica.

Ese fue el estadio jurídico-político y social vivido por Mina, desde su nacimiento en

Otano, y durante su formación en Pamplona de Primeras Letras y del Estudió General hasta 1807. Tanto él como los profesores y condiscípulos estuvieron formados en los principios de la Ilustración, de la igualdad, la libertad, y de los derechos del hombre y del ciudadano, al tiempo que se les instruía en la historia de Navarra, así como en nociones de la preparación militar, ya programada en las Cortes de Navarra con motivo de la guerra de la Convención, e impartidas por antiguos oficiales de la misma ya retirados. El joven Xavier sobresalió entre los ilustrados y estudiantes de Pamplona, algunos de los cuales pasaron, dos años después, a estar a sus ordenes como voluntarios, tanto de soldados como de oficiales. Eso sí, con la particularidad de que ya ni él ni los oficiales eran aristócratas, como lo debían ser en el siglo anterior. Al no permitir la Corona española continuar los estudios universitarios en Pamplona, tuvo que dirigirse a la universidad de Zaragoza. En 1808 encabezó la toma del rectorado de dicha universidad por los estudiantes que arrojaron el retrato de Godoy. Fue luego el primer comandante general de las guerrillas de Navarra contra el ejército de Napoleón (1809-1810), base de uno de los cuerpos militares más eficaces de la época en Europa, la División del Reino de Navarra; durante cuatro años fue preso político de Napoleón en París; luego organizó el pronunciamiento antiabsolutista de Pamplona en 1814, y después fue general jefe de la División Auxiliar de la República de México y jefe de los ejércitos de la misma.

Las tensiones sociales sufridas por los labradores, que eran la mayor parte de la población navarra, influyeron directamente en el conflicto político-económico que había estado soterrado, pero muy vivo en el seno de la sociedad navarra. Así es que, en el cambio del siglo del XVIII al XIX, explota frente a las manos muertas que los parasitan, tanto eclesiásticas como aristocráticas, y que en aquella época son fuertemente cuestionadas a nivel continental europeo, como queda reflejado en los cambios que se produjeron, desencadenados por la Revolución Francesa, al eliminar las encomiendas de las órdenes militares, diezmos, primicias, pechas y censos; la Iglesia de Navarra con sus pertenencias, al poco del inicio de la conquista de 1512, y ya sobre todo a partir de 1523, no sin fuerte resistencia de la mayoría de la misma, había sido apropiada a la fuerza, y contra todo derecho, por la española, siendo esta última la que sostuvo sus privilegios políticos y económicos, así como su pretensión de hacerse con el control completo y el monopolio de servicios públicos clave en los campos educativos, sanitarios y de beneficencia. En Navarra, las guerras desencadenadas en los últimos doscientos años, aunque llamadas civiles, fueron todas causadas -por las conspiraciones de sectores ideológicos de la Iglesia y de la aristocracia española- mediante golpes militares, con sus paramilitares respectivos, que pretendían hacerse con el poder por las armas e imponer desde allí una teocrática e inexistente sociedad idílica, sobre todo para garantizar sus intereses privilegiados que creían en peligro.

Es en esta larga tesitura -ideológica y política- concreta, donde surgió el golpismo violento, de motivación y pensamiento, pro monarquía católica universal española, pro inquisición, reivindicador de los privilegios y monopolios, antilibertades, antiderechos humanos, antiigualitario, antiilustrado y antiliberal, organizado desde los abusivos privilegios políticos y económicos de los partidos aristocrático y eclesiástico, realistas y carlistas, que se implementa por los primeros ya en 1814, continuando su praxis de subversión para conseguir imponer su desorden absoluto, que culminaba siempre en guerras de consecuencias brutales, especialmente para el pueblo, hasta que por fin consiguieron su desoladora victoria de hace más de ochenta años, después de ciento tres años de haberlo intentado infructuosamente, llevada a cabo por el genocida golpe, militar-carlista-falangista, de 1936. De ahí que previsoramente surgiera el ya citado intento de Pamplona del 25 de septiembre de 1814, el primer movimiento defensivo, que fue protagonizado por la mayor parte de la División del Reino de Navarra, de cuya dirección formaban parte Xavier Mina, Francisco Espoz, José Gorriz, Juan José Cruchaga y otros muchos, para hacer frente al golpe absolutista y antinavarro, provocado por Fernando VII, y encabezado en Pamplona por el virrey fernandino conde de Ezpeleta.

La manipulación posterior de estos hechos llegó al cenit del cinismo en el agradecimiento que hizo el golpista conde de Rodezno, con motivo del gamberro nombramiento que le hicieron sus correligionarios genocidas, el 16 de julio de 1939, de hijo predilecto de Navarra por su contribución al Glorioso Alzamiento Nacional, donde dijo, entre otras cosas, que: "Navarra en la Guerra de la Independencia no limitándose a su solar...", queriendo con ello hacer una forzada digresión al pretender equiparar a las brigadas sublevadas por los golpistas en la Navarra de 1936, con la fuerza militar de La División del Reino de Navarra de 1809 a 1814 -organizada en aplicación de lo previsto la década anterior por las Cortes de Navarra en la Guerra de la Convención- y que combatió al ejército napoleónico en los territorios de la Navarra entera, desde Bizkaia al Pallars, pero que en absoluto marchó contra las instituciones propias y la sociedad de Navarra como lo hicieron los de 1936, sino contra el felón Napoleón.

Las tensiones sociales sufridas por los labradores, que eran la mayor parte de la población navarra, influyeron en el conflicto político-económico que había estado soterrado, pero muy vivo en el seno de la sociedad navarra