ecir que Estados Unidos pasó "el peor momento de su historia" cuando miles de personas asaltaron el Capitolio, es un juicio de valor de ponerse a la tremenda sin conocer o recordar algunos episodios que han ido pasando durante los últimos 150 años. Sin memoria no hay perspectiva histórica para enmarcar la realidad actual. Lo peor es lo que hay debajo de este signo en forma de asalto capitolino, como luego veremos.

Ha sido un episodio vergonzoso y peligroso, pero no ha sido el peor en la historia yanqui por grande que haya sido el estupor causado en el mundo, que haya podido abrir los ojos a tanto papanatas que ve a Estados Unidos poco menos que la representación del jardín del Edén antes de la serpiente. A lo mejor tienen que mirar los escaparates de los demás porque no están satisfechos con ellos mismos ni con la realidad que disfrutan aquí, parte de la cual ni en sueños pueden disfrutar muchísimos norteamericanos, incluidos los millones de pobres que son la pesadilla del sueño americano.

Pero a lo que iba, en Estados Unidos se han producido hechos de mayor gravedad que el asalto al Capitolio. Sin ir más lejos, fueron asesinados cuatro presidentes: Abraham Lincoln (1865), James A. Garfield (1881), William McKinley (1901) y John F. Kennedy (1963). A los que hay que añadir el asesinato del senador Robert F. Kennedy, hermano de John Kennedy (1968), en su intento de obtener la nominación demócrata para la presidencia estadounidense.

Algunos no se acuerdan de que los japoneses dejaron hecha unos zorros la base militar norteamericana de Pearl Harbour (1941), algo difícil de superar para cualquier país. O la guerra de Vietnam, una de las derrotas más amargas que dejó secuelas profundas después de 40 años de guerra en la que David venció a Goliat con el recuerdo de 58.000 soldados estadounidenses muertos y otros muchos miles con secuelas.

Otro momento crítico, sin contar la llamada guerra fría, fue el atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono. El 11 de septiembre de 2001 todo pudo saltar por los aires, pero Estados Unidos logró superar el trance y se tomaron su cumplida venganza alimentando la escalada militar que tan pingües beneficios les reporta a su PIB. Su despliegue en Oriente Próximo laminó la zona, literalmente, con decenas de miles de muertos civiles en el resultado final, so pretexto de armas de destrucción masiva que se demostró eran inexistentes.

Y para momento delicado en Estados Unidos, los cuatro años de la Guerra de Secesión en aquel país incipiente, con un fondo racial espantoso que aún perdura en el supremacismo blanco, presente también en el asalto al Capitolio con bastantes banderas de la Confederación sudista ondeando sin recato y aparente permisividad.

De vuelta al presente, los norteamericanos han tenido la mala experiencia de soportar durante cuatro años a un arrogante egocéntrico en la presidencia. Pero lo más grave es que Trump solo es el exponente de una realidad social arraigada, y que erradicarla va a ser incluso más difícil de superar que el asesinato de un presidente. Donald Trump logró más de 70 millones de votos, setenta millones de estadounidenses siguiendo desde la simpleza totalitaria a un desequilibrado hasta el mismo infierno si le alientan para ello. Con lo cual, el problema mayor no es este hombre, sino la base social que se siente identificada con él y los apoyos con los que cuenta. El asalto al Capitolio no es el peor momento de la historia estadounidense. Este asalto solo ha puesto en evidencia que las masas se convierten en enemigas del ciudadano gracias a que son abducidas por la estrategia de mentir y manipular, porque puede rivalizar de tú a tú con la de informar y debatir incluso en un país con honda raigambre de respeto a la democracia.

El autogolpe de Estado perpetrado por Trump demuestra que la democracia y la ley han sido utilizadas, durante cuatro años, al servicio perverso de los intereses de una burguesía corrupta y degenerada ¿Qué se puede esperar de semejante masa social al albur de intereses tan bastardos? Pues tiene imitadores en Brasil, Italia, México o España con Vox -y algunos más- que pretende hacer algo parecido.

Todo esto es mucho peor que el asalto en sí, sobre todo cuando tiene mandatarios imitadores con muchos votos fuera de su país, en o España.