Acabamos de entrar en el último mes de un año que para la Administración ha debido suponer, visto lo visto, el punto y aparte de muchas etapas: la generada por la pandemia, la del empeoramiento de las condiciones laborales del personal sanitario, la de la pérdida de calidad de los servicios de salud, la de los conflictos sindicales post pandemia y preelectorales, etc.

Da la sensación de que, con el verano, todos estos problemas han llegado a su fin, y que la nueva administración –nueva aunque sigue siendo la misma– y, en concreto, la Consejería de Salud y su organigrama administrativo está en un modo transitorio hacia no sabemos dónde, diciendo “sí a todo” para, suponemos, contentar al personal, y creando encuestas y grupos de trabajo para valorar situaciones y problemas cuya respuesta son de sobra conocidos, y a los que se les debería estar ya aplicando soluciones.

Sin embargo, más allá de medidas de chequera para reducir listas de espera (y ya veremos…), el resto de las actuaciones que tenían que haberse llevado a cabo desde el primer momento que arrancó la legislatura se han quedado en los cajones.

Y esto es un hecho porque, de otra forma, las medidas firmadas por la anterior Administración, como las incluidas en el Preacuerdo de Mejoras laborales y profesionales para enfermería y fisioterapia, ya estarían aplicándose con total normalidad. Medidas que solventarían parte de los problemas que acosan al Servicio Navarro de Salud y a su personal, como la sobrecarga laboral causada por ratios más que ajustados, el exceso de horas enfermeras regaladas a la Administración debido al falso reconocimiento del solape, los agravios económicos generados, como la desproporción del complemento de capitación y dispersión o el coste de la productividad, la sistemática denegación de permisos, la desafección mostrada por las especialidades de enfermería (más doliente si cabe tras las publicación de la OPE del 2023) y un largo etc.

Tras una primera ronda políticamente correcta de las nuevas direcciones y el consejero de Salud con, suponemos, todos los agentes sociales, donde el “dadnos tiempo” cerraba cada reunión, nos plantamos a final del año sin avances en nada, en absolutamente nada.

Más allá de las palabras de trazo grueso en las primeras entrevistas al consejero de Salud sobre la importancia de la asistencia, de los cuidados, de las necesidades actuales de la población y del personal, de los accesos a consultas, de las deficiencias de hospitales, de la eficiencia (o no) de las unidades médico-enfermera, sures, etc, en resumen, de la enésima intención de mejora de un sistema obsoleto, a la hora de la verdad, y como siempre ocurre desde hace mucho con nuestros gestores, el tiempo pasa y aquí todo el mundo a por uvas. Una foto aquí, una firma allá…, como si el punto y aparte tras las elecciones supusiera un punto final a la etapa anterior y, “si te he visto, no me acuerdo”.

Como la Administración sanitaria no se ponga las pilas ya y arranque de una vez con la ejecución de medidas realistas y necesarias, empezando por las comprometidas por su predecesora, auguramos con pesar otra legislatura mediocre parcheando con el dinero de los navarros y navarras sin que se traduzca en nada que atisbe mejoras estables y eficientes a largo plazo.

La autora es secretaria autonómica de SATSE Navarra