El 1 de octubre se celebra el Día Internacional de las Personas de Edad, un día para reconocer y dar visibilidad a las personas mayores. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) designó en 1990 el día 1 de octubre como el Día Internacional de las Personas de Edad.
Poder decir “gracias” por el pasado y “sí” al futuro significa realizar una operación espiritual y sapiencial verdaderamente imprescindible.
“Identifico cuatro razones por las que la vejez parece triste: primero, porque quita la actividad; segundo, porque debilita el cuerpo; tercero, porque niega casi todos los placeres; cuarto, porque no está lejos de la muerte” (Cicerón, De senectute). Hoy podríamos agregar una razón más que hace dolorosa la vejez y es la siguiente: la era de la tecnología ha desplazado y desbancado el dicho que vinculaba vejez y sabiduría y veía a los ancianos como custodios del conocimiento, de una experiencia que los convertía en un elemento fundamental del grupo social. La sabiduría de los mayores parece ser una reliquia de un pasado ahora remoto o aún presente en civilizaciones (que nos parecen no menos lejanas) no tocadas por los avances tecnológicos e informáticos. El anciano, en el contexto de una sociedad que exalta la productividad, la eficiencia y la funcionalidad, se encuentra marginado, superfluo, inútil y muchas veces se siente como una carga para su familia y la sociedad. En un contexto similar, la vejez aparece como una carga, el paso agotador de una condición en la que uno está definido por el trabajo o el rol social a una especie de zona muerta de pura negatividad, la jubilación, un limbo en el que uno está definido por lo que aquello que no es más y aquello que ya no es hecho.
Por mucho que el discurso sobre la vejez sea en realidad un discurso plural que debe diversificarse en cada anciano atendiendo a las situaciones particulares de salud física y mental en que cada uno se encuentra, no es menos cierto que la vejez es vida en sí misma, es una fase particular de un itinerario existencial, no una mera antesala de la muerte. “La vejez ofrece al hombre la extraordinaria posibilidad de vivir no por deber, sino por gracia” (Karl Barth). En sí misma es una etapa de la vida que no todos llegan a conocer. Por eso, es ante todo un don que se puede vivir con gratitud y en gratuidad: se es más sensible a los demás, a la dimensión relacional, a los gestos de atención y amistad; además, es la gran oportunidad de hacer la síntesis de una vida. Llegar a decir “gracias” por el pasado y “sí” al futuro significa realizar una operación espiritual verdaderamente esencial, sobre todo de cara al encuentro con la muerte: la integración de la propia vida, la pacificación con el propio pasado. La vejez es, pues, el tiempo de la anámnesis, del recuerdo y del relato: uno tiene la necesidad de narrar, de contar su vida, para poder asumirla, viéndola acogida por otro que la escucha, la acoge y la respeta.
En el indudable declive físico y mental, en el menguar de las fuerzas, en la reducción de posibilidades que conlleva la vejez, existe también, sin embargo, la posibilidad de afrontar más directamente las cuestiones que la vida plantea, sin las evasiones e ilusiones que las múltiples actividades hubieran podido permitir cuando se era más joven. ¿Cuánto valgo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué morir? ¿Cuáles son los sufrimientos y las pérdidas de los que está llena la existencia? E incluso la cuestión religiosa, incluso la fe, pueden adquirir conciencia y profundidad: “Mientras era más joven, el hombre aún podía imaginarse yendo al encuentro de su Señor. La edad debe convertirse para él en una oportunidad de descubrir que es más bien el Señor quien sale a su encuentro para asumir su destino’’ (Karl Barth). Hay, por tanto, un proprium de cada fase de la vida: incluso ante la vejez se trata ante todo de aceptarla plenamente y esto permitirá no vivirla como un tiempo de lamento y nostalgia, sino captarla como un tiempo de esencialización e interiorización precisamente dentro de ese movimiento de “asunción de la pérdida” que asemeja la vejez a un movimiento de disminución, de vaciamiento,…, de kénosis. “Lo que la juventud encuentra fuera, el hombre en su mediodía debe encontrarlo en su interioridad” (Carl Gustav Jung).
Allí se revela, quizá, la posible fecundidad de la vejez, una fecundidad que se manifiesta en la ternura y la dulzura, en el equilibrio y la serenidad. Es el momento en que una persona puede afirmar que vale por lo que es y no por lo que hace. Por supuesto, esto no depende sólo de él, el anciano, sino también y sobre todo de quienes le rodean y de la sociedad, que puede acompañarle en la tarea de vivir la vejez como plenitud y no como interrupción o fin. Por el contrario, la vejez es un momento de verdad que revela cómo la vida está constitutivamente hecha de pérdidas, de asumir límites y pobreza, de debilidades y negatividad. La vejez, al colocar al ser humano en una gran pobreza, también le permite asirse a sí mismo en su verdad, la verdad que se revela más allá de todos los adornos y apariencias exteriores. El anciano indica, señala, transmite conocimiento. Y es, con su vejez asumida pacíficamente ante los hombres, signo de esperanza y ejemplo de responsabilidad.
El autor es misionero claretiano