El rasgo diferenciador
l rasgo diferenciador, en política, al menos, vendría a ser algo así como la matriz de un subconjunto con ansias de emancipación. Tiene que ver con las tan traídas como llevadas a conveniencia políticas de la identidad, que Almudena Hernando abordara en su arqueología de la misma. Mas cuando hablamos de identidades parece ser estamos refiriéndonos fundamentalmente a una cuestión subjetiva del cómo nos vemos o nos ven objetivada a partir de una serie de datos que conforman la composición en su aglutinación necesariamente intersubjetiva. Es decir, que nos vemos a nosotros mismos identificándonos individual y grupalmente siempre, tal como afirma la expresión en Whitehead en vectorial referencia. Para ser nosotros mismos necesitamos, por tanto, de aquellos otros que no lo son tanto. Por lo que las políticas de la diferencialidad ejercidas por postulados etnocéntricos, quienquiera sean lo ejercientes, irremisiblemente derivan en el apartheid de una imaginada territorialidad, dominio ensimismado lo mismo virtual que analógico, necesitada de una representación gráfica para su sustento y proyección; de su, a voluntad política, más o menos intransigente mapeo donde vienen a reflejarse cuestiones de la condición ética del humano que viste plumas arropándose en la convenientemente calzada razón.
Whitehead, en su cuarta parte de Proceso y realidad, dedicado a la teoría de la extensión, nos habla de la geometría que tanta trascendencia ha tenido en el filosofía tradicional desde la griega hasta el día de hoy, dedicando un relevante espacio a lo que bien pudiera considerarse como la matemática de conjuntos. No soy matemático. Es más, el modo en que se ha trasmitido este conocimiento oficialmente, ha hecho que la odiara en sus procedimientos (que no en sus fundamentos). Eso sí, por desconocimiento y torpeza. Pero algunas de las cosas que dice el pensador inglés parecen incidir más en las cuestiones de la vida que en la metodología abstractiva propia de este útil conocimiento tan básico para todo aquello que pueda ser considerado, desde nuestra óptica, como ciencia. Por lo que pido disculpa de lo que tal vez no sea, por mi parte, sino mero atrevimiento. Así, respecto de la Comunidad, el filósofo inglés nos dice: “La comunidad de las cosas actuales es un organismo, pero no un organismo estático. Es una incompleción en proceso de producción. Así la expansión del universo respecto a las cosas actuales es el primer significado de proceso; y el universo, en cualquier estadio de su expansión, es el primer significado de organismo. En este sentido, un organismo es un nexo”.
Aplicado a la sociedad humana ello supondría en primer lugar algo tan evidente como el que el ser humano no ha terminado de hacerse. En segundo, lugar que una comunidad de humanos, sea cual fuere su delimitación, fuera del esencialismo que muestran determinadas ideologías, tampoco consiste en ser algo estrictamente delimitado y acabado. En tercer lugar, que la necesaria comunicación entre culturas es la cultura misma utilizando para su entendimiento el nexo conocido como intersubjetividad tanto puertas adentro como fuera de las mismas. En cuarto lugar, que esta ambigüedad bipolar hace necesario e imprescindible una concepción basada en la pluralidad de las condiciones y de los sujetos sobre los que actúa toda acción constituyendo una riqueza innegable que nos hace avanzar. Y finalmente, como quinto lugar basado en el rechazo, o al menos matización, del principio fundacional de la geometría por el que Euclides definía la línea recta a través de la interpretación de Heath como el de la existencia y la unicidad fundamentada en el progreso. Algo que se evidencia cuando afirma, razonándolo posteriormente, que: “El punto débil de la definición euclidiana de línea recta es que de ella no se deduce nada”. Por tanto, deduzco, ser este el talón de Aquiles de todo milenarismo tanto liberal como socialdemócrata.
La génesis de una cultura propia es tanto la creación como la aportación de creaciones derivadas de los demás. Este hecho es individual y a su vez colectivo. Por ello una comunidad no puede ser otra cosa que la puesta en común de todo ello. En el caso de las singularidades navarra y vascongada, todos los elementos son comunes. También la aportación castellana, como no podía ser de otra manera. Del otro lado la aportación francesa, que, por ende, también constituyera uno de los pilares de la conformación del viejo reyno, es participada, sin ir más lejos, en el relevo dinástico del ente imperial. Son los “borbones” de un lado y otro de la frontera, influyendo en el acontecimiento histórico durante las diferentes fases de un devenir que al norte acabara en la guillotina y aquí puede estar a punto de hacerlo con el final de un autoexilio favorecido por la prevaricación malversadora. Ahora bien, en la larga trayectoria comunitaria ello no pasa de ser sino mera anécdota, un relato que habrá de contarse, o no, a conveniencia, según sea el interés de futuros gobernantes y el afán pedagógico, propedéutico, en cierto sentido, que se haya de tener respecto de la sociedad en su sempiterno momento presente de actualidad.
Los rasgos diferenciadores forman parte igualmente del relato en su subjetividad. La presencia de los mismos como hecho lingüístico, como acontecimiento histórico basado en momentos de unidad y confrontación, en este caso, consigue hacer que todos los heterónomos esfuerzos desde cualquiera de las partes en conflicto se entreguen a una lucha negacionista de lo real, de lo presente y de su tradición. También habrá de favorecer la creación del constructo contrario para el reforzamiento de una hegemonía basada en el dominio sobre lo social, del imaginario individual y colectivo, así como de aquella intersubjetividad interiorizada como propia. Así el dominio sobre lo que ha sido, de lo dado por acontecido, impide el reconocimiento, a todas luces evidente, de una presencialidad lingüística e impone otra amparándose en el clientelismo ventajoso de contar con un elemento de mayor utilidad. Esa ansia impositiva es lo que ha hecho perder el imperio a naciones que practican su dominio en una negación identitaria por demás. Subliminalmente, es debido a ello ser una demostración de mayor inteligencia contar con la persuasiva necesidad de su asunción a través de mecanismos que tienen que ver con la tecnología, con la economía y la planificación de un horizonte igualador favorecido por la imperativa presencia de futuribles rasgos diferenciadores en la universal unificación en que consiste el esfuerzo globalizador. Y, paradójicamente, cuando hemos emprendido el camino sin retorno de su consecución, nos hemos topado con un criterio no partícipe de nuestra ambición como es el de ese sujeto necesario e imprescindible de nuestra condición tal cual es la naturaleza misma hablándonos en el idioma supra-babélico por todo el mundo entendible de su inherente capacidad destructiva. Un acto externo de obligada inferencia en la conciencia del ser.
El autor es escritor
La génesis de una cultura propia es tanto la creación como la aportación de creaciones derivadas de los demás. Este hecho es individual y a su vez colectivo