“Erase una vez un lugar en el que sus habitantes vivían en armonía con la naturaleza, cultivaban una gran variedad de productos que les bastaba para vivir. Una parte de lo que producían la reservaban para poder intercambiarla con otros pueblos a cambio de herramientas u otros objetos que no disponían. El equilibrio y la solidaridad entre sus habitantes era lo que les daba la salud para vivir muchos años. Era un lugar en el que todas las personas, desde su nacimiento hasta su muerte, podían sentirse plenas porque no ambicionaban nada que no tuvieran”.

Este comienzo podría ser el de un cuento para la infancia, o el del país de la utopía, pero es algo que, como seres humanos que somos, estaríamos deseosos de ver.

Desgraciadamente, vivimos en una sociedad en la que el consumo y el individualismo, camuflados de libertad, se han adueñado absolutamente de todo lo que nos rodea. El salir a pasarlo bien es sinónimo de consumo; el ir a comprar es el ocio instaurado por el neoliberalismo que nos invita a no pensar. Hay que moverse para estar distraído, de esta forma mientras haya movimiento, parece que las cosas funcionan pero… ¡necesitamos parar! Parar y pensar, parar y pensar.

La exigencia, impuesta sutilmente, de o consumes o te consumes, es lo que nos ha llevado a romper con la armonía, con el equilibrio natural de las cosas. Las tribus indígenas (cualquiera de ellas) saben o sabían bien de esto. Ellas vivían en sintonía con la naturaleza hasta que llegó, como decía la canción de Barricada, el “Hombre blanco empieza el carnaval, es el baile de las hienas, el que más miedo da, no importa dejar tu huella…”. Pues bien, hace años que el hombre blanco va dejando sus huellas. Rompimos las reglas de la naturaleza y estamos padeciendo las consecuencias de ello. Pongamos el ejemplo del cacao, descubrimos el Theobroma Cacao o manjar de los dioses (esto significa el nombre del árbol) y el hombre blanco vio la oportunidad de negocio… ¿a quién no le gusta el chocolate? Pero en vez de producir de forma sostenible, llegó la globalización, entraron las transnacionales del sector y se rompió el equilibrio del binomio producción-consumo. Además, entró un actor que distorsiona nuestra forma de vida, y el que antiguamente era un agente secundario pasó a ser el dominador de los mercados; las distribuidoras. En el caso del cacao, es una de las industrias que más lucro proporciona a las grandes multinacionales que se dedican a su explotación. Pero explotación en todos los sentidos. Porque ésta es la cara oculta de muchas de las empresas que han roto el equilibrio de necesidad- consumo. Siguiendo con el cacao, su producción tiene un lado oscuro. En África occidental se estima que unos 1,8 millones de niños y niñas participan de alguna forma en su cultivo y cosecha, de los cuales 284.000 pueden considerarse personas trabajadoras, según la propia Organización Mundial del Trabajo (OIT). La mayoría de este trabajo infantil se concentra en Costa de Marfil, donde se calcula que 12.000 menores de edad son empleados en condiciones de esclavitud y explotación laboral. Además, la producción y la transformación del negocio del cacao está repartida entre pocas multinacionales, por ejemplo: Nestlé, Ferrero, Philip Morris y Kraft. En 2022, Nestlé tuvo una cifra de negocio de 95.600 millones de euros, mientras que Costa de Marfil y Ghana tienen un PIB que no llega a los 70.000 millones de euros. Al mismo tiempo, estos dos países continúan con un gran nivel de pobreza, escasez de alimentos y deficiencia sanitaria. También padecen problemas ambientales debidos a la deforestación y el uso de productos químicos para la producción del cacao.

En definitiva, el modelo actual de comercio no permite erradicar las desigualdades sino al contrario, mientras éste se lucra aprovechándose de estas desigualdades para su enriquecimiento, otras personas sufren las consecuencias. Existen alternativas a este modelo comercial como el comercio justo, el consumo responsable o la soberanía alimentaria. Quizás si todas las personas consumidoras fuéramos conscientes de lo que supone para nuestra subsistencia el optar por un modelo más sostenible de consumo, podríamos pensar que ese lugar de cuento infantil o país de la utopía podría hacerse realidad. Parar y pensar, parar y pensar.

*En representación de las ONGs SETEM Navarra-Nafarroa, Pueblos Hermanos y Proclade Yanapay, respectivamente