Los movimientos de población existen desde los orígenes de la humanidad, pero siempre ha habido una diferencia sustancial entre los realizados pacíficamente y los violentos. Los primeros –los pacíficos– consisten en ayuda mutua, intercambios de productos, refugio, exilio, trabajo, tecnología, alimentación, cultura, comercio, deporte, colaboración, o salud; los segundos –hechos con bárbara violencia– que aún estando hoy prohibidos, se siguen realizando: invasión, conquista, guerra, rapiña, razia, expolio, aculturación, sustitución lingüística, imposición de religión, suplantación jurídica, ocultación de la historia, subordinación, genocidio o colonización.

Los cambios de país realizados pacíficamente están protegidos en el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”. Según Xavier Mina, “la patria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido, sino más propiamente al que pone a cubierto nuestros derechos personales”.

La larga marcha en defensa de nuestra libertad comenzó en el momento en el que las hordas kurganes o arias, mucho después llamadas indoeuropeas, comenzaron a conculcar los derechos colectivos e individuales de las sociedades europeas igualitarias, comunitarias, matrilineales, pacíficas, en poblaciones organizadas, y les impusieron con gran violencia homicida un sistema conquistador, expoliador, patriarcal, jerárquico, machista, clasista y de desigualdad. Los vascones preindoeuropeos se resistieron con cierto éxito a los embates continuados de los seguidores de aquellos depredadores.

El 11 de noviembre recordamos el aniversario del asesinato, el año 1817, del que fue jefe de los Ejércitos libertadores de Navarra y de México, Xavier Mina, por los enemigos de la libertad, esbirros del felón rey de España Fernando VII. El ambiente en el que se desenvuelve desde niño es la animadversión a las pechas a las encomiendas de la Orden nobiliaria de San Juan de Jerusalén y hacia las pechas a la aristocracia. La defensa práctica de la educación laica y pública, no confesional. Xavier Mina encarna la libertad universal de movimiento. Su profunda convicción de defender la libertad, que acababa de ser reconocida en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, le llevó a ayudar a la liberación de los pueblos sojuzgados por la rapiña de la corona española.

Las libertades, conculcadas por el golpista Fernando VII en 1814, imponiendo violentamente el poder absoluto del antiguo régimen, le condujo a Xavier Mina a organizar su defensa con la División del Reino de Navarra el 25 de septiembre del mismo año en Pamplona. Fracasada esta por la acción reaccionaria de la insurgencia realista-absolutista, tuvo que exiliarse para no ser ejecutado junto a sus compañeros.

Pretendía la liberación de la humanidad doliente esclavizada, así como el fin del nefando comercio de personas, actividades no prohibidas por el reino de España hasta el año 1880. En 1816 Xavier Mina se reunió en Puerto Príncipe –capital de la primera República independiente de Suramérica, Haití, proclamada en 1804 por los esclavos liberados– con su presidente, Alexandre Pétion, y con Simón Bolívar, para organizar la liberación de América de las garras de la monarquía española; entre lo acordado estuvo que le acompañaran ciento diez voluntarios haitianos negros libres, que combatieron a sus órdenes en México. Su republicanismo le condujo a poner su División Auxiliar a las órdenes del Gobierno de la República de Mexico, ratificando la constante relación de amistad entre Navarra y México.

El nativismo y el racismo están en la base de las posturas xenófobas, fuente de la creciente política antimigratoria y anti refugiados. Según Garret Hardin sólo podían sobrevivir las sociedades racialmente homogéneas. Se inventó joyas ideológicas como la ética del bote salvavidas, al entender que si los recursos globales son finitos, los ricos deberían lanzar a los pobres por la borda para mantener su bote por encima del agua. Formó parte de la Federación anti inmigración, que aclama las disposiciones racistas adoptadas por el expresidente Trump.

Hardin recibió fondos de una asociación racista y los utilizó para desarrollar su ensayo de La tragedia de los comunes, que busca demonizar la propiedad de los bienes comunes, la democracia y la gestión comunal de los mismos, propuesta absurda ampliamente desmontada por la Premio Nobel de Economía 2009 Elinor Ostrom, pues la comunidad es siempre capaz de encontrar sus propias soluciones. Emma Dabiri señala que “no hace falta que todos parezcamos iguales para identificar intereses comunes, y quizás afinidades inesperadas, para cultivar alianzas que trasciendan las divisiones que han sido inventadas para debilitarnos, y posteriormente, poder explotarnos mejor.”

La paradoja surge porque las ideologías supremacistas –todavía muy extendidas– nacieron para facilitar a algunos las conquistas sobre el conjunto de la humanidad, y ahora las mismas ideas son precisamente las que preconizan poner muros y vallas para que las personas procedentes de las sociedades que fueron conquistadas y expoliadas por ellos no puedan entrar en los territorios de donde partieron estos invasores. Muchos de aquí fueron allí como refugiados, arrojados por el conservadurismo y la intolerancia de los continuos conquistadores, y ahora vienen los de allí igualmente a refugiarse de las persecuciones o de la violación de sus derechos.

El derecho al refugio, a la migración, lo tuvimos y lo tienen, todos lo tenemos. Fuimos y somos refugiados aquí de la barbarie, como los que ahora llegan a nuestra casa. Los que niegan los derechos a los refugiados están con los que también nos los han estado negando –desde los kurganes a los absolutistas– a nosotros.