Depende para quién, para el neoliberalismo y su inhumanidad sí, somos muñecas, muñecos y muñeques que los lobbys manejan, cual números inertes, a su interesado antojo. Pero, aunque guarda íntima relación, no es ese el tema que quiero tratar en este artículo de enfado y de grito por la dignidad; dignidad y diversidad trans.

Porque ya vale de odio y de transfobia. Cada quien tiene todo el derecho del mundo a escribir y opinar sobre temas de humanidad, también un “médico de familia”; pero, por humanidad, hay que saber respetar la identidad personal y la diversidad, y para expresar tu opinión es vomitivo que ridiculices otras opciones, y es indignante la mezcla de tu opinión con mentiras en tu información y datos utilizando la ciencia para confundir, a propósito de objetividad e imparcialidad. Si todas las personas pensáramos igual no habría diversidad ni humanidad. Hay humanidad porque hay diversidad de pensamiento, de identidad, de posicionamiento ante los retos humanos. La humanidad y la diversidad incluyen el respeto a la otra, a su pensamiento, a su identidad, a su posicionamiento. Los derechos de las personas trans, recogidos en leyes varias y diversas, aquí y allá, no son obligaciones para nadie. Esto es muy importante saber antes de ponerse a escribir y antes de publicar: el derecho al divorcio no significa que todas las parejas se tengan que divorciar, ni que ninguna pareja se pueda casar. Quejarse de los derechos de las demás personas, eso sí es victimismo. Los derechos trans a nadie y a nada obligan en cuanto a la propia identidad, ni obligan a las personas trans a un comportamiento uniforme. Los derechos están para quienes los necesitan como herramientas para alcanzar mayores cotas de felicidad. Y yo no soy quién para decirte lo que tú tienes que hacer, porque no eres una muñeca.

Y tengo derecho a hormonarme, a ponerme bloqueadores y a vestir como me dé la gana, faltaría más. Y no soy tan tonta como para no informarme antes de lo que supone en mi cuerpo y en mi vida la hormonación. Y cuando era yo menor de edad, mi ama y mi aita no habrían permitido ningún proceso de adaptación en mi cuerpo si no fuera conveniente para mí. Siempre he oído, dicho por médicos, que la radio y la quimio son más beneficiosas que perjudiciales, es mayor el bien que producen que el daño que puedan llegar a causar. Y toda la sociedad es consciente de que ello es así y que lo asumimos porque, a la vez, sabemos que se sigue investigando y mejorando tales procesos, que cada vez son más efectivos y menos agresivos. Eso es lo que yo le pido a un médico, también de familia: si la medicina que me recetas no es adecuada, buscar otra más conveniente, es tu obligación; advertirme de sus posibles efectos es tu obligación. Y es tu obligación respetar mi libertad de tomarla con la información recibida y con mi capacidad para discernir. La realidad, mi verdad absoluta, es que mi hormonación cruzada tenía sus riesgos, siempre con estricto control médico, y me supuso la posibilidad de vivir en libertad, la posibilidad de multiplicar mi humanidad y mis ganas de vivir y de alcanzar mayores cotas de felicidad. ¿Qué ignorante persona me viene a decir a mí que mi hormonación no era conveniente?

Recuerdo que hace varias décadas se aplicaban distintos bloqueadores sexuales a mujeres menores de edad para conseguir marcas de superwoman por prestigio y por dinero, los grandes valores del capitalismo. En mi opinión, eso es inhumano. Los supuestos remedios contra la pandemia en forma de vacunas no han sido cuestionados por los colectivos médicos (solo algunas voces discordantes) en sus posibles efectos secundarios, han sido implementados sin saber sus compuestos ni su eficacia. Mi vacuna no tenía información ni prospecto. Toda mi hormonación ha tenido una información detallada, la que me han dado y la buscada por mí, y un control médico endocrinológico estricto.

En el Estado español tenemos varias leyes autonómicas, pero necesitamos una ley estatal para cubrir ciertos asuntos de competencia estatal. El Ministerio de Igualdad se ha gastado en ello a pesar de los furibundos ataques de compañeras de gobierno y de los lobbys transfobos TERF (Feministas Radicales Trans-Excluyentes). Irene Montero, ministra de Igualdad, se ha reunido con los colectivos trans de todo el Estado para conocer y plasmar demandas legislables. Cuando menos, hay que poner en valor que una ministra se reúna con los colectivos afectados por la ley o por la falta de ella. Hablar de “IREtrans” es, cuando menos, de muy mal gusto e injusto.

El sexo genital, científica y epistemológicamente probado, no determina el sexo cerebral, que es la identidad de género. Gracias a la ciencia (hay quien se empeña en traicionarla), sabemos que las rupturas en las cadenas cromosómicas en la sexta semana de embarazo pueden suponer que la asignación del sexo a las células cerebrales se dé en un sentido y a las células gonadales en otro. Nuestra felicidad también consiste en la expresión de la libertad propia y de los sentimientos que fluyen de lo más profundo de cada quien, no solo en la adaptación al medio. Y eso no es moda, ni ola social, es la realidad en personas de todo el mundo y a lo largo de toda la historia. En la antigua Grecia y en la gran Roma, las personas trans eran escogidas para ejercer la educación y el arte. Así es que NAIZEN tiene razón, los genitales no determinan mi identidad.

El género tiene mucho de construcción social, no todo y, además, esa es la sociedad en la que vivimos. Porque somos personas, no muñecas, nos merecemos que la sociedad en la que vivimos nos entienda, nos acepte tal cual somos, y la ciencia, como las leyes, está al servicio de las personas para tener vida y vida en abundancia, no para vivir sometidas. No está hecha la persona para servir a la ciencia y a la ley, sino éstas al servicio de la mayor vida de las personas.

No es ninguna patología el hecho de ser persona trans, ni siquiera la OMS lo considera tal, pero sí es una grave patología la transfobia, y lleva al odio. ¿Podrá un médico de familia curar esa patología?