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Eugenésica transhumanización

Eugenésica transhumanizaciónPixabay

El humanismo transhumanizador es eugenésico. Trata de mejorar no tanto la circunstancia humana como la de su condición orgánica, racial en lo biológico, claramente deficitaria ante los desafíos futuros. Y lo hace mediante la propuesta de una hibridación cibernética y biotecnológica, principalmente. Es seguro, se nos dice que, mediante ambas complementaciones, a corto y medio plazo habremos de mejorar las condiciones sujetas ahora mismo a las limitaciones impuestas por los principios que rigen nuestra genética. Si bien, matizando el hecho de no saber, a ciencia cierta, el precio que por ello habremos de pagar. Pero, a bote pronto, se me ocurre que al menos en este renovado camino hacia un nuevo tipo de servidumbre todos los días deberemos dedicarle un rato no tanto a la gimnasia de mantenimiento, ni tan siquiera a la oración, cuanto a la actualización. Y, de vez en cuando, nos habrá de asaltar la alarmante e icónica alerta sobre la perentoriedad de un cambio, por obsolescencia más que programada, del deficiente programa vigente por uno más y mejor equipado.

Tal vez este proceso se realice inconscientemente aprovechando el necesario y merecido descanso de un lapsus de tiempo onírico coadyuvado por algún que otro tipo de artificiosa ensoñación. Lo que viene a implicar que en su desarrollo deberá contar con todos los datos individuales, personales, del perfil afectado. Se están preparando, de modo tan sutil que a veces es aparentemente inapreciable, las bases de un nuevo ente supremo, no tanto imaginado, como pudiera ser aquella figura de un Dios civilizador en la religión tradicional, cuanto creado por el esfuerzo corpo-cooperativo de todas las trans-humanidades ya propuestas o en vías de hacerlo.

Por desgracia –o tal vez gracias, en esta ocasión, al Hombre– a estas alturas de la vida tengo varios amigos y algún que otro conocido cuya existencia pende en algún grado de la tele-asistencia para la condición viva de su ser. Me asusta no obstante que un fallo de programación termine siendo la causa de un fatal desenlace. Aun, y a pesar, de reconocer que gracias a este tipo de intervención, vigilancia y mantenimiento, podamos seguir disfrutando de su compañía.

Sin embargo, no es esto lo que predica el transhumanismo. Este no lucha tanto por el mantenimiento y mejora de las condiciones de la vida degradada, cuanto por su superación mediante el diseño de un ser mejorado. En el fondo la cuestión por la que esta corriente a caballo entre ciencia, filosofía y ficción apuesta, lo que le hace estar muy cercana a determinadas manifestaciones de la mentalidad religiosa, es aquella posibilidad de realización del ansiado sueño de inmortalidad al alcance de la mano gracias a la aplicación de diversas tecnologías. Sería algo así como el reverso, o la cara opuesta, de todo existencialismo; su negación. La superación y borrado del calificativo efímero de nuestra existencia desde una parcialidad que discrimina positivamente respecto de lo demás, las capacidades principalmente cerebrales.

Hacer de la vida un tránsito entre renovadas versiones programáticas no es, al menos en mi opinión, la mejor de las opciones del horizonte personal de este organismo humanizado gracias a la cultura surgida de su peculiar condición. Y sobre todo constituiría el final de una antropología reducida a otro tipo de antropometría salvajemente sobrevalorada en tiempos esclavistas y de holocausto. Otra de las modalidades de la matemática aplicada en este caso directamente sobre el ser humano como fueran, por dar con el ejemplo, aquellas capacidades negadas a la condición femenina basándose en volumetrías craneales y demás cosas veredes, denunciadas en su día por la ensayista Siri Hustvedt en Los espejismos de la certeza, polemizando con las tesis del psicólogo evolucionista Steven Pinker.

Por lo que en nada me convence esa alegre afirmación de que el transhumanismo es el aggiornamento (actualización histórica y política) del humanismo tradicional, moderno desde los inicios, su renovación, que algunos defienden en modo vulgarizado. Según uno de estos divulgadores de qué es y en qué consiste el pensamiento transhumanizador, la crítica del mismo se fundamenta, principalmente, en tres pilares: el de su viabilidad en los campos propiamente ingenieriles ciber y bio; el del cuestionamiento de la identidad de lo humano (la deshumanización); así como el de la crítica de carácter político fundamentada en la discriminación sobre quiénes habrán de ser los auténticos beneficiarios de esta revolución tecnológica aplicada al ser humano: aquellos que cuenten con medios necesarios para su consecución.

Esto último implicaría sin más la creación de una nueva relación: la entablada entre especie y subespecie. Esta jerarquización no entiende de variedades locales de la especie, sino que estaría más en línea con esa mentalidad del comic en que se basan las caricaturas del superhéroe: seres individuales, en todo caso, participados por algún accidente en su origen: mutantes, de procedencia extraterrestre, con las habilidades potenciadas de ciertos animales como la araña, e incluso de la materia como la roca, etcétera; todo un delirium tremens por hacer de la excepción norma, regla, obrando, eso sí, mediante una transmutación amparada en el anonimato de un vida normal, cotidiana. Por lo demás, nunca me ha concitado excesivo entusiasmo esta agrupación pseudo-daimónica que tienen en general la característica compartida de llevar los calzones por encima de una vestimenta más o menos común, en expresión del chapulín colorado, parodia mexicana del superhéroe yanqui.

A partir de estas triviales premisas, intuyo el que en primerísima instancia lo que se debe dar es contar con algo así como un debate a partir de las diferencias habidas entre lo programático y lo planificado, consistiendo en ser las mismas existentes entre factores determinantes y de huera previsión. Hacer de la especie humana una cosa más entre otras de su propia creación es una vieja aspiración, en opinión de Hustvedt, de: “La fascinación por construir máquinas que piensen y sientan [estando] relacionada con los deseos tanto de nacimiento como de resurrección, con la creación no biológica de un ser real y con la reanimación de un cadáver, pero también, creo yo, con el deseo del artista de hacer algo que sobreviva, que perdure más allá de la tumba o de las cenizas incineradas”. Hechos todos ellos del que participan muchas creencias religiosas, con la particularidad inclusa de divina autoproclamación.

El autor es escritor