o es fácil defender lo obvio. No encuentro argumentos, además de lo ya dicho mil veces, para criticar que matar no es la solución, chantajear y extorsionar no es el camino y amenazar no es el argumento. Y, sin embargo, durante años los terroristas han matado, secuestrado, extorsionado y amenazado.

Ello ha tenido consecuencias. En el plano personal, no alcanzo a imaginar el dolor y sufrimiento que ello ha conllevado a los afectados. Supongo que les dolerá hasta el alma y que, tras años y años de dolor, nadie, absolutamente nadie, ha dado una explicación, racional o no, sobre el porqué. Lo más cercano a ello, el argumento más socorrido, de hecho el único argumento, ha sido: lo tenía que hacer. ¡Es patético!

Conjuntamente con ello, el sentimiento de soledad de las familias ha debido ser torturador. Supongo se sentían como pestilentes en la Edad Media. Ni las instituciones ni el vecindario han tenido una palabra de pésame, de consuelo; más hiel en la herida.

En el plano social, es obligado dar la enhorabuena a los terroristas. Han logrado los dos objetivos que, cabe deducir, se habían propuesto. El silencio de la sociedad ante la barbarie, producto del miedo engrillado; un silencio como de bestia herida que sabe que, antes o después, también a él le llegará el desconsuelo y el insomnio. Conjuntamente, han maquiavelizado la sociedad entre buenos y malos, entre el ellos y el nosotros. Para ello se han valido de la narración, del relato, en una mezcla de emotividad e irracionalidad, manipulando y distorsionando el lenguaje. El juego de suma cero (las dos partes sufrimos), es una falacia. No ha habido dos partes enfrentadas, sino una sufriente y sufridora y la otra arrogante y, con frecuencia, macabra. La socialización del sufrimiento fue el alter ego de la idiocia. Han abierto una sima abisal inter e intrafamiliar que ha descompuesto la convivencia, la cohesión social.

Cuando hablo de terroristas me refiero al canibalismo de ETA. Alguien puede pensar que ya no procede hablar del tema, incluso que es algo anacrónico dado que ya no existe. Pero cuando los terroristas, irredentos e inmisericordes, son agasajados en el pueblo al que llegan una vez cumplida la pena, bailan el aurresku y se les invita con la makila uno visualiza lo que es, pero también lo que fue. Aducir el derecho a la libertad de expresión como justificador de ello es de una arrogancia sonrojante. Sientes que el fanatismo perturbador persiste, que el fin finalista es el motor que justifica los medios disruptivos.

Usar la memoria histórica (y la memoria democrática) para banalizar y justificar el mal es rastrero. Son el supremacismo (trumpiano) y el narcisismo social los motivadores reales de la violencia: la misma metodología con similares resultados. La han sacralizado, convirtiendo a los fanáticos en héroes con una atracción fatal por el mal y con la consecuente eclosión de los huevos de la serpiente. Se ha colaborado con la brutalidad, todos, mediante la equidistancia, la cual ha sido estimulada por los equidislistos. Al igual que Trump, se han autoabsuelto sin ningún sentimiento de irresponsabilidad y en clara diatriba a la ética social.

Las víctimas necesitan ser visibilizadas y humanizadas, personal, social e institucionalmente; deben dejar de ser sombras en la niebla. Ya vale de banalizar el dolor. Y no hablo solo de los muertos asesinados, también de los vivos exiliados y extorsionados.

Perdonen la vanidad, pero les expongo cuál es la solución. No es fácil, pero se debe intentar la triada. Una condición, sine qua non, es el pensar sobre lo vivido, el abrir los ojos y ver, además de mirar. Sabemos que nos van a engañar, pero al menos somos conscientes que nos engañan; debemos sobreponernos a que formateen nuestra mente.

La niebla y la pereza mental no deben impedir ver a los olvidados. Debemos olvidar el bonapartismo autoritario y cruzar el Rubicón, abandonando la superchería de la ignorancia; abrir la ventana a la luz y a la esperanza y cerrarla al sadismo y a los hechiceros furiosos.

El saludar, el buenos días es el otro componente de la triada; beben de las mismas fuentes y consumen el mismo menú. Ya basta de miradas a cara de perro con colmillo batiente.

Abandonar la violencia con dignidad implica diálogo. Debe ser difícil reconocer que años y años de ceguera y sordera, de agnosia social, han finalizado. Algunos han sobreseído el olvido, dando paso a meditar, reconsiderando lo hecho y actuando en consecuencia.

Otros no son tan valientes, pero sus familias también sufren. El diálogo interfamiliar es el tercer componente de la triada; tienen más cosas en común que aquello que les separa: el dolor y sufrimiento es el nexo de unión. En muchos casos ambos han perdido (y no es una metáfora) un hijo, un padre. Unos y otros necesitan mirarse y hablar, sin trabas, sin alardeos, sin directrices dogmáticas.

Y las instituciones políticas y religiosas exigir, a quien corresponda (ellas mismas), dignificar la memoria y conocer la verdad.

El tiempo no cura nada y el conocimiento nos hace responsables.

Necesitamos pasar de la distopía más negacionista y furiosa a la utopía más bizarra.

El autor es miembro de la Asociación Gogoan