ecuerdo la Navidad como parte indisociable de mi infancia, quizá la única patria que todos hemos tenido, como decía Rilke. Pero para los que ya no cumplimos años sino décadas, aquellas Navidades de frío glacial, turrón de royo y el sonsonete de la Lotería cantado en pesetas, ya no existen. Contaminados por el omnímodo modelo anglosajón y la decadencia de estas fechas convertidas en una orgía de consumismo y cursilería, la Navidad hace mucho que dejó de ser una celebración familiar, religiosa o simplemente festiva, para convertirse en un escaparate de Amazon o de El Corte Inglés, ahora empeorado por el mantra de la pandemia, las vacunas y los test de antígenos. Aunque me pregunto si alguna vez existió eso del "espíritu navideño", o si todo forma parte de la misma tramoya chabacana atiborrada de espumillón, anuncios de colonias y luces led, hasta la traca final de Reyes.

Que yo sepa, al menos una vez ocurrió algo parecido a eso, mágico y triste como corresponde al tenor melancólico de estas fiestas. Fue en diciembre de 1914, aunque todo empezó un poco antes, el 28 de junio de ese año, cuando el bosnio Gavrilo Princip, pistola en mano, descerrajó dos tiros a los archiduques de Austria al paso de la comitiva por las calles de Sarajevo. Uno de los proyectiles impactó en el corazón de Francisco Fernando, heredero al trono, y el otro en el abdomen de Sofía, su esposa embarazada. El joven magnicida no lo sabía, pero armado con su semiautomática FN calibre 7'65, acababa de inaugurar la Primera Guerra Mundial.

Cinco meses después, las tropas de Francia, Inglaterra y Alemania se preparaban para combatir la víspera de la Navidad en las heladas trincheras del Frente Occidental. Nada de lo que ocurrió allí estaba pactado ni nadie sabe exactamente cómo empezó, pero en mitad de la barbarie bélica la artillería cesó y de pronto se abrió un alto el fuego. Durante el extraño silencio, los germanos empezaron a colocar velas y arbolitos de Navidad entre los sacos terreros que guarnecían sus trincheras, mientras entonaban Stille Nacht (Noche de paz). Al otro lado del encrespado mar de alambradas y toscos caballos de Frisia, los británicos respondieron al envite cantando sus villancicos, mientras ambos bandos se enviaban saludos navideños a pleno pulmón.

Pero la anécdota, tan rara como inesperada, no quedó ahí. A los pocos minutos, boches y tommies, alemanes e ingleses en la jerga de campaña, buscaron en tierra de nadie un lugar donde confraternizar e intercambiar pequeños obsequios como comida, tabaco, chocolate y sencillos regalos entre botones y condecoraciones. Esa improvisada tregua en la Navidad de 1914, permitió también que cada ejército pudiera retirar los cadáveres de sus soldados dispersos por el campo de batalla, incluso realizar ceremonias funerarias conjuntas. Del mismo modo, se dice que en ciertos espacios del frente, franceses, británicos y alemanes organizaron algunos partidos de fútbol, si bien estos hechos nunca han podido ser probados.

Lo que está fuera de toda duda es que unos 100.000 soldados de todos los ejércitos implicados detuvieron una guerra mundial, la primera, en la Navidad de 1914. No se sabe si fue fruto del espíritu navideño, la nostalgia o el hartazgo de una contienda que ya se había cobrado miles de víctimas en las fosas de media Europa. Todavía se discute entre historiadores y sociólogos las causas que confluyeron en este extraño episodio. Pero lo que sí parece seguro es que esa pacífica espontaneidad partió de la tropa, no de sus altos mandos, esto es, surgió de los propios protagonistas que se jugaban el tipo en los congelados parapetos o reptando entre el barro y los alambres con púas bajo el fuego raseado de la artillería enemiga.

Cuando la noticia saltó a oídos de la prensa, los distintos gobiernos y estados mayores de los ejércitos reaccionaron negativamente. Los tabloides alemanes tuvieron que publicar un edicto del Kaiser Guillermo avisando que confraternizar con el enemigo era delito de alta traición. Por su parte, el general británico Sir Horace Smith-Dorrien ordenó prohibir toda comunicación con las tropas alemanas. En lo sucesivo, los ejércitos dispusieron de lo necesario para que este tipo de hechos no volvieran a repetirse, imponiéndose una campaña de censura que alcanzó a los principales noticieros para que su eco no llegara a la población civil. Pero lo que fue imposible detener fue la correspondencia privada que los soldados enviaban a sus casas.

Henry Williamson, un guripa de diecinueve años de la Brigada de Fusileros de Londres, mandó una carta a su familia el 26 de diciembre con el siguiente texto:

"Querida Madre, te escribo desde la trinchera. Son las 11 am. A mi lado hay un fuego de carbón. El suelo está sucio y congelado, pero en mi boca hay una pipa y en la pipa tabaco alemán. Jajaja, dirás que es de un preso capturado. ¡Dios mío, no! De un soldado alemán. Sí, pero vivo. Ayer, británicos y alemanes nos reunimos y nos dimos la mano en tierra de nadie e intercambiamos recuerdos. Si, todo eso pasó el día de Navidad. Maravilloso, ¿no?"

Este otro texto anónimo es aún más revelador:

"Viernes, 24. Estamos teniendo la Navidad más extraordinaria que se pueda imaginar. Hay una especie de tregua desordenada y seguramente desautorizada, pero comprendida y respetada entre nosotros y entre nuestros amigos de enfrente. Lo curioso es que solo parece existir en esta parte de la línea de batalla (...) La cosa empezó anoche, una noche fría con escarcha blanca, fue al poco de oscurecer cuando los alemanes empezaron a gritarnos: "Feliz Navidad, ingleses". Nuestros compañeros respondieron a gritos y en ese momento un gran número de soldados de ambos bandos salieron de sus trincheras, desarmados, para reunirse en la acribillada tierra de nadie. Se llegó a un acuerdo, todos por su cuenta, de que no deberíamos dispararnos hasta pasada la medianoche de hoy. Todos los hombres estaban confraternizando en mitad de ningún sitio, nos intercambiamos cigarros y no se disparó un solo tiro".

Sin embargo, no todos los soldados tuvieron el mismo proceder. Entre ellos, un cabo de la 16ª Reserva de Infantería de Baviera que se opuso a la tregua. Se llamaba Adolf Hitler.