a pandemia de covid-19 constituye un durísimo trance que nos pone a prueba, y no solo por los problemas de salud y muertes que produce o por el estrés a que somete al sistema sanitario. Es general la sensación de vivir un momento de crisis profunda, de angustia y desconcierto. La pandemia nos ha hecho más conscientes de nuestra fragilidad, de la insostenibilidad de nuestro sistema socioeconómico, de que vivimos en una sociedad enferma. Nos ha hecho más evidentes y también agudizado muchos de los problemas ya existentes en el vigente paradigma socioeconómico capitalista, desarrollista, consumista y competitivo, donde las personas somos solo un recurso económico más. Nos ha mostrado, con los más gruesos trazos, la escandalosa y creciente desigualdad social y económica existente entre países y dentro de los países; la precariedad laboral y la exclusión social; la sobreexplotación de los recursos naturales y el deterioro del medio ambiente; el quebranto de los servicios públicos.

Ni desde la política ni desde la economía se estaban abordando adecuadamente esos problemas y, en estas circunstancias, quienes ya eran más vulnerables por motivos de salud, empleo, economía, residencia y otras circunstancias sociales, han recibido un impacto mucho mayor y han visto agravada su situación. En nuestro entorno han sido especialmente afectadas las personas mayores (sobre todo si vivían en residencias), las afectadas por patologías previas (que predominan en los grupos más desfavorecidos) y las residentes en barrios de rentas bajas. La anterior crisis económica ya supuso una incidencia muy negativa en los servicios públicos (sanitarios, asistenciales, educativos, etcétera) debido al recorte de gasto y de plantillas y, en algunos casos, a una renuncia a gestionar eficazmente desde lo público y a la privatización y mercantilización de servicios. Pese a que se afirme lo contrario, todavía no se potencia lo suficiente la atención primaria, la prevención y la investigación sanitarias. Predomina un enfoque de medicalización y de atención hospitalaria que ha quedado desbordado, la salud mental sigue marginada y el ámbito sociosanitario sigue en pañales.

La destrucción de empleo y la dificultad para encontrar ocupación afecta de nuevo más a jóvenes, mayores de 50 años, mujeres, migrantes. Se agrava la ruptura generacional, se dificulta la conciliación familiar y la atención a las personas mayores y se acelera el individualismo. El confinamiento y el miedo al contagio perjudican las relaciones sociales y agravan el aislamiento. La soledad y las enfermedades mentales corren peligro de crecer exponencialmente. Aunque hemos tomado mayor conciencia de la interdependencia y de la fragilidad humana, de momento no somos capaces de ofrecer soluciones.

Creemos que, en líneas generales, la ciudadanía está tratando de comportarse con responsabilidad, atendiendo a las recomendaciones que recibe de las autoridades. Sin embargo, en ocasiones su conducta no es adecuada por recibir instrucciones contradictorias o poco claras, por fatiga o por las propias dificultades que plantea el desarrollo de la pandemia. La toma de conciencia se ve dificultada por la ausencia de buena información, medios de comunicación responsables, redes sociales con límites, cultura cívica y un debate público de calidad. En ciertos sectores de la población también ha existido una postura incívica y egoísta, poniendo en peligro la salud del resto de la sociedad, y no faltan tampoco comportamientos de intentar pescar en aguas revueltas para sacar tajada económica o política.

Como para muchos de nuestros congéneres, también para nosotros el confinamiento obligado por la pandemia ha sido una ocasión para la reflexión y la introspección. Hemos sentido la necesidad de avivar una espiritualidad de ojos abiertos, que nos ayudara a situarnos honesta y críticamente en nuestra realidad. No nos sentimos mejores que nadie. Reconocemos, más bien, nuestra propia cuota de responsabilidad en lo negativo que oscurece el presente. Tampoco ignoramos las dificultades que entraña el transformarlo, máxime en un contexto de visiones y horizontes diversos y, a menudo, opuestos. Guiados por el magisterio del papa Francisco, en las encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti hemos podido mejorar nuestra percepción sobre las vergüenzas del sistema y la necesidad de una revisión del paradigma neoliberal en que se fundamenta, y que él caracteriza de inhumano e insuficiente. Aunque la pandemia podría actuar como catalizador de un imprescindible cambio, todavía nos hallamos en una típica zona de frontera, de coexistencia de lo nuevo y de lo viejo, lo viejo no acaba de morir y a lo nuevo le cuesta avanzar.

Es profunda la sima existente entre los enunciados políticos y legales y las realidades materiales, sobre todo en el campo de derechos económicos y sociales. La garantía de esos derechos avanza muy lentamente y de forma desigual por el mundo. Las olas migratorias no son sino consecuencia de ello; con frecuencia se deben a la huida a otros países donde vivir mejor, de quienes viven en lugares donde no se cumplen ni los mínimos para asegurar la vida. Se perciben deseos de avance hacia una sociedad más justa y humana, al mismo tiempo hay mucha resistencia al cambio individual de hábitos y formas de vida. Los buenos propósitos de humanización de nuestra sociedad no lograr imponerse a una realidad de deshumanización creciente.

No queremos quedar atrapados en el desaliento. Si bien el mundo está cambiando a un ritmo acelerado, ni la pandemia, ni la crisis económica, ni la climática nos llevan al fin del mundo, aunque sí al fin del mundo que hemos conocido hasta ahora. En nuestra mano está hacer un mundo mejor y ser de los madrugadores que confían en ver el alba de un nuevo modo de ser y de vivir.

En nombre de Solasbide - Pax Romana

Se agrava la ruptura generacional, se dificulta la conciliación familiar y la atención a las personas mayores y se acelera el individualismo

Hemos sentido la necesidad de avivar una espiritualidad de ojos abiertos, que nos ayudara a situarnos honesta y críticamente en nuestra realidad