En el Día Mundial del Prematuro
Reconozco que lo que sigue a estas líneas no me enorgullece pero, a estas alturas y tras haber cargado con mucha - muchísima - culpa, tampoco me avergüenza. Y es que, por muy egoísta o frío que resulte, el día que ingresé embarazada de casi 26 semanas con diagnóstico de “amenaza de parto prematuro” deseé que se resolviera todo, fuese como fuese, cuanto antes. ¿Para qué prolongar este sufrimiento? ¿Para qué semejante despliegue de medios? Ni siquiera teníamos claro cuál iba a ser el desenlace, y éste podía ser muy pero que muy desfavorable con una probabilidad significativa. ¿Valdría todo esto la pena? Mis sensaciones durante los tres meses de ingreso posteriores en la Unidad de Neonatología, sobre todo las primeras seis semanas, no fueron mucho mejores. Había rachas en que parecía que por cada paso adelante dábamos dos hacia atrás, todo ello aderezado con los incesantes pitidos de los monitores, las vías imposibles, las sondas rebeldes, los múltiples modelos de respiradores y mascarillas a probar y los constantes sustos. Y sí, muchas veces, hundida en el desánimo y el dolor más profundo me preguntaba ¿y esto, para qué?
Dos años después no imagino cómo sería mi vida sin nuestro hijo, quien nos regala cada mañana la sonrisa más bonita del mundo y nos deslumbra con la mirada más brillante del universo, gracias a todos y cada uno de los cuidados que se le proporcionaron en su momento, así como todos aquellos (muchos) que se le siguen dando. Cada día que pasa, desde que empezamos a “ver la luz” tras unas cuantas semanas de UCI, ya con la mente menos nublada, pienso en la suerte que tuvimos, aunque algunas cosas se puedan aún mejorar, de haber caído en un lugar donde la sanidad de calidad NO ES UN LUJO sólo al alcance de unos pocos - sinceramente siento que de no haber sido así, hoy no estaría entre nosotros - y donde, como SOCIEDAD, hay conciencia de las necesidades que puede tener un niño prematuro y, sobre todo, hay RESPETO hacia la infancia y la m(p)aternidad. No hubiéramos podido pagar esto en cien vidas, me digo, como también me recuerdo que no tendremos nunca la capacidad de devolver todo el cariño que hemos recibido - no sólo él, sino también su familia - hasta el día de hoy.
Apunta maneras nuestro pequeño, a quien le fascinan la música, las plantas y la cocina. En mis momentos de megalomanía maternal - ya se sabe las aspiraciones que a veces tenemos las madres -, deseo sinceramente que algún día aquellos que tan bien han cuidado de él pudieran disfrutar de un buen concierto de su mano, de un precioso ramo de flores de su creación, o, quién sabe, de una de sus deliciosas y famosas pizzas. Aunque francamente a mí, como madre, me basta con que sea un hombre feliz y consciente de la gran oportunidad que un día se le dio, que no es otra que la vida.
La respuesta a todas aquellas preguntas la tengo ahora delante: vale la pena la lucha, no me cabe ninguna duda.
Feliz Día Mundial del Prematuro y gracias.