El premio Nobel H. Boll narra, en una de sus novelas más conocidas, como el ejército alemán desmenuza el presupuesto que se le asigna. Deben gastar un tanto en combustible pero los transportes de tropa estaban parados y sin piezas de repuesto; idearon el levantarlo sobre ladrillos y con las ruedas en el aire, velocidad puesta y acelerador apalancado, recorrían kilómetros, sin moverse del lugar. El resultado final era que gastaban los litros de combustible asignado y además, quedaba reflejado en los cuentakilómetros; el presupuesto destinado se cumplía al 100%: objetivo cumplido (y con nota)

Es momento de aprobar la reválida política. Las elecciones están próximas y los aspirantes a presentarse/renovar los cargos públicos (parlamentario, alcalde), en un alarde de democracia interna que implica sumisión a los dictados (y amistades) del partido, el pueblo (en minúscula) tiene la última y definitiva decisión. De su voto depende el futuro de muchos cargos, quizás también nuestro futuro como sociedad. Entre lo prometido y lo factible realizado existe una distancia abismal lo que conlleva un alto abstencionismo; existen otros factores como la comodidad del votante o el pensamiento malsano de pensar que son todos iguales o que da igual el voto, ya que la economía predestina las decisiones. Pero el resultado es la abstención, la desmovilización que parece una palabra que transporta la responsabilidad al sujeto activo.

Pero es que al votante hay que dirigirlo cual niño pequeño y no entiende que lo políticamente prometido no es un compromiso sino una declaración de intenciones. Y lo que transcurre en el interior de los partidos, no es nada diferente a lo que pasa en el interior de cada familia con sus pequeños pecadillos. Todo lo solucionaremos con un relato sin contrarréplica y algo de marketing, que para eso están los profesionales y a escote nada hay caro.

Si decidimos votar, porque entendemos que es nuestra obligación (y nuestra vocación) surge la duda sobre a quién votar. Aspectos como posicionamiento a los problemas medioambientales, la defensa de la sanidad pública, educación, trabajo en empresas instaladas en el territorio, nos mediatizan. El entusiasmo en la gestión de expectativas nos ilumina a votar a partidos neófitos flor de medianoche, pero ya se encargan sus dirigentes de promocionar una voladura controlada; por tanto, a veces votamos para que nos quedemos como estamos, más vale conocido que por conocer.

Normativamente puede haber dudas sobre si se considera malversación, corrupción o sencillamente derroche. Hay situaciones que si no son malversación en sentido estricto, si es su hermano menor, aquello más visible y más encabronador. Me refiero a construcción de aeropuertos en cualquier capital de provincia sin ningún rigor, construcción de centros/bares de jubilados desvalidos independientemente de su necesidad, estaciones de AVE sin pasajeros que Dios las tenga en la gloria.

Esa es la idea, visibilizar (inaugurar) lo que hago; edifica que algo queda. Pero si además tienes cierta formación, un mínimo de capacidad oratoria y cierta experiencia, junto con cara televisiva o sobresalir en alguna práctica deportiva, las posibilidades aumentan.

Muchas personas basan su futuro, no solo económico, también de ego, en las elecciones. Y para ello necesitan palafreneros limosneros adaptativos; hay capitanes intrépidos y otros que son de pelotón y ello implica lealtad a la tribu, incluso a la facción.

La duda surge en intuir quien nos va a aportar más calidad de vida o, al menos, más tranquilidad social. Deberíamos aprender a levitar sobre los hechos, pero somos terrenales y con los pies en barbecho saltamos a la pata coja sobre la realidad política.

En las elecciones municipales, la elección es más sencilla. Con frecuencia hay cierto conocimiento personal de alguien de la lista. Si ya hay antecedentes de elecciones previas, la elección se simplifica mucho. Por supuesto quien tiene cara de tanatorio tiene pocas probabilidades de continuar en el servicio público; y quien se queja de un exceso de trabajo, resoplando como si estuviera apagando velas, no sería mi primera opción; tampoco quien se comporta cual sorgiñe montaraz, habilidosa en dar pellizcos de monja, tampoco los tóxicos cascarrabias pernéanos, hacedor de entuertos.

Las grandes infraestructuras han desaparecido de nuestro conuco años ha. Quedan esas pequeñas obras, a veces miniaturas, que dependen básicamente de las ayudas/subvenciones recibidas del gobierno autonómico que, si casualmente coincide con el partido que las distribuye, siempre supone un plus respecto a otros no mimetizados. La falta de ética supone un verdadero elogio de la hipocresía

Posiblemente haya disparidad en los criterios para jerarquizar el gasto público. Las necesidades de los lugareños se deben priorizar si queremos mantener población; y si estos necesitan cobertura telefónica eficiente, se debe posponer el lavadero de bicicletas o la pista de pádel o petanca. Se deberían valorar otras formas de expresión de necesidades, incluso preguntando a la población y empezar a considerarles como adultos racionales y no como ateos supersticiosos; ser menos espectaculares pero más prosaicos.

Donde muchos sitúan el bucolismo edénico implícito en una fotogenia de la despoblación, otros manifiestan su preocupación y ansiedad. Para muchos presentados, bien porque les supone un medio de vida, por ego, por preocupación social, por ideología o por tener la vista puesta en el mañana, el entrar en listas es fundamental. Y una vez que eres electo, es (debe ser) muy difícil sustraerse al efecto continuista, enjabonador de egos. Queremos pueblos que sean algo más que capillas para la plegaria y la reflexión, que cuiden la pasión pequeñoburguesa del turista-viajero pero que respeten y dignifiquen la concordia y consenso de los lugareños.

La demagogia deconstructiva sobre la (des)población es gestión retórica y olfato político; no necesitamos anabolizantes populistas.

*El autor es sociólogo