Cuando se vislumbra la posibilidad de un nuevo gran acuerdo programático para poder investir al futuro presidente del Gobierno de Navarra, la educación vuelve a la escena. Y digo esto porque en campaña estoy viendo y oyendo hablar de sistema sanitario, vivienda, economía, impuestos, sostenibilidad, emergencia climática, convivencia, rebaja del frentismo… Esto es de casi todo lo ajeno al trabajo diario escolar que el sistema educativo prescribe de acuerdo con la CE de 1978. ¿Han acordado meter la educación en un cajón?

Aunque todos alaban la diversidad de los navarros, considerándolo un factor de riqueza, en la realidad escolar está conduciendo a un caos organizado. Al igual que en sanidad es la profesionalidad del personal la que salva el sistema, en la enseñanza no universitaria es el personal docente y no docente el que enaltece la labor de colegios e institutos. No quiero decir con esto que no sea importante la acción de las familias y la Administración, pero para conseguir que el alumnado progrese, madure y se sienta útil para el mundo laboral hace falta un trabajo intenso diario, sin prisa pero sin pausa. En Educación no puede haber pausa. Todo parón es un retroceso. Lo de hoy ya es pasado y el porvenir no nos espera; lo tenemos que alcanzar. El futuro ya es ahora. No es filosofía lo que expongo. Es pura biología. Cada día que pasa es irrecuperable. Cada año nuestros jóvenes deben superar un curso escolar. No hacerlo así es un fracaso. Un fracaso social, no sólo escolar.

La enseñanza tiene muchos agentes a su favor, pero últimamente se están subiendo a la parra los defensores del pin parental. Hay padres y madres que desean privar a sus hijos e hijas de aquella formación que a ellos no les gusta. ¿Quién defenderá los derechos de la infancia? Si son sus padres los que mejor saben lo que es bueno para ellos, ¿qué papel le queda al Estado? Hay dos modelos opuestos sobre la mesa: socialdemocracia o liberalismo.

La educación no admite pausas, pero terminamos una legislatura en que no hemos avanzado demasiado. La pandemia ha influido, el volcán de la isla de La Palma no. Los bajos resultados de PISA, la bajada en la comprensión lectora, la elevada temporalidad laboral de docentes, la falta de colaboración de muchas familias, las falsas acusaciones de imposición y adoctrinamiento… Están a niveles semejantes, si no superiores, a los que teníamos en 2019.

El lodazal de las lenguas sigue activo a pesar de la pertinaz sequía. La bajada demográfica no es sino fiel reflejo de nuestro estado de bienestar. La gratuidad de la enseñanza obligatoria sigue siendo una quimera. Si no se cierra ni un colegio público es gracias a la inmigración. Por suerte, o por inteligencia, la mayoría social sigue confiando y utilizando la red de centros escolares públicos; lo mismo que hace con la sanidad.

Conseguida la unidad necesaria para gobernar, faltará hacerlo. Por eso merecen escucha las voces que plantean un gobierno valiente para la próxima legislatura. Y digo yo, ¿será tan valiente como para solucionar los problemas que nos ocupan?. No es tarea fácil. La sociedad navarra parece estar muy polarizada. Las encuestas, los sondeos, los poderes fácticos, los foros sociales, todos lo dicen.

Si las urnas lo confirman, preparémonos para unos años próximos más que interesantes. Yo animo a votar porque soy de la generación que no pudo hacerlo hasta los 25 años para aprobar la CE del 78 que, por cierto, aún está por cumplirse. ¡A ello, oye!

El autor es profesor jubilado