El pasado 9 de diciembre la mitad norte de Navarra sufrió su jornada más lluviosa de los últimos 50 años. La precipitación promedió unos 100 litros por metro cuadrado después de un final de noviembre y principio de diciembre extraordinariamente húmedos. Como consecuencia más inmediata se sufrieron las mayores crecidas del pasado reciente en Navarra en prácticamente la totalidad de los cauces hídricos. Es una cantidad que nos sorprendió mucho, pero sólo 2 años antes teníamos otro registro muy llamativo, el 12 de diciembre de 2019, con casi 90 litros por metro cuadrado. 2019, ese año de la ola de calor de finales de junio, una de las mayores y más tempranas en Navarra, al estilo de la de este año, o de las inundaciones de la Cuenca del Cidacos, el 8 de julio, sólo 10 días después. Pero volvamos a 2022, tras esas trágicas inundaciones de final de año, sólo seis meses después acabamos de vivir el periodo de 50 días más cálido y seco desde, por lo menos, los años 60 del siglo XX. Creo que basta la percepción y a nadie se le escapa, prueba de ello son las conversaciones en pleno mes de mayo, recurrentes en soportar no ya un veranillo anticipado, sino dos semanas de auténtico rigor estival.

Nos preocupa lo local, nuestra tierra, el medio que nos rodea, el tiempo libre, las tradiciones, las fiestas, más ahora que, tras dos años de obligado parón, vuelven a recuperarse. Pero desgraciadamente lo que está ocurriendo a nivel climático no tiene nada de local. Porque similarmente a lo que sucede en Navarra lo vemos en muchas otras partes del mundo. Podríamos citar numerosos fenómenos que observamos más allá de meros registros: las olas de calor marinas, sin precedentes en 2020 y 2021, el calentamiento del permafrost –ese manto de hielo de millones y millones de kilómetros cuadrados que sepulta materia orgánica y que ocupa una importante del Ártico–, la desestabilización de patrones atmosféricos que conducen a eventos extremos meteorológicos más persistentes, intensos y correlacionados, el hecho de que las tasas anuales de aumento de concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera sean hoy las más altas no ya desde 1850, sino de millones y millones de años, y muchos otros efectos de índole medioambiental que responden a la ahora llamada emergencia climática. Pues bien, esto de los incendios tan devastadores que asolan Navarra, también sin precedentes, no es algo que se explique debido a que un día haya hecho mucho viento y calor. Más allá del propio origen, lo que está detrás es más bien es ese periodo de 50 días previo al que me refería. Te estarás preguntando: ¿Tiene algo que ver esto con el cambio climático? No sólo tiene que ver sino que esta es y será cada vez con mayor frecuencia la nueva tónica dominante. Son ya cientos, quizá miles, de publicaciones científicas que apoyan esta línea. Meses como los que estamos viviendo en mayo y junio, son hoy en día 100 veces más probables que hace 40 años. Y no es sólo algo que proyecten los modelos a futuro, sino que lo observamos ya con millones de registros basados en programas de observación, de redes de medición en superficie y de estimaciones por satélite. Los servicios meteorológicos nos encargamos de mantener esos programas y mediciones, de contribuir al desarrollo y ejecutar complejos modelos de predicción, de coordinarnos con otros países. Te diría que, a la mayoría de la comunidad científica de meteorólogos y climatólogos no dejan de asombrarnos fenómenos insólitos, que cuesta explicar en base a estadísticas que recurren a la climatología clásica.

Sí, nuestra casa arde. Y seguimos intentando apagarla con una regadera. La transición energética contribuirá a mitigar una parte de las emisiones futuras de algunos países, con políticas más verdes y objetivos ambiciosos de reducciones. Pero no olvidemos que las emisiones naturales, forzadas por la actividad humana de las últimas décadas, van en aumento y contribuyen al origen del problema mucho más de lo que se piensa. Es la energía extra que hemos añadido al sistema y cuyos efectos van dejándose notar, muy especialmente en el hielo del planeta. Ciertamente, lo que nos queda es entender primero qué está pasando, aceptarlo después y saber que en buena medida te queda poco más que adaptarte y elegir la mejor estrategia para ello. Es parte del legado a futuras generaciones.

El autor es delegado de AEMET en Navarra