El 20 de este mes, en las Cartas al Director al periódico DIARIO DE NOTICIAS, se lamentaba Asier Urzay de que la efigie de San Miguel de Aralar no hubiera entrado en “Diputación, la casa de los navarros y navarras”, visita que sí se había consumado en el Ayuntamiento de la ciudad, “la casa de los pamploneses y de las pamplonesas”, supongo. Además de calificar el hecho como un acto de censura, sin especificar quiénes podían ser los destinatarios de esta, sostenía que “hace falta ser cenutrios para suprimir este acto”. Y cenutrias, imagino.

Cenutrio, según el diccionario, es “aquella persona torpe, desmañada, completamente estúpida, lenta de entendederas,”. Vamos, un zoquete integral. El vocablo, como señalan algunos filólogos, hace referencia a un animal de agua y que fuera de ella son unos torpes de cuidado.

Eso significaría que quienes han censurado la visita de la efigie de San Miguel de Aralar son unos seres vivos pertenecientes a la familia de los cenutrios que, por antonomasia, son la quintaesencia de la clase estúpida integrada por zoquetes. Un juicio moral que, para entenderlo mejor, hubiera sido ideal que el autor de la carta especificara a quiénes se refería y atisbar así, si quienes prohibieron la entrada del ángel en Diputación, eran y siguen siendo unos cenutrios con denominación de origen integral, ejerciéndolo a tiempo completo o parcial. Por regla general, no somos estúpidos a todas horas y bueno es saber que nadie agota su personalidad en uno de sus actos, a no ser que tengas el título de cenutrio canónico.

Asier Urzay decía que “no entendía nada”, confesión peligrosa ya que lo colocaba en muy mal lugar. “No entender nada” es cualidad esencial de los cenutrios. No solo no entendía lo sucedido, sino que “podría comprender” que la visita “hubiera sido recaracterizada en su protocolo, pero suprimirla no”. Esto solo podía ser patraña de cenutrios. Como explicación final, advertía de que se estaban mezclando “cuestiones raras y manías” sin especificar.

En fin, apunto yo que, tratándose de un cenutrio -y no lo digo como insulto, sino de alguien que no entendía nada-, espero que comprenda e interprete bien lo siguiente. La negación de Diputación a la visita de la imagen del Ángel de Aralar no es producto de ninguna censura, ni resultado de mezclar “cuestiones raras y manías”. Seguro que entre los “supuestos censores”, que han decidido que esa imagen santa y venerada por muchas personas de Pamplona no penetre en la casa de los navarros, hay, así me consta, devotos del santo. ¿Entonces?, se preguntará el cenutrio de turno.

Se lo explico. La Diputación, como “casa de los navarros y navarras”, es una institución pública. También, lo es el Ayuntamiento. Pero quienes, en estos momentos, son inquilinos de Diputación respetan el hecho de pertenecer a un Estado Aconfesional, y entienden que no deben -so pena de conculcar el artículo 16.3 de la Constitución-, someterse a los dictados de una confesión religiosa, la católica, porque discriminaría al resto de la sociedad, que comulga con otras religiones o no lo hace con ninguna.

Asier Urzay, para no entender nada, lo dice muy bien: “la Diputación es la casa de todos los navarros”. Por eso, la única manera de respetar las diferencias religiosas que conviven en esta comunidad foral y, en este caso particular, en la ciudad, consiste en no mimar ninguna confesión religiosa. Por lo que se puede concluir que la Diputación no padece ninguna manía ni ninguna rareza. Menos aún la enfermedad crónica del cenutrio. Se limita a respetar la Constitución, es decir, a no discriminar en esta materia tan inflamable -sobre todo para los católicos-, a la ciudadanía. Algo que no ha hecho el Ayuntamiento de Pamplona al aceptar esa visita de carácter religioso y confesional, exclusivo y excluyente. Y lo es porque quienes rigen la municipalidad en estos momentos han superpuesto, no sus manías, ni sus rarezas, sino sus creencias religiosas por encima del credo político de neutralidad constitucional al que deberían someter su actuación, dejando aparte su fe.

Alguien deducirá que, al defender esta postura, estoy en contra de la visita del ángel a la ciudad de Pamplona. Para nada. Lo que digo es que el espacio destinado a estas performances religiosas son las iglesias de la ciudad. Las instituciones públicas, que representan la ciudadanía, no deben, aunque sus inquilinos sean creyentes, permitir que esto suceda, porque no están siendo justos ni respetuosos con la sociedad, ni coherentes con el Estado Aconfesional al que, supuestamente sirven y ello tras haber sido elegidos mediante sufragio.

El Ayuntamiento, al aceptar que una efigie religiosa entre en sus instalaciones, está infringiendo un principio fundamental de convivencia y de respeto consagrado por la Constitución, que es el de la aconfesionalidad. Por el contrario, la Diputación, al no someterse a esa tradición, por mucho que pueda doler a los forofos del ángel, lo único que está haciendo es respetar la Constitución y la pluralidad religiosa de la ciudadanía y la de quienes no profesan ninguna confesión.

Por tanto, no se trata de una cuestión que mezcle cosas raras y manías, propias de una cuadrilla de cenutrios alborotados, sino fruto de una coherente decisión con el principio de neutralidad religiosa que establece la Constitución y merece un aplauso, cosa que el Ayuntamiento de Pamplona no. Ni siquiera se trata de una cuestión ideológica -aunque muchos, tal vez cenutrios, así la perciban-, sino de respeto a la Constitución, la cual debería ser la regla fundamental para ordenar este tipo de protocolos, salvaguardando siempre el respeto a la pluralidad ciudadana en esta materia, afecte a la religión católica, protestante o musulmana. El intento de celebrar festividades religiosas en las instituciones públicas es una tradición que hoy choca con los planteamientos aconfesionales establecidos por la Constitución.

Y repito: que venga el ángel cuantas veces quiera a la ciudad, siempre y cuando el poder civil no se someta a su vasallaje. El poder civil está por encima del supuesto poder religioso, y que no lo es, puesto que no deriva de la ciudadanía. La visita del ángel es un acto religioso, exclusivo y excluyente, y como tal su lugar de celebración adecuado es la Iglesia. Entiendo, por tanto, que la decisión de Diputación no fue cosa de cenutrios despistados o descerebrados. Y cenutrias.