al y como demuestra Turiel en su libro Petrocalipsis, el coche eléctrico es un artículo de lujo que en el futuro va a estar solo al alcance de unos pocos. Pero el Gobierno de Chivite va a invertir préstamos europeos que luego pagaremos entre toda la gente. Sin aclarar cuestiones básicas sobre la naturaleza misma de ese tipo de vehículos:

La energía de una batería se mide en kW/h, o cuánta energía se carga en una hora, en situación ideal sin pérdidas. Los fabricantes publicitan esa carga sin tener en cuenta las cuestas del terreno, la climatización, la edad de la batería... La diferencia puede ser que te vendan una autonomía de 250 km, que en la realidad se quede en 150 km. Luego están los problemas con la carga. Con una potencia doméstica estándar de 4,4 kW el coche necesitaría 11 horas de carga, sin ningún otro electrodoméstico funcionando. Aun en el caso que utilizaras tu coche para conducir solo 35 km al día, la carga se alargaría hasta dos horas y media, sin poder encender nada en casa. Esto supone que no conduzcas más de esos 35 km, acordarte de cargar, no tener ninguna emergencia durante la carga ni poner la lavadora. En la práctica esto no tiene nada que ver con el coche de gasolina. Pareciera que la solución sería contratar más potencia. Lo cual encarecería mucho la factura de la luz. Todo esto, si tienes garaje. Pero si tu coche duerme en la calle, para cargar los millones de coches que existen haría falta un poste de carga por cada cinco metros de acera. Solo Madrid necesitaría la potencia de todas las centrales nucleares del Estado para recargar todo su parque automovilístico. Esta instalación necesitaría unas obras públicas y una cantidad de energía gigantescas. Pero además de movernos, necesitamos energía para calentarnos, comer, cuidarnos, disfrutar. Después de trabajar todo el día sería necesario encontrar postes de recarga libres, habría vandalismo contra los cables, espabilados que quitarían los cables de tu coche para recargar el suyo en segunda fila. ¿Y el mantenimiento de esa red? ¿Cómo se van a pagar esas cargas? El Gobierno ha hablado de electrolineras o estaciones de carga. Ahora cargamos el depósito en un minuto. Pero de este modo la carga completa costaría dos horas y media. ¿Alguien ha imaginado las colas que se podrían formar con la misma cantidad de coches que la que ahora disfrutamos? Y ese tiempo, ¿haría rentable la carga para quienes vivan de esas cargas? Existen postes de carga rápida que en cinco minutos te cargan el coche para treinta kilómetros. Pero fuerzan las baterías, que envejecen más rápidamente. Y son más peligrosos por usar potencias muy elevadas. Además, las baterías con el calor, más de 35º, se deterioran aun estando el coche parado. En una ciudad del Estado en verano los coches aparcados pueden alcanzar los 80º. A todo esto hay que sumar los materiales con los que se construyen, escasos. Y de que, ante tanta necesidad de electricidad, su precio iba a subir.

Por todo esto, para que los coches eléctricos sean una alternativa no pueden generalizarse. Ahora hay 27 millones de coches, estas condiciones exigirían que bajaran a un millón. Por eso puede preverse que en el futuro solo serán rentables para el vendedor y el comprador los coches de alta gama que costarían de 100.000 euros para arriba. Lo compraría quien pudiera pagarlo, además de poder contratar en su casa la potencia necesaria para ese coche y el resto de electrodomésticos. Puede que la mejor opción fuera tener dos coches, para que uno se cargara mientras usaba el otro. Pero no podemos olvidar que para hacer un viaje largo con uno de esos coches, harían falta puntos de recarga. Con solo un millón de coches en el Estado, no sería rentable su fabricación y uso, así que el Estado debería subvencionarlos, en una transferencia de dinero de los pobres para ricos. Antes de ofrecer el coche eléctrico como alternativa al fin del coche de gasolina y como solución al cambio climático y empezar a invertir en las empresas que lo van a fabricar, debiera haber un gran debate social para aclarar todos estos aspectos.

¿Quién decide y cómo las inversiones en el Gobierno de Navarra, cuando el dinero que se invierte puede generar una nueva burbuja e impide focalizar en temas más apremiantes y provechosos para el bienestar general y no solo en el de las empresas que reciban ese dinero?

Entre la necesidad del fabricante y las ganas del consumidor, perdemos la inteligencia social que necesitamos en estos tiempos decisivos.