frontar las consecuencias de la violencia es algo tan necesario como antipático. A nadie le gusta que le recuerden que aquí ETA asesinó a 850 personas por pensar diferente, tener una profesión concreta, o simplemente por no entrar en el grupo de los aceptados.

El olvido, y algo sabemos de ello en este país, siempre es una ruina. Porque oculta y margina hechos relevantes, pero también porque construye un estado irreal de superación. De esa forma, las heridas se quedan sin cerrar y sobreviven como si fueran un testigo doloroso y nos recuerdan permanentemente que pudimos abordar las cosas de otra forma y no quisimos hacerlo.

En un seminario organizado por la Fundación Fernando Buesa en 2014, Imanol Zubero dijo que "no hemos agotado aún el tiempo del duelo, no estamos aún en el tiempo de la reconciliación". Por eso, contar las barbaridades que sucedieron fortalece los mecanismos sociales de prevención de la violencia, porque en esas sombras aparece lo duro de la violencia. Todavía es la hora del testimonio.

Precisamente por eso sería esperable que quienes han ejercido la violencia, o han ayudado a ejercerla, contribuyeran a tejer una red de memoria con la vocación de construir otro espíritu de época, que diría Ortega y Gasset.

Por eso es necesario no caer en la trampa de la teoría del empate, o en la inflación victimista por la cual se suman víctimas en un listado forzado para dar la sensación de que aquí hubo dos bandos que se agredieron con la misma intensidad y la misma fuerza. Y no, la existencia de la violencia del Estado o de grupos ultras no puede usarse para contraponer o compensar la violencia cruel e implacable que ejerció ETA contra miles de personas a las que condenó al miedo y, en 850 ocasiones, a la tumba.

Sin duda, el olvido puede aparecer de muchas maneras, pero una de las formas más peligrosas es la que pone en marcha distintos relatos para que unos neutralicen a otros. Encarar la memoria con una calculadora para sumar víctimas no es hacer memoria, es tratar de consolidar el paradigma del empate. Esa inflación de víctimas no tiene la voluntad de hacer justicia o aclarar sucesos, sino la de modificar el pasado. No se da en ese caso lo que Todorov define como uso "ejemplar de la memoria", porque se cuenta como víctima gente que murió por causas naturales o se inflan listados de forma poco rigurosa para justificar la actividad criminal de ETA.

En el caso de quienes han ejercido la violencia, sin duda, resultará tranquilizador decir que "lo que los otros han hecho es peor", pero en realidad esa actitud está construida sobre la incapacidad de abordar bien la reflexión de lo sucedido, pretendiendo así bloquear cualquier reflexión autocrítica.

Sin duda, todas las víctimas, en tanto personas agredidas, deben contar con los mismos derechos a la reparación, la verdad y la justicia. Pero caer en la fórmula de los relatos competitivos es, en realidad, un cierre en falso tan peligroso como el olvido más claro, porque en ese esquema no hay propósito de enmienda sino una intención de bloqueo y empate infinito.

La memoria no puede servir para el bloqueo, al contrario, el potencial subversivo de la memoria se basa en la capacidad que tiene ésta de proyectar al futuro valores conciliadores y pacifistas. La épica no está en hacer daño sino en resistir ante la violencia, y de eso va hoy y aquí la memoria.

El hechizo ante la idea de las dos violencias se ha convertido en una cuestión confortable en un momento en el que deberíamos estar revisando lo hecho. Frente a la colección de fechas y agresiones, la rememoración debe ser crítica y pedagógica. Se trata de evitar lo que Koselleck llama delirio conmemorativo. El relato puede ser la suma de memorias plurales, complejas y dolorosas. Pero equilibrar relatos, por acumulación de daños (reales o forzados), es una forma de cerrar en falso lo sucedido.

Porque desde las posiciones que defendieron la violencia en lugar de ocultar a la víctima de ETA, cosa que ya hoy es difícil, se le encuadra en una supuesta e inevitable consecuencia del conflicto político y la violencia de respuesta. Una fantasía que no solo esconde un fanatismo evidente, sino que encierra una insensibilidad que aterra en este lugar y en este tiempo. Y ése, en definitiva, tal vez sea el más vulgar de los olvidos, porque usa a las víctimas de la violencia policial para emborronar el cuadro de la violencia de ETA.

Dice Sara Buesa, acertada, que "la victimización colectiva en el marco de un conflicto genera confusión, disuelve y desdibuja nuestras realidades y no nos hacen justicia a ninguna víctima".

Si se olvida la parte terapéutica y pedagógica de la memoria, ésta deja de tener sentido porque la memoria nunca puede ser un instrumento para la autojustificación, sino, en todo caso, para la autocrítica.

Poner en circulación esta teoría del empate, sin duda, supone un riesgo porque puede afianzar un estado confuso de superación. La desmemoria también es contar las cosas con un sesgo que no aguanta un mínimo contraste. Evitemos ese modelo de cierre, porque es tan catastrófico como el silencio más atávico.

El autor es miembro de Gogoan-Memoria Digna

Sería esperable que quienes han ejercido la violencia, o han ayudado a ejercerla, contribuyeran a tejer una red de memoria con la vocación de construir otro 'espíritu de época'

La memoria no puede servir para el bloqueo, el potencial subversivo de la memoria se basa en la capacidad que tiene ésta de proyectar al futuro valores conciliadores y pacifistas

¿Le parecía más importante su ego personal que atender las necesidades de miles de personas que buscan cómo acceder a una vivienda?