“Si yo creyera que el hombre es la imagen definitiva de Dios, entonces no tendría mucha confianza en Dios” (Konrad Lorenz)

Paciente lectora y lector: ¿Recuerda estos titulares?: “Suben a 2.400 los muertos, y a 2.000 los heridos en el terremoto de Afganistán”. “Elevan a más de 880.000 los damnificados por el temporal en Libia, que deja 40 000 desplazados”. “Miles de muertos y heridos en el terremoto de Marruecos, daños graves y ciudades aisladas”.. “Explota el cono principal del volcán de La Palma”.

Atento a estos otros (sin orden ni cronología): “La violación y tortura de una niña de tres años estremece a Colombia”. “Un pistolero mata al menos a 18 personas y deja decenas de heridos en Maine (EEUU)”. “Matanzas en vivo y cadáveres hechos ceniza: Israel revela imágenes de la masacre de Hamas”. ”La Media Luna Roja Palestina denuncia un ataque israelí contra un convoy de ambulancias del hospital de Al Shifa”…

Si preguntáramos qué diferencias encontramos entre unos y otros, podemos proponer muchas, pero sugiero alguna: frente a los primeros –fatalidades imprevisibles–, poco podemos hacer. Los segundos –voluntarios y “humanos”–, son intencionados, por tanto, evitables.

Pero las catástrofes naturales no siempre se consideraron fatalidades ajenas a la acción humana. De hecho, las tragedias han solido incitar a veces a la búsqueda espiritual con el fin de encontrar un significado último, relacionando historia y religión. Es lo que ocurrió con el archicitado terremoto de Lisboa de 1755, que no solo dejó casi 200.000 víctimas, sino que supuso también un “tsunami” para la confianza en el progreso y en la ciencia en el “mejor de los mundos posibles” ; y que llevó a Voltaire a concluir : “si Dios existiera, se notaría”.

¿Solo reflexiones teóricas, filosóficas, trasnochadas o atemporales? Pues recordemos que casi dos siglos después, la barbarie nazi que desembocó en Auschwitz y en el holocausto, suscitó los mismos planteamientos sobre la “banalidad del mal” (que diría la “renacida” Hanna Arendt). Con la salvedad de que hoy el holocausto ha cambiado las tornas, las víctimas y los verdugos.

Por eso se quejaba de esta forma Roger Garaudy en Los mitos fundacionales del Estado de Israel “que este Estado de Israel sea la respuesta de Dios al holocausto no es más que otra moderna mitología”. Y concluía el pensador francés: “Como si Israel fuera el único refugio de las víctimas”. Y en sus páginas desmenuzaba las falsas ideas o mitos teológicos utilizados como fundamento que nos llevan hasta hoy: el mito del pueblo elegido que justificó el exterminio de otros pueblos, el mito del sionismo antifascista, el mito de una tierra sin pueblo, el mito del milagro israelí… Y acababa sentenciando: “Occidente es un accidente”.

Porque no están solo en juego el origen y la solución del conflicto, sino la “crítica a la retórica” de los Derechos Humanos “y todo lo que les rodea: el papel de la Corte Penal internacional o las Resoluciones de Naciones Unidas –pongamos por caso–; convertidas en declaraciones de buenas intenciones (suponiendo que haya intención alguna). Resulta curiosa la agilidad de estos organismos frente a la invasión rusa de Ucrania; y la actual pasividad frente a Israel, que convierten a Putin en una anécdota residual (si me permiten la ligereza). Voces más cercanas han puesto de manifiesto esta “ficción” eurocéntrica desvelando el racismo y el apartheid ocultos, como recientemente ponía de manifiesto Itxaso Domínguez de Olazabal (Palestina: Ocupación, Colonización, Segregación. 2022): Se habla de valores universales –venía a decir– mientras se mantiene la jerarquización en el seno de la sociedad internacional, ligada a un racismo estructural que no se quiere reconocer en un país considerado parte de Europa, pero sí en el caso de Sudáfrica.

Ni hace falta centrarse en Palestina para denunciar estos prejuicios eurocéntricos. A buen seguro que este vergonzoso titular de hace escasas semanas pasó inadvertido: “Australia rechaza en referéndum el reconocimiento de sus indígenas” (sábado, 14 de octubre).

Que las brutalidades cometidas por Hamas debieran estar fuera de duda alguna, y que los secuestros, matanzas o decapitaciones nos retrotraen a capítulos que creíamos enterrados en la historia (razzias medievales y toma de rehenes, Saqueo de Roma o matanza de la noche de San Bartolomé en la Europa moderna) parecen evidentes. Pero eso no autoriza ni a condenar al secretario general de la ONU Antonio Guterres al afirmar que su ataque no se produce en el vacío, ni al desequilibrio de fuerzas bajo la peligrosa “moneda común” del occidente “civilizado” que es el “derecho de Israel a defenderse” (que no supera la falacia y que nos “regala” también imágenes desenterradas: Gaza reducida a cenizas, como el Dresde o la Varsovia de la 2ª guerra mundial) Es como si las casi 900 víctimas de ETA hubieran justificado –una hipótesis– el bombardeo de zonas de Navarra, Gipuzkoa y el Iparralde en busca de zulos.

Poca solución para un mal endémico e histórico sin necesidad de remontarnos al relato bíblico que confundiría hoy quién es David y quién Goliat, y cuyo origen contemporáneo fue ya polémico, con algunas voces discrepantes en el seno del sionismo naciente. Como las premonitorias declaraciones del rabino Elmer Berger en Biltmore en 1968: “El actual Estado de Israel –afirmaba–, no tiene ningún derecho a reclamar el cumplimiento del proyecto divino para una era mesiánica. Es la pura demagogia del suelo y la sangre. El pueblo y la tierra no son sagrados y no merecen ningún privilegio espiritual”. Y concluía: “La política actual de Israel ha destruido y enturbiado su significación espiritual”. O las del ex primer ministro israelí Ehud Barak –nos recuerda Itxaso Domínguez–, quien en 2011 advertía a su país de que “el hecho de no otorgar soberanía a los palestinos en territorios ocupados traería consigue una serie de reprimendas diplomáticas” (¡qué suave fue!).

Un poco de antropología para finalizar (y dejar descansar a los lectores): Hace algunos años publicaba el naturalista y etólogo holandés Frans de Waal dos ilustrativas obras (El mono que llevamos dentro, y Primates y filósofos) en las que ponía el acento en el carácter cooperativo y empático de gorilas y chimpancés, relatando el caso de una gorila de ocho años que socorrió a un niño de 3, poniendo en peligro su propia vida. Pretendía estudiar el origen de la moralidad (como recientemente ha hecho Farshid Jalalvand en El Mono y el Filósofo) . Sus conclusiones mostraban el contraste con la frecuente tendencia humana al odio y la destrucción. Contraste que se hace más evidente si recordamos el fatal y reciente titular: “Muere una joven de 27 años tras ser atacada por una jauría de perros en Zamora”, y que hizo señalar a los expertos el “extraordinario” y poco común comportamiento de los canes.

En fin… ¡Qué pena que para definir nuestra naturaleza tengamos que acortar estos títulos y quedarnos solo con las primeras partes!: ¡Monos y primates!

El autor es profesor de Filosofía del IES Julio Caro Baroja de Pamplona