l despertador sonó a las siete de la mañana. Siempre duele que suene tan pronto, pero en domingo más todavía. Sin embargo, había dos motivos para ser optimista: se avecinaba un día soleado y nos esperaba una jornada especial. Habíamos sido citados a las ocho en la Plaza Consistorial. Nuestra voluntaria misión consistía en ayudar en la organización de la primera edición de El Zoko, un mercado de productos locales con vocación de repetirse trimestralmente y con el objetivo de contribuir a revitalizar nuestra entristecida comarca.

Para cuando llegué a la plaza Mendiburua, los más madrugadores de la organización ya estaban marcando, cual hábiles delineantes, las parcelas que serían ocupadas por cada uno de los 34 puestos o stands repartidos por todo el recorrido. Por lo que me entretuve lo suficiente como para llegar con puntualidad agoizka a nuestra cita (cinco minutillos tarde, no vaya a ser que llegue el primero y me toque esperar). Como si de un equipo de fútbol se tratara, nos pusimos el uniforme de petos amarillos reflectantes y escuchamos atentamente las explicaciones de nuestras particulares entrenadoras, que nos detallaron nuestro papel en el terreno de juego y la demarcación que nos había tocado a cada uno de nosotros. Nos dividimos en cinco zonas. La primera pareja, también llamada Comité de bienvenida, esperaba en la entrada del pueblo para guiar a los productores foráneos por el siempre complejo entramado de calles de nuestra villa. A la altura de la Casa de Cultura, la tercera componente del Ongi etorri taldea terminaba de indicar el camino a los conductores que habían sido capaces de llegar hasta ese punto sin perderse. Mientras, tres parejas instructoras se situaban en Mendiburua, calle Nueva y plaza de la Baja Navarra para indicar las localizaciones de los diferentes puestos. A pesar del madrugón y la inexperiencia el equipo funcionó bien y, por arte de magia, las calles vacías fueron tomando color y cuerpo hasta convertirse en un gran bazar con decenas de posibilidades para comprar, degustar, disfrutar y divertirse. Mesas, tenderetes, sillas, perchas, carritos, cocinas portátiles, cajas, bolsas, camionetas, estanterías.... En un abrir y cerrar de ojos todas las piezas fueron encajando gracias a la paciencia y el mimo de artesanos y vendedores.

Pasadas las diez comenzaron a llegar los primeros visitantes. En una mañana donde la tradición, lo local y lo auténtico eran la seña de identidad, no podía faltar la música de nuestro viejo bando, que sirvió para terminar de despertar a los más perezosos y de atraer a los visitantes. ¡No quiero imaginarme si como antaño el alguacil hubiera tenido que salir con trompeta y tambor a cantar todas las ofertas que se podían encontrar! Casi sin darme cuenta, Aoiz volvía a tener ambiente en sus calles. Era una gozada encontrarse con nuestros vecinos de Longuida, Arce, Oroz, Urroz, Lizoain, Unciti... y ver cómo también pirenaicos y cuencos se sintieron atraídos por el Zoko de Irati Bizirik.

En torno a las once de la mañana, me propuse hacer una ronda por todos los puestos, una especie de kalejira que titularíamos De Zoko en Zoko. En la plaza Mendiburua me topé con vecinos agoizkos que habían sacado su colección museística para quien tuviera interés en adquirirla. Hay muchas cosas que compramos, con el tiempo olvidamos, pero que a otras muchas personas pueden interesar. Y esta iniciativa de Irati Bizirik sirvió para ello. Otras agoizkas sacaban a relucir su arte y creación, al igual que nuestros amigos de Arizkuren. En esta céntrica plaza, ya de por sí comercial, pudimos degustar queso o cerveza artesana; y también hubo pintacaras para los más txikis. Vi movimiento en la plaza del Mercado y subí por la calle Trinkete para ver qué ocurría. Allí estaban los aezkoanos explicando cómo hacer resistentes tablillas de haya para los tejados. Ojo a las próximas reparaciones y construcciones a nuestro alrededor, que había unas cuantas personas tomando apuntes con mucho interés.

Regresé a la calle Nueva para darme un garbeo. Allí pudimos comprar camisetas, ungüentos, ropa, complementos textiles para bebés o macramés. Y además pudimos probar ricos pintxos de queso y huevos que sabían a gloria a la hora del almuerzo. A la altura del Ayuntamiento el stand del Zoko y de AEK y su oferta para la euskaldunización de adultos; y camino a la plaza una rica cerveza y ropa con mucho gusto llegada de Lumbier, para que luego digan que no confraternizamos con los gaticos.

¡La plaza era un espectáculo! Los chavales moldeando arcilla y en los puesticos mil opciones para regalar: vidrio, bolsos, joyería sostenible... Mientras observaba a los currelas de la Mancomunidad RSU pico y pala concienciando al vecindario y explicando sus servicios, me vino un olor a talo que me obligó a hacer una gastro-parada, que me dio después la oportunidad de visitar los puestos de comercios agoizkos que cerraban la larga lista de participantes. Como me faltaba el postre, allí estaba la cofradía de la costrada, con raciones para los pecadores como yo. Desde luego, ¡como para no ser creyente de esta santa cofradía! Para aligerar todo lo degustado, que mejor que la buena música. Con la Banda Mariano García, el grupo Inkera y nuestros maestros musicales de cabecera, Aritz y Guti, para ir directamente a la siesta con una sonrisa de oreja a oreja.

Era comentario general la gran cantidad de gente que nos juntamos, el buen ambiente que se respiraba, los numerosos reencuentros que tuvimos a lo largo de la mañana, cómo se había conseguido recuperar la vida en la calle, el color y el sonido a pueblo, valle y comarca viva. Eskerrik asko a Irati Bizirik y a todas las personas, colectivos, comerciantes, emprendedores y particulares que pusisteis vuestro granito de arena para hacer posible esta jornada tan reconfortante. Que sea el primero de muchos paseos de Zoko en Zoko.