En un escrito de Mao Tse-Tung criticando a lo que él llamaba la camarilla contrarrevolucionaria, afirmaba la necesidad de aplastar la resistencia. De lo que se trata aquí es de una dictadura. En este caso no se recurre a los métodos democráticos sino a los métodos de dictadura, apostilla Mao. Viene a cuento esta triste reseña para recordar el empecinamiento del ser humano para conseguir la homogeneidad; en las ideas, en las creencias, en las estructuras políticas… Preferimos destacar lo que nos separa en lugar de lo que nos une, combatiendo al diferente y prescindiendo de los puntos de vista diferentes que generan nuevas posibilidades de convivencia e innovación. ¿Qué otra cosa es un equipo de trabajo, sino un conjunto de personas dispares que se reúnen para crear consensos desde la divergencia?

El pluralismo es la base de la naturaleza. Lo vemos en la enorme variedad botánica, en los millones de especies animales, en el despliegue impresionante de diversidad que aún no conocemos bien del todo. Ocurre igualmente con la pluralidad universal de etnias, culturas e idiomas. Lo diferente es la norma, no la excepción, y de ahí surgen las diferentes maneras de crear, crecer y convivir, abocadas a la participación y la solidaridad para un mundo mejor, al menos para la mayoría. No estamos hechos para la uniformidad por más que nos tiente imponerla. Compartir y respetar es lo único que nos hace capaces de avanzar como sociedad al implicarnos desde la escucha, la reflexión y el consenso entre diferentes. Donde todos piensan igual, es que nadie está pensando mucho, resumió el periodista Walter Lippmann.

Es cierto que nuestra democracia es imperfecta, pero aceptamos –a regañadientes– el derecho de los oponentes a participar de tú a tú en las instituciones como la mejor manera de convivir. La dictadura, acordémonos, es el reino del pensamiento único. Pero la cabra tira al monte, y la tentación de reducir la influencia del pensamiento plural ha vuelto con maneras sibilinas muy peligrosas, de modo que a aquellos que se postulan diferentes, se exponen a que les respondamos con la vileza y el ninguneo. Ocurre en la calle, pasa en el Parlamento, en las redes sociales, cada vez menos respetuosas en la medida que, inexplicablemente, se permite el anonimato a la hora de insultar. El resultado de esta deriva irracional la capitalizan grupos como Vox, que propugna abiertamente una sociedad excluyente en lo social, en lo económico y en lo político desde un catolicismo que recuerda las actitudes de las autoridades religiosas que crucificaron a Jesús. Italia hoy es otro ejemplo triste de esto.

El tiempo de las libertades, creativas por definición, parece tener menos encanto que el pensamiento único. Pero nuestra condición nos hace rebelarnos a favor del pluralismo inevitable; podemos arrinconarlo, perseguirlo, pero vuelve como las hierbas que brotan de nuevo bajo el suelo construido en cuanto nos descuidamos. Y ocurre así porque alguien habrá siempre que luche por las libertades y la concordia creativa, por la convivencia entre diferentes como la única llave para llegar a acuerdos generales de convivencia aprovechando la diversidad creativa. Cuando tenemos amigos de verdad, es porque aceptamos y valoramos que piensen diferente a nosotros; nos tienta convertirles, pero sabemos que sería el principio del fin de la mejor amistad.

¿Por qué enquistarnos en lo que nos separa, hasta el punto de fomentar la guerra entre naciones y entre personas, en lugar de valorar primero lo que nos une? La fuerza mantiene artificialmente el pensamiento único y cada vez que padecemos la uniformidad, estamos en retroceso político, social o religioso. Incluso decimos que Dios está de nuestra parte, los creyentes de todo siglo y condición; es capital que mi ideología triunfe para avanzar, decimos desde la política. La unidad no es uniformidad. El pluralismo y la unidad no tienen por qué ser excluyentes ni contradictorios. La Torre de Babel quería ser un inmenso icono que simbolizara la uniformidad.

El dogma esencial de lo que surge todo lo demás es el amor, vivido a la manera de Jesús de Nazaret, decimos todos los cristianos. En ello está el papa Francisco con su apuesta sinodal, a la manera de un Concilio encubierto, en forma de proceso de revisión sobre la forma de ser y actuar de los católicos viviendo su experiencia de fe desde la escucha respetuosa y el servicio con amor.

La globalización financiera es otro intento mendaz para laminar la diversidad en beneficio de un poder económico más centralizado. Afortunadamente, siempre vuelve la necesidad de unirnos y enriquecernos desde la diversidad, recuperar el respeto a la opinión diferente, la escucha activa, la colaboración sincera que propicia compartir lo esencial que nos une, como debiera ocurrir también en el universo fragmentado cristiano.

Ante el diferente, ¿optamos por la imposición o por la convivencia abierta y respetuosa, incluso hasta dejarnos sorprender para salir enriquecidos mutuamente? El resultado de la elección salta a la vista, ya en la vida cotidiana.