El Consejo de Ministros aprobó el pasado 22 de octubre el real decreto relativo a la gestión de los residuos de los productos del tabaco con filtros y los filtros comercializados para utilizarse con productos del tabaco.

El citado real decreto determina que los ayuntamientos podrán establecer limitaciones de fumar en las playas, que se podrán sancionar a quienes lo incumplan. Asimismo, a los 5 años de entrada en vigor del real decreto, los recipientes que formen parte de los sistemas públicos de recogida deben estar diseñados de forma que dispongan de una infraestructura específica que permita la separación de los residuos de productos del tabaco con filtros y los filtros. Y, la obligación, a los productores del producto, de cumplir individual o colectivamente con sus obligaciones financieras en relación con la gestión de los residuos, en particular deberán financiar la limpieza de los vertidos de basura dispersa, incluida la limpieza de las infraestructuras de saneamiento y depuración, la recogida de los residuos de tabaco depositados en los sistemas públicos de gestión y su tratamiento, la recogida de información, las medidas de concienciación, la realización de estudios y los costes asociados a las garantías de los sistemas.

En un artículo publicado en este diario el pasado 8 de marzo venía a decir, citando a Enrique Baquero, investigador del Instituto de Biodiversidad y Medio Ambiente (BIOMA) y profesor de la Universidad de Navarra, que “el efecto de 90 millones de cigarrillos al día solo en España no puede ser ignorado. Arrojadas al suelo, las colillas son arrastradas por las aguas de escorrentía y después de viajar por las alcantarillas, terminan en ríos y océanos”. En opinión de este investigador y profesor, “las colillas contienen numerosas sustancias tóxicas que quedan parcialmente retenidas en su filtro: nicotina, metales pesados (mercurio, plomo, cadmio, arsénico), ácido cianhídrico, hidrocarburos aromáticos policíclicos e incluso sustancias radioactivas como el polonio-210. Estos datos son lo suficientemente elocuentes como para preguntarnos cómo es posible que todavía se permita la venta de tabaco, que constituye la primera causa de muerte evitable en el mundo, además de las millonarias pérdidas económicas que se producen en el sistema sanitario para intentar contrarrestar las enfermedades producidas por su consumo”.

En relación con el medio ambiente, las colillas, además del impacto visual y la imagen de suciedad que provoca en nuestras calles, su efecto contaminante puede durar hasta 12 años, y cada colilla puede contaminar unos 50 litros de agua dulce, y los filtros, fabricados con acetato de celulosa, tardan años en descomponerse, liberando durante ese tiempo sustancias químicas tóxicas en el suelo y el agua.

A pesar de todo ello, hasta ahora sí que se han hecho campañas sanitarias sobre los efectos del tabaco en la salud de las personas, y de hecho en todas las cajetillas de cigarrillos aparece la frase “El tabaco mata”, pero poco se ha hablado sobre uno de los contaminantes, que, a pesar de su pequeño tamaño, tiene un impacto ambiental tan grande.

En este sentido, el real decreto sobre la gestión de los residuos de los productos del tabaco con filtros y los filtros comercializados para utilizarse con productos del tabaco, bienvenido sea, y estoy muy de acuerdo que sea la industria del tabaco quien se haga cargo del reciclaje de las colillas y de limpiar las calles y demás espacios públicos, aunque, se debería ir más más lejos. Y es que quien se lucra con el modelo de negocio con esos filtros debería acarrear con los costes, no solo ambientales, sino también económicos y sociales.

¿Qué más se debería hacer? En el real decreto se dice que será una obligación de la industria del tabaco la realización de campañas de concienciación, y esto me parece muy importante, ya que pienso que hay que ir insistir con campañas educativas y de sensibilización sobre su impacto ambiental, e igualmente que sea socialmente aceptable y normal llamar la atención a quienes arrojan las colillas al suelo.

También es muy interesante analizar experiencias que se han puesto en marcha en otros países. Por ejemplo, ¿aplicar un sistema de depósito, devolución y retorno (SDDR)? Alberto Vizcaíno López, ambientólogo y consultor en gestión ambiental, en su blog lo propone. Se trataría de cobrar en cada cigarro una cantidad de dinero que sería reembolsada a quienes entregasen de vuelta las colillas. Si el precio del tabaco está a 40 céntimos cigarro subirlo a 45. Con cada paquete de 20 cigarrillos se pagaría un euro extra que gestionaría el SDDR. Si alguien vuelve al estanco con 20 colillas recibiría un euro. Podría ser el fumador que ha ido guardando los filtros usados de sus propios cigarros o podría ser alguien que voluntariosamente se ha dedicado a recolectar colillas abandonadas en calles, parques, jardines...

“Quizá el aumento inicial en el precio del tabaco persuadiría a algunos de fumar, con lo que reduciríamos costes al sistema sanitario y mejoraríamos su calidad de vida. Seguramente las empresas tabaqueras se quejarían. Protestarían porque no podrían vender cigarrillos en una máquina expendedora sin tener a una persona atendiendo a quienes viniesen a devolver las colillas. Pero el resultado sería que cada vez habría menos colillas abandonadas, menos contaminación por filtros degradándose en el medio natural y una disminución de los costes de limpieza”, viene a decir Alberto Vizcaíno.

Ahora bien, hoy en día, la mayoría de la población navarra es no fumadora, entre los que me encuentro, y un 17,7% fuma a diario, y me parece totalmente injusto que tengamos que acarrear con el daño ambiental de aquellas personas fumadoras que tiran y tiran colillas al suelo sin ningún pudor.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente