La aprobación de la Ley de Memoria Democrática está suscitando cantidad de comentarios acerca de la Guerra Civil, haciéndose comparaciones entre lo sucedido en Navarra y en España. Aclaremos algunos aspectos.

Primero. Algunos comentaristas deberían enterarse de que en Navarra no hubo frente de guerra. Los únicos que asesinaron y mataron a gente indefensa fueron los golpistas, carlistas y falangistas. No hubo ningún crimen cometido por los republicanos en toda Navarra durante todo el periodo de la guerra.

Segundo. En Navarra no se mató a ningún cura, fraile, monja u obispo. Ni se quemó iglesia o convento alguno durante y después de la contienda bélica. Ni uno. Por el contrario, los golpistas sí asesinaron a sacerdotes vascos, motivo por el que algunos obispos protestaron. Como si nada.

Tercero. En Navarra no hubo represión republicana alguna. Por lo que no se puede hacer ningún columbario ni recuperación de navarros adictos al Glorioso Movimiento Nacional, porque no hubo ningún navarro adicto al golpe que fuera llevado a un descampado y asesinado impunemente por los republicanos.

Cuarto. Todos los navarros que murieron durante la guerra lo fueron en la guerra, y lo hicieron fuera del territorio foral, defendiendo con las armas y todo tipo de bagajes ideológicos un golpe de Estado que iba en contra de un sistema legal y legítimamente constituido.

Cinco. En Navarra, el gobierno golpista dictó normas, órdenes y circulares constantes para que los soldados adictos al Glorioso Movimiento Nacional fueran trasladados a sus respectivas poblaciones para que se les diera la sepultura que como caídos por Dios y por España les correspondía. Las hemerotecas de Arriba España, Diario de Navarra y El Pensamiento Navarro reproducirían estos traslados, con las consabidas pompas fúnebres en su honor y, en casos, reproduciendo la fotografía del requeté y falangista caídos por el Glorioso Movimiento Nacional.

Seis. Los republicanos y no republicanos que fueron asesinados en Navarra tuvieron siempre la categoría de desaparecidos, obligando a sus familias a acogerse a una normativa leonina para lograr que sus abuelos, padres, hijos y hermanos pudieran figurar en un acta de defunción municipal. Y muchos ni así lo consiguieron.

Siete. Nunca hubo trato igualitario entre los asesinados impunemente y los que murieron en el frente de guerra defendiendo un Golpe de Estado, lo que, en palabras del cínico Ramón Suñer, formaba parte de una “justicia al revés” .

Ocho. Afirmar que la represión republicana fue igual a la que practicaron los que dieron el golpe y los que lo padecieron en carne propia es burda mentira. Ignora por completo que la violencia practicada en Navarra, donde no hubo frente de guerra, y la practicada en España no tiene punto de comparación, la practicasen los republicanos o los golpistas, sin olvidar que estos eran unos facinerosos.

Nueve. Es cierto que en Navarra las personas que fueron asesinadas no eran todas ni republicanas ni de izquierdas. En efecto, muchas de esas personas asesinadas no lo fueron ni por ideología ni por política. Lo que indica que sus muertes fueron mucho más abyectas, pues la causa de su muerte lo fue por venganza y por razones tan rastreras como el robo y el estupro.

Diez. Ninguna ley en este país ha contribuido a desterrar lo que algunos siguen llamando formato de las dos Españas, tópico tan rancio y tan viejo, que, proveniente de la Ilustración, agitó la intelectualidad española de la época y que no dice absolutamente nada significativo.

De hecho, las derechas de este país ya se han aprestado a declarar que en cuanto lleguen al poder, lo primero que harán será derogar dicha ley. Al parecer, las derechas no saben gobernar con leyes aprobadas en un Parlamento por mayoría. ¿Necesitan golpes de Estado y un gobierno dictador? Lo dan a entender.

Once. La historia ha demostrado con creces que no ha habido ninguna ley capaz de conseguir que los españoles terminen por reconocer que el otro no es el enemigo, idea que no es de raíz republicana, sino del ideólogo Carl Schmitt.

Doce. Nadie se tiene que reconciliar con nada ni con nadie si uno no quiere hacerlo. Ello no significa que se rechace el dictum ético universal de que todos somos iguales ante la ley y ante el Estado de Derecho. Y que nada ni nadie que subvierta ese Estado de Derecho puede ser democrático, como no lo fue el Estado franquista que devino tras su golpe anticonstitucional.

Trece. Existe un modo sencillo y barato de reconciliarse, no con los demás, sino consigo mismo, que es lo que en realidad falla en este relato. Para ello, sería condición necesaria conocer y reconocer la verdad de lo sucedido. Primero en Navarra. Y después, lo que propongan, en Ciudad Real o en Málaga.

Empezar por conocer quiénes fueron los cerebros intelectuales que mandaron asesinar y asesinaron a miles de navarros. Durante cuarenta años fueron alabados por su gesta épica –que ya dirán qué gesta y qué épica fue la de asesinar a gente desarmada, sacada violentamente de la cama a altas horas de la noche y dispararles en la cabeza un tiro de gracia–, y elevados a los más altos rangos de la Administración Foral. Durante más de cuarenta años quienes dispararon el fusil cuando regresaban a los pueblos eran vitoreados y jaleados por sus convecinos, tratados como héroes, pues habían “limpiado la mala hierba y la cizaña que emponzoñaban al pueblo y eran enemigos del Sagrado Corazón de Jesús (sic)”.

Y ya que hacemos referencia al divino Maestro, bueno será recordar una de sus frases, recogida en el evangelio de San Juan: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (San Juan 8, 31-42).

Por lo que, quizás, no sea exagerado sostener que, en lo tocante a la verdad de lo sucedido en Navarra durante la Guerra Civil, quienes perpetraron tales enormidades, jamás hayan conocido lo que significan ambas palabras: verdad y libertad.

Y no parece que quienes salen en defensa de una equidistancia absurda entre la represión practicada en Navarra y en otras comunidades tras el golpe, se acerquen ni mucho ni poco a la verdad de lo que pasó. Y, si es así, mejor que se guarden para sí su sentido de la libertad y de la reconciliación. No son tales.

Los autores son: Víctor Moreno, Laura Pérez, Clemente Bernad, Pablo Ibáñez, José Ramón Urtasun, Jesús Arbizu, Carlos Martínez, Carolina Martínez, Orreaga Oskotz, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort