Lo recuerdo como si fuera hoy, ahora que vuelve a estar en el candelabro. Año 1962, hacia las cuatro de la tarde, uno tras otro ambos los dos entran en Elizondo desde Pamplona y se estrenan la pareja de números de la Guardia Civil de Tráfico, montados en aquellas motos Sanglas, modelo 400 bastante aparente y buen producto de la ingeniería catalana para lo que se gastaba, dirección Dantxarinea. Parece, según, que la primera orden que recibieron pasaba por dejar claro (aún más) que quien mandaba aquí era aquel fresco general procedente de Galicia y ni competencia histórica, ni fueros ni nada, que se recorrieran la geografía foral y se dejaran ver. Y temer, de paso.

Uno de los pocos a quienes entonces oí protestar en público, y en voz alta, fue a Juanito, al maestro Juan Eraso Olaetxea, fundador y director de la Agrupación Coral de Elizondo, que no se solía cortar un pelo. Y lo hacía de forma inteligente, reivindicando el pisoteado derecho foral como el peligro para el sakel (el bolsillo), haciendo ver que a partir de entonces podrían multarnos dos cuerpos policiales, el foral y el invasor. Aunque el autóctono, por la razón de la fuerza que no por la fuerza de la razón, se vería obligado a plegar velas.

El caso es que entraron como paquidermo en cacharrería y un domingo, fiesta de guardar y a la salida de misa mayor con mucha más afición en la época, se disponen a cruzar la calle media docena de respetables vecinos, altura del Bar Amezti, donde oficiaba y servía unas gambas a la gabardina riquísimas y otras cosas el recordado Fermín Rosagaray Berango, excelente persona y camarero auténtico de los de chaquetilla blanca, cuando a inadecuada velocidad y con ruidoso agravante se aproxima la motorizada civil.

Uno del grupo de aquellos señores, al percatarse de que están cruzando la calle numerosos vecinos y vecinas, algunos de edad, dirige su mano abierta a la pareja que llega en gesto e indicación de que se detengan en razón al abundante tránsito humano que se registraba.

¿Cómo, que se atreve a decirme que pare, pero este qué se ha creído?, debió pensar uno de los motoristas. Amenazante, bájase del mecánico corcel, va y se acerca vociferando y gesticulando a quien le hacía indicación de parar y, sin más, le afloja una patada allí donde la espalda pierde su santo nombre.

Nunca lo hubiera hecho. El agredido resultó ser nada menos que el alcalde del Valle de Baztan, también en aquel tiempo, como todos los alcaldes, jefe local del Movimiento. El caso es que, a pesar de su mucho chau-chau lloroso y usted perdone, el primer edil baztandarra puso el asunto en conocimiento del poncio pilatos falangista y de las JONS, el gobernador civil de Navarra, José López Cancio, que acababa de llegar y en lo que se cuenta le buscó destino al agresivo civil de tráfico, en la entonces provincia de Sidi Ifni donde se acababa de librar batalla con marroquíes y había hermoso jaleo.

Para que se divirtiera pegando patadas a las piedras. Por listo.