En mayor o menor porcentaje, todos tenemos cierto componente de bipolaridad y no nos extrañamos, ya que convivimos con los tales. Pero cuando la misma adopta el currículum de la cuadratura con tiempos muy definidos, intuimos que hay un componente de artificiosidad y ello es sospechoso ya que pensamos que su objetivo es obtener un beneficio complementario a nuestra costa.

Un ejemplo paradigmático de esta situación es la representada por la clase política. En un primer momento pueden ser aspectos como la amistad, la empatía, la confluencia de intereses, incluso la vocación nos mediatiza para confluir en un determinado partido/agrupación electoral, en un primer estadio. Son free lance que intentan contar la verdad de lo que ven pero siempre valorando y aceptando que puede haber otras ópticas con sus matices, otras maneras con sus ademanes y otras orientaciones con sus brújulas. Pero siempre desde el respeto al contrario, de quien pensamos que es un compañero de viaje con unos intereses similares y poniendo el bien general por encima del bien particular e incluso por encima del bien del partido/tribu; en resumen, convivimos con nuestro avatar, con los ojos del romanticismo.

El destino ha trabajado a su favor y ha surgido un cisne negro que ha provocado que ocupe un escaño. No era relevante, no formaba parte de ninguna comisión (como la mayoría de compañeros), pero le permitió conocer a otros de sus iguales compartiendo mesa y mantel. Ya desde un primer momento fue consciente de las ventajas que ello suponía; especialmente disfrutaba cuando se desplazaba a alguna sede del partido y todos se afanaban en agradarle, dando conversación, invitándole a comer y pidiendo una subvención para alguna actividad en la que tenía derecho de pernada; un disfrute.

Cercano ya el fin de la legislatura fue consciente de esas bagatelas y también de que otras zancadillas se iniciaban en el arte del halago al responsable de listas; de recibir a dar. Ya había dejado atrás la edad de los amoríos, no cabía regateo posible, era el todo o la nada; salir despedido sin cinturón de seguridad o dejarse ver donde corresponde: en aquellas sedes que antes me daban conversación y me invitaban a comer. De tararear a Andión a tararear a Amaral.

Estaba tan imbuido del espíritu del partido (ejem, ejem) que se ofreció (previa invitación del secretario del partido) a trabajar en aras del bien común, del partido y de mi secretario general. Los días de leche y miel se trastocaron en hiperactividad engatusadora, era lo que tocaba.

Se ofreció a escribir discursos, a encontrar frases brillantes que ningunearan al contrincante, a actuar de asesor en los debates de sus jefes, a ser plañidero en páginas interiores de los medios, aplaudir hasta hacerse sangre. Pero le destinaron a patear las calles; tú vales, dijeron.

Y hete aquí, en el mercado municipal conversando amigablemente con alguien que no conoce y, si valen las intenciones, promete que nunca más volverá a ver; alabando el chuletón al punto, a él que le gusta la carne churruscada; bailando en San Isidro, vestido de chulapo y prometiendo que está haciendo un curso intensivo para aprender a bailar la sardana cual si fuera un nativo de Ripoll; hablando en aranés quien es botifler; comiendo sin apetito txistorra que le produce gases. Parece que todo ello, y algo más, son potenciadores de la determinación, antes llamado patetismo deductivo; del narcisismo al cero absoluto.

Con anterioridad, acudió al reportaje fotográfico en el estadio de fútbol; entiendo que, por empatía, se está futbolizando la política con hooligans de banderín y Don Corleones constructores. Todos los compas con el balón en los pies, excepto él que intenta tomarlo en las manos, pues siente simpatía por los zagueros que, con frecuencia, son los mejores tiradores de penaltis. Pero no lo aceptan, argumentando que todos son iguales (jaja).

Además de los hechos, es obligado tener en cuenta el currículum partidista y personal de cada aspirante. Así, debemos descartar en la candidatura a quienes han sido acusados y sentenciados por violencia familiar, sea en Valencia u otro lugar. De igual manera, a quienes han sido acusados y sentenciados por asesinato (sin importar la motivación ideológica), sea en País Vasco o no. Y tampoco quienes han sido acusados y sentenciados por corrupción, no importa sea Cataluña u otra. Y tampoco quienes tienen nariz de Pinocho por mentir con promesas incumplidas sin dar nada a cambio (justificándolo, por ejemplo), o por criticar y demonizar hoy lo que ayer ellos mismos negociaron, sean partidos independentistas o no. Y esto no por puritanismo, ni por ser más papista que el papa, sino por dignidad y por respeto al votante, o sea, al pueblo que les va a permitir que vivan a sus (casi) anchas.

Así mismo, es indecente que un cualquiera, independientemente de su historial formativo, se convierta en magister de casta, exclusivamente por saber anudar el nudo en la corbata al jefe de filas de su partido. Y no por elitismo pero tampoco por populismo, de derechas y de izquierdas, que también lo hay; animadores socioculturales o técnicos administrativos son ejemplos de nuestros representantes políticos, madre mía. Como también que la ubicuidad, un don exclusivamente divino, facilite la candidatura conjunta a ayuntamiento y parlamentarios; incluso alcanzaremos a ver a un candidato presentarse por 2 opciones políticas: será por programa electoral o por decisión del partido (toma ya, Rogelia).

Un buen inicio seria desterrar, transfronterizar la invitación social a mentir. Lo que en su origen fue considerado aval de honradez se ha convertido en un desfalco. Hablo de la Declaración de Bienes de los electos políticos. En las elecciones de 2019 hubo un movimiento ciudadano en Navarra, que no cuajó, dispuesto a hacer colectas de alimentos y llevarlas al Parlamento, dada la hambruna propia de posguerra de que hacían gala algunos electos, sean nacionalistas o no. Este nomenclátor, generalizado, es suicida en cuanto a creencia y fe en la democracia. Cinismo en pureza.

Alguien puede pensar en un placer sibarita por la moqueta; pero juro y prometo (ambas dos) que no es egoísmo propio de idolatras, sino una convicción sin matices en que pueden aportar valor no por utilizar recursos dramáticos, sino por el talento que asiste en interpretar el deseo intangible de los votantes.

Desterrar estas prácticas cuasi mafiosas propias de ególatras arrogantes no es suficiente para fortalecer la democracia, pero sí imprescindible. Todos debieran tener un debe y un haber y un montante con una puntuación resumen. Pero una partidocracia insalubre y cesarista, casi militarizada, imposibilita que las listas de candidatos nominales sea una solución democrática a las demandas sociales; consiste en democratizar la democracia.