El año 2023 va a pulverizar un número muy importante de récords climáticos en todo el mundo, tal y como ha subrayado la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en la COP28, celebrada en Dubai: los niveles de gases de efecto invernadero, las temperaturas globales, el aumento del nivel y el contenido de calor de los océanos, la reducción del hielo marino, el desequilibrio energético terrestre; una cacofonía ensordecedora de récords, como literalmente ha expresado el secretario general del organismo, Petteri Taalas.

Este será el año más cálido jamás registrado. Los datos globales hasta finales de octubre muestran un aumento de 1,4° C por encima de la línea de base preindustrial (1850-1900). Tal y como ha ido noviembre y lo que se espera en diciembre, nos acercaremos finalmente al 1,5° C, con una diferencia estadísticamente abismal frente a 2016 y 2020, los más cálidos hasta ahora. Asimismo, los últimos nueve años, de 2015 a 2023, han sido los más cálidos registrados de todo el registro observacional. Es muy probable que el fenómeno de calentamiento de El Niño estimule aún más el aumento térmico promedio en 2024, tras alcanzar su punto álgido, aparte de que las temperaturas seguirán subiendo más adelante como respuesta a los gases de efecto invernadero que hemos emitido ya y que persistirán muchos más años en la atmósfera, así como de las retroalimentaciones que se han puesto en marcha en los bosques amazónicos y boreales, o en el Ártico.

Todo lo anterior viene acompañado de una meteorología extrema que ha dejado un rastro de devastación y desesperación en todos los continentes. Basten 2 ejemplos de ello: sólo en Canadá ha ardido este año una superficie equivalente a 17 veces la de Navarra, lanzando a la atmósfera el equivalente a 3 veces el CO2 que emite anualmente ese estado. En el Cuerno de África 5 temporadas consecutivas de sequía han dado paso a graves inundaciones, lo que ha incrementado un número enorme de desplazamientos, evidenciando una emergencia humanitaria a la que se le presta poca o nula atención. La sequía redujo la capacidad del suelo para absorber agua, circunstancia que aumentó el riesgo de crecidas cuando llegaron las lluvias en abril y mayo. Estos son ejemplos de peligrosos impactos que decimos que van en cascada, porque están concatenados en complejas relaciones multicausales.

El informe del Estado del Clima de 2023, en preparación por parte de la OMM, dará nuevas evidencias del alcance mundial del cambio climático y ofrecerá una instantánea de las repercusiones socioeconómicas, en particular sobre la seguridad alimentaria y las migraciones forzadas de la población.

Más cerca de nosotros, seguramente sentimos que la percepción social de todo lo anterior va en aumento a medida que los zarpazos de la emergencia climática se van dejando notar. Lo vemos ya en el paso migratorio de las aves, en los bancos de pesca en el Cantábrico, en el ciclo estacional de los cultivos, en la intensidad de las lluvias, en el número de partes de siniestro por tormentas, en las temperaturas nocturnas en verano y su afección al descanso, en la imposibilidad de cada vez más destinos turísticos en ciertas épocas del año o en tantos y tantos casos de impactos variados que sin ninguna duda se van a multiplicar en los próximos años. La implantación de las renovables y la mejora de la eficiencia energética avanzan y en buena manera son muy necesarias, tenemos que reconocerlo, pero es necesario acelerar los pasos en 2 aspectos que son cruciales. Por un lado, las estrategias de adaptación a nivel local, con implicación social y participación ciudadana. Aquí es clave que practiquemos mucho más la humildad y aceptemos que la prevención y preparación ante efectos muy negativos que están asegurados son mucho más relevantes que tratar de revertir lo que ya no tiene vuelta atrás en escalas de décadas y, en ciertos casos, siglos o milenios. Requerimos iniciativas en todas las escalas, desde la vecinal hasta la internacional, y también en distintos ámbitos: desde los clareos y la eliminación de biomasa forestal para evitar intensidades del fuego en incendios forestales que se escapen de cualquier control hasta plantar muchos, muchos más árboles en las ciudades. Pasando por más y mejores servicios de alerta temprana ante fenómenos que amenazarán cada vez más nuestra seguridad. De los poderes públicos necesitamos un mayor compromiso con las asociaciones y la financiación para hacer posibles estas y muchas otras iniciativas. El otro aspecto tiene que ver con la reducción del consumo. A la vista está que aquí vamos en la dirección contraria.

En resumen, no podemos volver a las condiciones del siglo XX, pero debemos actuar ahora para limitar y prepararnos ante los riesgos de un clima cada vez más inhóspito en este siglo y en los venideros.

El autor es delegado territorial de Aemet en Navarra