Todo lo que está pasando y no pasando en torno al monumento a los Caídos de Pamplona nos habla de la importancia de la memoria colectiva.

Para los otros caídos, los vencidos, los humillados, los represaliados, los herederos de los fusilados, ese edificio es como un cuchillo afilado que no deja que cicatrice la herida y la vuelve a sajar una y otra vez, provocando una hemorragia emocional permanente. Ese edificio cumple su cometido a la perfección, sigue metiendo miedo, sigue recordando que por pensar y expresarse libremente te pueden volver a matar, a torturar o a expulsar de tu tierra.

En noviembre de 2015 se aprobó en el Pleno del Ayuntamiento de Pamplona cambiar el nombre a la plaza donde se ubica el monumento a los Caídos, de ser una denominación franquista (plaza Conde de Rodezno), pasó a llamarse plaza de la Libertad. La variación es laudable, pero resulta paradójico leer la placa de plaza de la Libertad y estar enfrente del mayor símbolo de la ideología contraria a la libertad. Y conforme más pasa el tiempo y el edificio sigue intacto, más duele esa denominación en ese lugar.

Tras el cambio del nombre de la plaza y la exhumación de los restos de Mola y Sanjurjo, el Ayuntamiento convocó un concurso de ideas para transformar el entorno con las opciones del derribo o de la resignificación del edificio. Se presentaron 49 propuestas de equipos de arquitectos, se seleccionaron 7. Ninguna propuesta contentaba a nadie, todas adolecían de algo importante, de hecho hubo unas 719 aportaciones de la ciudadanía. Si 49 equipos de arquitectos no han sido capaces de salvar el edificio, el concurso de ideas nos hizo ver que va a ser imposible hacer un uso útil y atractivo del edificio, que tiene tantos condicionantes negativos que no es posible su reutilización. Ahora figura como sala de exposiciones, pero su uso es muy esporádico, porque es complicado montar exposiciones porque la conservación de las obras en ese espacio es difícil y no resulta agradable la visita.

Aunque para mucha gente sea reconocer el error en una posición de reutilización y resignificación del edificio, el edificio sobra. Se diseñó y se ejecutó con la idea de que fuera un monumento al franquismo, al fascismo, a los caídos del bando vencedor de la guerra incivil. Un monumento que a su vez supusiera un hito urbanístico en la ciudad, pero lo hicieron todo mal. Está muy mal situado, la fachada principal está casi siempre a contraluz, quedando la mayor parte del día sombría, oscura, enfatizando el carácter amenazante, fantasmal. Está elevado sobre una plataforma que dificulta su acceso, da la espalda a todo el crecimiento que la ciudad ha tenido por la zona del Tenis y Lezkairu. El estanque que acompaña al monumento parte en dos la plaza. El arbolado de la plaza y el de la avenida Carlos III prácticamente lo ocultan en la distancia, por lo que no se ve perdiendo el valor de hito. Y a nivel estético, es un pastiche neoclásico tosco. Simboliza lo peor del ser humano, y además no podemos hacer nada con él por lo que su continuidad es perpetuar el dolor y la congoja.

Una congoja justificada por los datos macabros de la represión franquista. En una entrevista reciente en DIARIO DE NOTICIAS a Javier Enériz, doctor en Derecho y Defensor del Pueblo hasta 2022, con motivo de la presentación de su libro De la República a Franco. Navarra 1931-1945, señala que en Navarra fueron fusiladas unas 2.300 personas solamente en los cinco primeros meses tras el golpe de estado, tachándolo de limpieza ideológica. Y según el Fondo Documental de la Memoria Histórica en Navarra de la UPNA están registradas 3.507 víctimas mortales de la represión franquista entre 1936 y 1948. Había 355.001 habitantes en Navarra en el año 1936 a 1 de julio (supondría el 1% de la población asesinada, que, traído a nuestros días, sería de 6.755 asesinadas). Si miramos los resultados de las últimas elecciones es como si se aniquilara al 100% de las personas que votaron a Geroa Bai, o al 84% de los votantes de Bildu o al 70% de los votantes del PSN. Terrible ¿no? Un auténtico genocidio ideológico. Pues esto es lo que representa el monumento a los Caídos, la impunidad de asesinar, y encima conmemorarlo in eternis, salvo que se ponga remedio.

El remedio es la valentía que nos falta en esta tierra, apostar por la modernización, por la renovación, por dejar curar heridas, restituir honores, por dar una lectura verdadera de lo que realmente pasó, un discurso claro. Esta ciudad se merece un Centro sobre la Memoria Histórica como el que se está planteando en el palacio de Rozalejo, y también un edificio emblemático, moderno, llamativo, útil, integrado en la trama urbana y muy atractivo, que dinamice culturalmente la ciudad, la comarca y toda Navarra.