Auzolan/Artelan. Comunismo de base existencial
A lo largo de nuestras reflexiones hemos analizado pensamientos y prácticas ancestrales de las comunidades de nuestros pueblos y valles, así como formas actuales de organización y comportamiento de otras más lejanas, donde pensamos que se hallan algunos principios para la construcción de formas de vida alternativas a la actual.
Hay todo un mundo de símbolos, mitos, ritos y conjunto de saberes que de alguna forma tenemos no ya que “rescatar” sino más bien analizar y empezar a experimentar en aras de la construcción del nuevo paradigma social. Hemos podido comprobar que no es el capital, sino el ser humano y la naturaleza quienes constituyen el centro de esa cosmovisión. Por eso hemos tomado por base aquellos estudios antropológicos que prestan más atención sobre este tipo de vínculos, que el capitalismo destruye, disolviéndolos sistemáticamente. Lo podemos observar, sirviendo de ejemplo, estemos donde estemos: en el transporte público, en la calle, incluso tomando unos vinos en una terraza, casi todo el mundo está en otro sitio, a solas, mirando una pantalla.
Nos hemos esforzado en comprender el papel que cumplen las formaciones imaginarias sociales en la institución de la sociedad, al tratarse no sólo de un modo de producción económica, sino, más bien, de un modo de producción social. Los saberes ancestrales, esas adquisiciones históricas intergeneracionales vinculadas a cosmovisiones de la naturaleza y de la espiritualidad, han tenido y continúan teniendo una profunda relación de par: ser humano-territorio, ser humano-naturaleza y ser humano-cosmos. Han sido las bases de la vida, la vida misma. Se pertenece a un pueblo, a un sistema de valores... en tanto que así se cree.
En toda identidad cultural, existe un alto índice de creencias, siendo la razón principal por la que pueblos como el nuestro no hayan sido del todo asimilados, diluidos. En este sentido, el filósofo Alasdair MacIntery habría de afirmar: “La semántica se está transformando en la filosofía primera… porque el vínculo entre el lenguaje y la creencia comunitaria es relativamente estrecho”. Por la vía del olvido, al cambiar el nombre a las cosas, fetichizándolas o permutando su sentido (artelanes por auzolanes), se modifica el subconsciente particular y la consciencia colectiva. Es el caso del tan traído como llevado uso del concepto “auzolan” por el de “artelan”. Originalmente, el “auzolan” se organizaba entre las primeras casas del poblamiento, pudiendo variar en número. Lo normal eran una o dos, como respuesta a una necesidad de mano de obra puntualmente mayor como podía ser la recogida de la cosecha, ayuda en la construcción y mantenimiento de casas, etc. Era una forma de apoyo mutuo frente a la dificultad o a la adversidad. También lo era en la organización de la fiesta. Los habitantes de esas casas contaban con vínculos incluso más importantes que los propiamente familiares.
Por otro lado, el “artelan” era el trabajo realizado por una persona de cada casa del lugar para construcción y mantenimiento de infraestructuras comunitarias. Se mantienen los dos nombres, pero el cometido es el mismo, el de artelan, tras perderse la costumbre del apoyo mutuo entre las casas más cercanas, el “auzoa”. Concepto muy diferente al que hoy entendemos por barrio. Tanto en un caso como en el otro, un día de trabajo no remunerado terminaba con un ágape y muchas veces en una fiesta, con versos, cantos, etc. reafirmando el sentimiento de comunidad. Por tanto, “etxea” junto con “auzoa” bien pudiera considerarse ser la célula base de las comunidades en nuestros territorios. La solidaridad para con los necesitados era una norma de obligado cumplimiento, trayéndonos a la memoria las afirmaciones de Max Weber, para quien lo colectivo tiene que ver fundamentalmente con sentimientos, emociones y vivencias compartidas. A fin de cuentas, aquello que el antropólogo David Graeber vino a denominar como “comunismo de base” en las “economías humanas”. (Ahí podemos tener un “por dónde empezar”; una valiosísima alternativa a los famosos cuidados, sobre todo para los que no se los puedan pagar).
Entonces deberíamos poder empezar desde ahí: por una recuperación de la memoria puesta al servicio de la vinculación del entramado comunitario que sostienen cualquier posibilidad de un proyecto colectivo, restableciendo nuestra memoria histórica, del auzolan, del artelan, de los comunales, del labaki, de la corraliza y del batzarre, adoptándolos en las discusiones cotidianas, etc., consiguiendo hacer se conviertan en conceptos-herramienta reales con las que podamos tomar las riendas de nuestras vidas.
Junto a los cambios antropológicos podemos constatar que la trama de poder se establece a partir de la mercancía como símbolo, no estando tanto en el magnificado estatismo ni en sus leyes, ni territorio geográfico, sino en el control de los individuos y sus actividades en la vida cotidiana. Así podemos constatar cómo el poder sobre los medios de subsistencia de una persona aumenta el poder sobre su voluntad. Y, por tanto, podemos apreciar cómo es en ese terreno, de la vida cotidiana, donde hoy, más que nunca, se hacen imprescindibles otros valores y otras formas de vivir que permitan contrarrestar al individualismo, el patriarcado, las jerarquías, la propiedad privada, la crisis medioambiental amenazantes todos ellos de nuestra supervivencia. Y nos muestren la posibilidad de otra forma de dar sentido a nuestras vidas colectivas.
Cuántas veces hemos escuchado expresiones de cuestiones asumidas como incuestionable realidad de lo social: “Siempre existieron los pobres”. “Los hombres son egoístas por naturaleza”. “Esto es natural de las mujeres”. “El empresario crea puestos de trabajo”, etcétera, conllevando parejamente su interpretación colectiva como verdad absoluta fruto de la carga imaginaria basada en la mera subjetividad.
Debido a ello, no nos produce escándalo alguno cuando oímos a Milei, Abascal o Ayuso apropiarse del ideal de libertad. Sus amos llevan 50 años justificando con tales subjetividades ligadas al mercado y a la forma de trabajo asalariado (para el antropólogo Graeber, la última de las modalidades del esclavismo). Nada nuevo, teniendo en cuenta el origen de la unión entre capital y propiedad privada. Así, el capitalismo encuentra en esta forma de entender la libertad una manera de justificar las relaciones de dominación que le convienen. Una idea que originariamente estuvo vinculada a la izquierda, aquella de la libertad, al resignificarla bajo otros parámetros le permite legitimar relaciones de dominación como relaciones libres. La gran victoria del capitalismo es apropiarse de la idea de “libertad”. El fracaso de la izquierda, el posponerla a una futura sociedad nacida de una hipotética revolución. Nosotros decimos que para ser libres hay que ser independientes, y para ser independientes… autónomos. Y eso se consigue en el día a día.
Para terminar esta reflexión, consideramos también que, si el teórico piensa y piensa, pero no actúa es como el que ara y ara y no siembra. Hay que reconstruir un pasado común garante de un porvenir en comunidad. Luchar por el cambio cultural. Para nosotros la verdadera cultura es un modo de vivir, una concepción del mundo, un arte de la vida. El arte del saber popular del que hablaba Ulibarrena, con su valor simbólico, que incluye nuestros modos de ser, el lenguaje, las creencias, las costumbres y los valores.
Los autores son coautor de ‘Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca’ y autor de ‘Encuesta etnográfica de la Villa de Uharte’, respectivamente