Cuarenta países adoptaron en 1987 el Protocolo de Montreal (Canadá), acordando eliminar gradualmente el uso de los famosos clorofluorocarbonos (CFC) y otros compuestos químicos usados en refrigerantes, solventes y otros productos industriales que afectaban la capa de ozono que protege la Tierra. Fue un logro histórico, el ejemplo más exitoso de países unidos frente a una compleja amenaza colectiva para el medio ambiente. Algo más de tres décadas después, la capa de ozono atmosférico se está recuperando lentamente, protegiendo de los niveles adicionales de radiación ultravioleta que causan cáncer, daño ocular y otros problemas de salud.

Pero las virtudes de aquel acuerdo, finalmente ratificado por todos los países, son más amplias que su impacto en el agujero de ozono. Muchos de esos productos químicos también son potentes gases de efecto invernadero. Por eso, como un beneficio secundario importante, su reducción en las últimas tres décadas podría reducir hasta 1ºC las temperaturas promedio en todo el mundo hasta 2050.

El Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal, en su último informe cuatrienal, ha confirmado que la eliminación progresiva de casi todas las sustancias que dañan el escudo protector que frena entre el 97% y el 99% de la radiación ultravioleta ha logrado proteger esta capa tan necesaria para la vida.

Hasta la fecha, los países no han logrado, ni a través del Protocolo de Kioto (Japón) en 1987 ni con el Acuerdo del Clima de París (Francia) en 2015, por citar los acuerdos más importantes logrados en la lucha contra el cambio climático, adoptar unos compromisos suficientemente ambiciosos y vinculantes para eliminar gradualmente las emisiones de gases de efecto invernadero, pero tampoco se han cumplido en su mayor parte lo más positivo de ellos.

A la luz del éxito obtenido con el Protocolo de Montreal cabe preguntarse por qué no se puede hacer lo mismo en la lucha contra el cambio climático. Algunos investigadores y expertos han escrito artículos extensos y libros completos que analizan las lecciones del Protocolo de Montreal y los puntos en común y las diferencias entre los esfuerzos respectivos sobre los CFC y los gases de efecto invernadero. Una opinión bastante común es que los CFC eran un problema mucho más sencillo de resolver porque los producía un solo sector, la industria química, principalmente algunas grandes empresas como DuPont, y se utilizaban en un reducido conjunto de aplicaciones.

Por otro lado, casi todos los componentes de todos los sectores de cada país producen gases de efecto invernadero. Los combustibles fósiles son la fuente de energía que impulsa la economía global, y la mayoría de nuestras máquinas e infraestructura física están diseñadas en torno a ellos.

También es cierto, como dicen distintos investigadores y expertos, entre los que se encuentra el profesor de derecho ambiental de la Universidad de California en Los Ángeles (EEUU), Edward Parson, que realizó un profundo análisis del Protocolo de Montreal publicado en 2003, titulado Protección de la capa de ozono: ciencia y estrategia, que la eliminación gradual de los compuestos que afectan la capa de ozono no fue un “camino de rosas”.

Pero también Edward Parson vino a decir que la perspectiva de unos nuevos y lucrativos mercados también ayudó. “La decisión de DuPoint de respaldar la prohibición de los CFC se basó en la creencia de que podría obtener una significativa ventaja competitiva a través de la venta de nuevos sustitutos químicos debido a su consolidada capacidad de investigación y desarrollo para crear productos químicos, su (limitado) progreso ya conseguido en el desarrollo de sustitutos y la posibilidad de mayores ganancias con la venta de nuevas especialidades químicas”.

Las diferencias son muy importantes entre la lucha por la protección de la capa de ozono y la climática. Con el ozono, el lobby que estaba enfrente era la industria química, mientras que en el cambio climático están grandes empresas energéticas y muchos gobiernos a su disposición para que las fósiles sigan, agarrándose en muchos casos a auténticas falacias para continuar como sea su explotación. Otra diferencia importante es que en el caso de los clorofluorocarbonados (CFC) y otras sustancias que dañaban a la capa de ozono se podían sustituir por otras, mientras que en el caso de los combustibles fósiles, suponen el 80% del consumo energético a nivel mundial.

En los últimos años nos encontramos con términos o conceptos, como la neutralidad tecnológica con que se pretende continuar con el negocio perjudicial de los combustibles fósiles, que es un argumento engañoso con el que se intenta que tecnologías sucias como los combustibles fósiles o emisiones de CO2 que destruyen el planeta, se vean con cierto consentimiento por parte de los gobernantes y la sociedad. O, también, llevar a cabo reforestaciones en otras partes del mundo para actuar como sumidero de CO2, cuando de lo que se trata es de abandonar la senda de los combustibles fósiles.

La cuestión clave es si vamos a permitir que la industria de los combustibles fósiles retrase el abandono de esta energía sucia y que puede llevar hasta un punto inasumible, donde el planeta no se va pero sí su clima, y que eso suponga la alteración de las condiciones biofísicas en unas condiciones sumamente perjudiciales para la vida del conjunto de los seres vivos, incluida la especie humana.

El Protocolo de Montreal de protección de la capa de ozono costó, pero las naciones y la industria se pusieron de acuerdo para dejar de usar los famosos CFCs. Hagamos lo posible para que más pronto que tarde tengamos una noticia tan positiva sobre la crisis climática en el planeta.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente