Para George Politzer, todo lo que no es movimiento, transformación, es metafísica e identidad. Así el destino le tendría guardada una cruel paradoja cuando como resultado de la convergencia de casualidades devenidas de otras tantas causas, se cruzará la muerte en su camino. Lo hizo a la temprana edad de la cuarentena, a manos de aquel movimiento de la identidad germánica inspirado en las lógicas de la sangre y de la tierra que constituyera el providencialismo que él mismo encontrara en la lectura de Mein Kampf, la obra del fundador del nacionalsocialismo, de Hitler.

Politzer fue, en la descripción que diera el filósofo francés Henri Lefebvre –entrevista concedida a Bernard-Heri Lévy- un hombre duro, combativo, de origen húngaro, que recién llegado a París sin apenas conocimiento del francés “hablaba [sin embargo] alemán de corrido, lo que le permitió, más tarde, insultar a los hitlerianos que lo torturaban, e insultarlos en alemán”. Ambos formaron parte, en periodo de entreguerras, del grupo “Filosofía” junto a Pierre Morhange, Nobert Guterman, y –según recuerda en dicha entrevista– el reconocido lingüista Émile Benveniste.

Me es dado mencionar la figura heroica de este autor porque, entre otras cosas, el mérito de su conocimiento viene siendo, en buena parte, debido más al compromiso ético, político y moral que al caudal de conocimiento que pudiera atesorar, al menos en la transmisión que de los mismos hicieran varios de sus más aventajados discípulos. De hecho la única obra que le he leído, y por la que es mayoritariamente conocido, una especie de manual de iniciación al materialismo dialéctico, está compuesta en base a los apuntes tomados por tres alumnos que tuviera en la Universidad Obrera de París en el transcurso de los años 1935 a 1937, siendo compilados, en la edición de Akal que manejo del año 1975, por Maurice Le Goas, para los elementos, y Guy Besse y Maurice Caveing, para los fundamentos, con el título de Principios elementales y fundamentales de filosofía. Todo ello, por otra parte, con al menos, en cuanto a lo biográfico es referido, marcado espíritu socrático, puesto que, así como el griego también nuestro filósofo combatiera, antes que otra cosa, al relativismo con espíritu e instrumentos dialécticos.

(Por cierto, abriendo paréntesis, me ha llamado poderosamente la atención el uso, por parte de los últimos, Besse y Caveing, de la posibilidad abierta para la interpretación política por las figuras de la física moderna al modo como lo hiciese también Rueff, incidiendo en su condición a la vez individual y contradictoria: “En fin, la física moderna ha revelado que las partículas que constituyen todos los agregados materiales, los electrones del átomo, por ejemplo, están lejos de ser metafísicamente idénticos a ellos mismos. Por el contrario, son profundamente contradictorios, porque tiene una doble naturaleza, a la vez corpuscular y ondulatoria y son comparables, igualmente, a granos y a olas”– habrán de decirnos. Ya vendrá Heisenberg, en este sentido, a enmendar la plana).

Politzer, lo hizo desde la convicción de un materialismo dialéctico, poniendo en evidencia los anteriores originariamente atomista e ilustradamente metafísico. La de este último, cartesiano, basado en una evidente contradicción en sus términos, materialismo y metafísica, resultando resuelto con la siguiente convincente propuesta: “El materialismo ha podido desarrollarse porque las ciencias han cambiado. A las ciencias metafísicas corresponde el materialismo metafísico y a las ciencias nuevas corresponde un materialismo nuevo, que es el materialismo dialéctico”. Lo que ya es toda una declaración de principios, por parte del terciado mencionado autor, bajo riesgo tal vez de subordinación de la filosofía al imparable avance de las ciencias y, consecuentemente, de sus tecnologías.

Esta servidumbre ha tenido varias contestaciones, a su vez, desde la propia filosofía, en las que, evidentemente, por cuestiones de extensión y, sobre todo, desconocimiento no voy a entrar. Pero sírvanos de muestra lo leído recientemente en un autor, Juan Arnau, como preludio de su obra bajo el sugerente título de Materia que respira luz: “La falacia racionalista consiste en reducir el entendimiento a la razón. Podemos entender nuestras contradicciones, las contradicciones de los seres que amamos, la contradicción de nuestro tiempo. Podemos apreciar los colores de una selva otoñal, los quiebros de una sinfonía, la lírica de un poema. Todas estas actividades pertenecen al entendimiento y no son racionales. Sencillamente porque no se pliegan a la formalidad del silogismo ni a la lógica simbólica o matemática. La racionalidad es una facultad imprescindible pero limitada del entendimiento”.

Ahora bien, si como afirma Politzer, “la base del materialismo es el reconocimiento del ser como creador del pensamiento […] para ser un verdadero partidario del materialismo consecuente; hay que serlo: 1) en el dominio del pensamiento; 2) en el dominio de la acción”. Lo que hace, en definitiva, distanciarse de su polo antagónico, el idealismo. “El hombre no es, como creían los antiguos y Hegel, un simple “logos” universal; también es actividad”, habrá de sentenciar posteriormente C. I. Gouliane.

El entendimiento de qué supone realmente la “contradicción” viene recogido por Politzer como la tercera de las cuatro por él contempladas leyes de la dialéctica. Las otras tres son referidas al movimiento que produce el cambio, la reciprocidad de toda acción y la inevitable conversión de lo cuantitativo en cualitativo que viene a implicar la necesaria ruptura con lo dado en su proceso fruto de la modificación de otras tantas antaño consideradas metafísicas donaciones.

La “contradicción” es, pues, en Politzer, inevitable y necesaria. Está en todo lo que hacemos, pero desde una visión dinámica, donde mente, como razón y espíritu, y materia, como cuerpo, se unen en el movimiento, en la acción constituyendo, antes que nada, proceso. Así, afirmará cuestiones aparentemente paradójicas como aquella de que “el error no se opone totalmente a la verdad”; o “una cosa no es sólo ella, sino otra que es su contrario, porque cada cosa contiene su contrario”. Cuestión que la política tan sólo aparentemente parece confirmar cuando el capitalismo gira hacia postulados socialdemócratas y del socialismo surgiera, tal vez como reacción, las manifestaciones de un absolutismo neoliberal en Hayeck y Noszick. Para que el desconcierto no sea total, lo importante, aconseja, es tener bien claro cuál habrá de ser la orientación del proceso a desarrollar.

El autor es escritor