Estamos en un mes del año, noviembre, repleto de fechas para el recuerdo. Lo comenzamos el primer día con nuestro homenaje a quienes ya no están con nosotros, supongo que como advertencia de lo que iba a venir a continuación.

Después en orden cronológico, el 17, fecha fatídica en la que perdimos a un grande, Enrique Urquijo. Se cumplen veintitrés años de que su vida se truncó en una oscura calle de Madrid. Ese fatídico día se quebró como un juguete roto, estaba solo o quizás con una mala compañía y a muchos se nos heló el corazón al enterarnos. A todos aquellos que admirábamos su música, la poesía de sus letras a veces amargas como la vida misma, impregnadas de soledad y amargura. Un chico triste autor de canciones tristes. Esa misma soledad se extendió a quienes nos emocionábamos con sus palabras musicadas en las tardes de cualquier otoño como el que se lo llevó, quizás porque sentíamos lo mismo que él aunque nos faltara su creatividad, su sensibilidad a flor de piel. Hoy de nuevo volvemos a temblar al recordarlo. Canciones de amor pero especialmente de desamor, de tristeza, llenas de poesía, de pasión salidas de lo más profundo del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas nos atrevemos a pisar. Caricias hechas canción, cataratas de emociones que te hacían SENTIR, así con mayúsculas, y al mismo tiempo vivir, cuando él estaba dejando de hacerlo.

Ahora la mayoría de los jóvenes no lo conocen, quizás sus canciones hoy suenen demasiado densas, complejas, melancólicas, en un momento que se impone la música de usar y tirar igual que las relaciones humanas. Es posible que les atemorice, porque activan sensaciones casi desaparecidas, pero no entienden que al no escucharlas, al no saber saborearlas se pierden un tesoro, no podrán explorar un territorio sagrado en vías de extinción.

Nuestro amigo, nuestro compañero de viaje seguirá vivo mientas sigamos vivos los que aún escuchamos y somos capaces de sentir su música. Nos seguirá acompañando en nuestros bajones, en los momentos de penumbra, de pena o desamor, y nos levantará el ánimo, nos hará un poco más felices al comprender que no somos los únicos. Enrique Urquijo, te recordamos, te echamos de menos, y quizás como tú decías: “seguimos siendo chavales ordinarios, que nos volvemos vulgares al bajarnos de cada escenario”. Cada uno de un tipo de escenario diferente.

Después, el domingo 20 de hace 47 años Franco dejaba de existir. Lo recuerdo como si fuera hoy, la reunión de gentes del PCE unas horas antes con la sombra de una época más negra aún que algunos preveían. Recuerdo el recorrido en mi Seat 600 hasta mi lugar de trabajo sin saber muy bien cómo saldría de allí. No fuimos capaces de derrotarlo en las calles, en las fábricas y universidades pero de allí salió una generación curtida en esa batalla que hoy aún seguimos en las trincheras, “así se forjó el acero”. Gentes antifascistas, inconformistas, librepensadoras, republicanas, ateas y un pelín utópicas, ingenuas. Aquella madrugada me llega la imagen de mi desayuno en silencio, apenas algún comentario sobre lo que podría pasar. Se hablaba de la “noche de los cuchillos largos”, que la extrema derecha camparía a sus anchas este día, detenciones, quizás desapariciones… No teníamos miedo, pero fue un desayuno extraño, como de despedida. Luego en el viaje hacia la zona de Atocha donde trabajaba pensaba prepararme si me detenían, antes había limpiado la casa y ese día la despedida lo fue más aún, más intensa, más emotiva. Hoy miro por mi ventana y recuerdo ese momento, observo el panorama y me vuelvo a estremecer.

Después, el lunes 21 de hace 22 años ETA asesinaba a un compañero de lucha por el diálogo y el entendimiento, mi amigo Ernest Lluch. Fue como un directo al mentón que me tiró casi a la lona. Mantenía con él la misma línea de pensamiento respecto al conflicto vasco y a la actividad de ETA y fueron a por él, como antes a por otro amigo: Juan Mari Jáuregui, porque precisamente atacaban a los constructores de puentes, aquellos que intentaban dinamitarlos con sus armas. Al final de la manifestación que recorrió las calles de Barcelona como repulsa por su asesinato, la periodista Gemma Nierga, que fue la encargada de leer el manifiesto final, se saltó el guion pronunciando una frase que dejó seco, con cara de póker, al duro José María Aznar allí presente y por entonces presidente del Gobierno: “Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar, ustedes que pueden, dialoguen, por favor”. Fue como puñetazo que la sociedad civil a través de Gemma daba en la mesa de unos políticos enquistados en la confrontación y la guerra. Esa reflexión se pronunciaba después de un infame asesinato y en un momento muy duro de la banda terrorista ETA. Viene ahora a mi memoria aquella famosa frase que quizás marcó el devenir de la solución de un conflicto que parecía eterno e irresoluble, observando la tensión centro-periferia actual. Se refería Gemma a la necesidad de solucionarlo por la vía del diálogo y el entendimiento entre muy diferentes y de alguna manera así se hizo, aunque fuera de manera minoritaria, paciente y discreta. Hoy 22 años después aquella situación ha cambiado radicalmente, aunque alguna parte continúa inalterable.

Por último el 25, Día internacional contra la violencia de género. En un instante donde a pesar de todo hemos avanzado poco, muy poco. Queda mucho por hacer aún, especialmente los hombres, a veces avergonzado de pertenecer a este grupo social.

Efemérides, diversas, complejas, pero que merecen ser recordadas, porque el olvido es lo más terrible que puede ocurrir al ser humano. Veremos.

El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE