Francisco Velaza Fernández ya descansa entre los suyos, en su pueblo natal de Castejón. En una ceremonia que para todos los que pudimos compartir las emociones del momento, resultó en cierto modo reparadora, se escucharon palabras cálidas que recordaron a una persona desaparecida durante 86 años. Lo esperaron sus padres, sus hermanos, su esposa, sus hijos… en balde. Todos ellos se fueron sin que nadie diera razón de aquel hombre de 34 años que antes de ser asesinado en Paternain solo había trabajado y soñado con un mundo mejor. Le arrebataron la vida por ser como era. Los asesinos no tenían ninguna razón lógica para actuar como lo hicieron. No habrá nunca perdón para ellos ni para los que los jalearon entonces, como no hay comprensión posible para los que han heredado su sinrazón y su mala intención en estos días que vivimos.

Castejón sorprende al visitante ocasional que aparca en la calle de la Solidaridad y descubre a continuación que además de la casa de cultura se va a encontrar con otro centro cultural ubicado en la plaza. La sociedad Palmira de los tiempos republicanos fue modélica en aquel entonces. Divulgó el arte y la cultura en una población mucho más reducida entregada a la sana curiosidad y al interés por adquirir conocimientos. Algo ha quedado sin duda de aquello que se perdió con el golpe de estado y la dictadura que le siguió.

Había ascuas en el hogar. Solo hacía falta que un fuelle soplara para que la llama renaciera.

Sin duda el actual alcalde, David Álvarez, que tan acertado discurso ha tenido en el recibimiento de los restos de Francisco Velaza, empuja la buena voluntad de un pueblo que todavía reclama la dignidad y la justicia para Valentín Plaza, el alcalde castejonero asesinado en el 36 y todavía en paradero desconocido.

La presencia en el acto de entrega de los restos de la consejera Ana Ollo y el presidente del Parlamento navarro Unai Hualde, reafirma la voluntad de las instituciones en la defensa de la recuperación de la memoria.

Por otro lado, la bodega de Castejón está pidiendo a gritos figurar en el mapa de la memoria histórica, pues ahí se mantiene la huella de los trabajadores presos que fueron esclavizados en los años de la postguerra.

Mataron a Francisco, pero los Velaza de Castejón están afortunadamente bien vivos, como lo están los Plaza. Un Velaza, filólogo, lingüista, se ocupa con otros compañeros en descubrir los mensajes que nos tenía guardados la mano de Irulegi. Y hasta ha ideado una letra de jota para homenajear al pariente que regresa.

La escuela de Castejón es la única que hasta ahora ha osado oponerse firmemente al modelo educativo PAI que la derechona navarra engendró para cortar las alas al euskera.

Y por mucho que el PSN, en un acto de cobardía, niegue el pan y la sal a los deseos del pueblo, al arrimo de los que siempre fueron sus enemigos más directos, no conseguirán ni que Castejón comulgue con el PAI ni que Mañeru renuncie a dejar de ser zona no vascófona.

Al parecer nosotros hacemos política cuando expresamos nuestros deseos. Ellos no la hacen cuando se oponen a la voluntad popular. ¡No te jode la carga leña!

Aun así, saben que sus oídos sordos y su ceguera no encuentran eco en las gentes que reclaman sus derechos. En este lado del mundo nos cogemos cabreos por las injusticias a las que nos pretenden someter pero, sin más tardar, levantamos la cabeza y avanzamos con más fuerza sabiendo como sabemos que el futuro nos pertenece.

Arrimando el agua a mi molino, tengo que recordar que Castejón está escrito en letras de oro en el olimpo de nuestra memoria colectiva.

Muchos años han pasado desde que al poder centralista le fracasó la gamazada que quería acogotar nuestras libertades. A los comisionados navarros, en aquel final del siglo XIX, les esperaba el pueblo en la estación de Castejón. Se enarboló en ese momento por primera vez la ikurriña que ahora prohíben los que mandan en la Alta Navarra. Se cantó el Gernikako arbola. No se nos ha olvidado su letra ni tampoco hemos dicho la última palabra.