Medir la prosperidad y riqueza de una población de forma correcta se ha convertido en uno de los grandes retos de los economistas. El PIB y la renta per cápita se han utilizado para medir el desarrollo económico de un país, pero es evidente que esos indicadores son imperfectos para medir el bienestar, porque éste se relaciona directamente con la calidad de vida, mientras que el PIB se limita a cuantificar la actividad económica. Al emplear el PIB como un reflejo del bienestar, emergen sus carencias de manera patente. La evolución económica y social de las últimas décadas hace cada vez más evidente la necesidad de complementar el PIB con otros indicadores para cuantificar nuestro nivel de bienestar. Entre otros indicadores, sobresale el Índice de Desarrollo Humano (IDH), una herramienta creada en 1990 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo con el objetivo de ofrecer una visión más completa del bienestar de los países, más allá del simple análisis de la renta per cápita. Este indicador busca medir el progreso humano en tres dimensiones fundamentales: la salud, representada por la esperanza de vida al nacer; la educación, que combina el promedio de años de escolaridad de los adultos y los años esperados de escolarización de los niños; y el nivel de vida, medido a través del ingreso nacional bruto per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo. El IDH revela, por ejemplo, que el bienestar de los españoles es superior al de franceses o italianos, dos países que superan a España en renta per cápita de forma clara, lo que demuestra que alcanzar un PIB per cápita más elevado no es siempre garantía de un mayor grado de desarrollo humano.
El bienestar económico carece de una definición universalmente aceptada, pero se suele evaluar incorporando elementos más allá del PIB, como el consumo, la renta disponible, la distribución de la riqueza y otros factores clave. Por otro lado, el concepto de bienestar depende de las preferencias sociales y culturales de cada sociedad, e incluye dimensiones como la salud, la seguridad, la calidad de las instituciones e incluso factores como el medio ambiente o la felicidad. Este enfoque reconoce que la calidad de vida no se mide exclusivamente en términos económicos. Ese indicador que utiliza la ONU es mucho más completo que el PIB o el PIB per cápita, pero plantea el gran problema que padecen todos los indicadores compuestos, su ponderación, lo que añade siempre subjetividad y arbitrariedad, que lleva al dato a ser menos preciso que un indicador cuantitativo puro. En este caso, el IDH se obtiene a través de la media geométrica de los tres componentes y abre la interrogante de si alguno de ellos debería tener más peso.
Pongamos el ejemplo de España: la esperanza de vida al nacer en España es una de las más altas del mundo, atribuida a su sistema sanitario universal, la dieta mediterránea y un estilo de vida que favorece el bienestar. España muestra también buenos resultados en el acceso a la educación y en los niveles promedio de escolarización, factores que equilibran la balanza frente a economías con mayor riqueza per cápita, pero con desafíos en otras áreas del desarrollo humano. Sin embargo, a la hora de descomponer el indicador, España sale mal parada aislando el componente económico. Cae al puesto cuadragésimo en función de los ingresos per cápita.
El IDH es un giro humanista para los datos fríos económicos y busca un equilibrio entre la riqueza y los indicadores de bienestar. Las grandes potencias económicas suelen salir mal en estas fotos. EEUU está fuera de los veinte primeros países en el ranking del IDH y China, la segunda economía del mundo, está en el puesto 78º. Ni siquiera los estados con grandes producciones de petróleo o gas, como Qatar, Arabia Saudí o Emiratos Árabes, ocupan las primeras posiciones. Son los pequeños países con un estado de bienestar muy desarrollado los que ocupan los primeros puestos. Suiza, Noruega, Islandia y Dinamarca se encuentran en lo más alto de la tabla y esos países son los que tienen más gasto público. Pero el gasto público está vinculado a la presión fiscal. Así, los ingresos tributarios per cápita en 2023 en Suiza fueron de 24.866 euros; en Noruega, 33.627 euros; en Dinamarca, 27.751 euros y en Islandia, 26.417 euros. España se queda muy lejos de esos países: 11.336 euros per cápita. Un aviso para esos economistas liberales que sostienen que, en lugar de recaudar más, es mejor dejar el dinero en manos de los contribuyentes.
El Índice de Bienestar es una medida integral diseñada para evaluar la calidad de vida general y la felicidad de las personas dentro de un contexto específico. Abarca diversas dimensiones del bienestar, incluidos factores emocionales, psicológicos y sociales. En la clasificación elaborada, según metodología de la Fundación Bancaja y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas de IDH por comunidades autónomas, comparables a estados, Navarra tendría un IDH comparable a Luxemburgo y el País Vasco a Nueva Zelanda. Navarra se sitúa también como la comunidad autónoma con la distribución de rentas más igualitaria de España según el índice Gini, coeficiente que mide la desigualdad en un territorio. Al comparar los resultados con los datos de la UE-27 se aprecia que Navarra está a nivel de países como Finlandia y Noruega. Navarra es la comunidad menos desigual de España. Con un índice Gini de 28 y un índice de desarrollo humano (IDH) de la OCDE de 0,97, Navarra es una de las regiones con mayor nivel de vida del mundo, con alto nivel de prosperidad, con riqueza distribuida y alta esperanza de vida.
El autor es economista.