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La carta del día

La imaginación al poder

La imaginación al poderPaula Santos

No salgo de mi asombro ante la declaración efectuada por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la pretensión de la Plataforma por un Museo de la ciudad en el Monumento a los Caídos de Pamplona de resignificar el mamotreto de Navarra a sus muertos en la Cruzada como museo de la capital de esta comunidad autónoma.

Aducen sus valores artísticos y la gran calidad espacial y constructiva para evitar demolerlo, pasando por alto el indudable carácter conmemorativo para el que fue levantado, así como sus abundantes connotaciones filofascistas tan presentes en su erección a mediados del siglo XX, y donde los días 19 de cada mes hasta hace pocos años celebraba misas en su cripta la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, como “un ejercicio de continuidad y fidelidad al espíritu y a los ideales de quienes dieron su vida por defender la fe y el Reino de Dios en el alzamiento de 1936”, según afirmaba Emilio Silva, prior de la Hermandad en 2006.

Dice la plataforma que, aunque el monumento esté ligado a motivaciones fruto de una situación política del pasado, eufemismo para designar la exaltación de la dictadura nacional católica que eliminó el gobierno salido de las urnas en 1936 y pervivió hasta la muerte de Franco 39 años después, y que al margen de las connotaciones ideológicas y simbólicas que pueda contener, hay que valorar su calidad artística por los méritos propios, pues de otro modo se establecería una forma de censura que privaría a las futuras generaciones de valorar y disfrutar desde perspectivas diferentes a las que hoy podamos tener. Ochenta años después de su construcción, parece que muchos habitantes de esta ciudad todavía no somos capaces de disfrutar de la perspectiva adecuada para apreciar los méritos de su arte. Quién sabe si dentro de otros 80 años los ciudadanos y ciudadanas de esta gloriosa urbe serán capaces de considerar en su correcta dimensión los retratos de San Francisco Javier bautizando a indios, malayos, japoneses o chinos, a madres arrodilladas implorando la protección del santo, a Sancho VII Matamoros sacudiendo estopa a los sarracenos y a varias generaciones de requetés portando flamantes banderas, evocando el espíritu religioso y batallador de los navarros por Dios y por la Patria.

Supongo que no considerarían tan inocuo el edificio si, por ejemplo, en vez de tener en su fachada el lema apenas oculto por una lona que da cuenta del nuevo uso que se le ha pretendido dar, en un alarde imaginativo de lo que la historia nos hubiera podido deparar, exhibiera un texto algo así como Nafarroa Euskal Herriaren askapenean hildiko bere gudarisei o Nafar ‘Iilaa Shuhada’ Aljihad, contuviese los nombres de los gudaris o muyahidines caídos en combate, y en su interior un reconocido pintor hubiera elaborado unos frescos que ensalzasen la gloria de su belicosa ideología. Ignorar lo que supuso el levantamiento militar que provocó la guerra civil y 40 años de dictadura y, en concreto, en Navarra ocasionó más de tres mil muertos a pesar de no haber frente de guerra, es un alarde de cinismo y de no querer ver la evidencia por mucho título que se tenga.

Parece ser que para estos próceres doctores, ingenieros y gente de tamaña sabiduría es más importante preservar las piedras erigidas a mayor gloria de los sublevados que dignificar la memoria de las víctimas de la dictadura y sus familiares. Desde luego hace falta mucha imaginación para reconvertir este mamotreto en el museo en el que se puedan sentir representados los navarros y navarras del siglo XXI y pretender que sea un símbolo de unión y convivencia ciudadana.