La esperanza, esa fuerza intangible que sostiene a las personas en los momentos de mayor adversidad, ha sido una constante en la historia de la humanidad. Desde quienes enfrentan enfermedades graves hasta quienes sobreviven en medio de conflictos armados, la esperanza actúa como un ancla que permite soñar con un futuro mejor. Sin embargo, existe un concepto aún más poderoso: la esperanza activa. Esta no se limita a esperar pasivamente que las cosas cambien, sino que invita a tomar acción y poner en marcha los mecanismos necesarios para transformar las circunstancias.

Imaginemos a una persona que sufre una enfermedad crónica. Su esperanza no solo radica en confiar en los profesionales de la salud que le atienden, sino en colaborar con su tratamiento, seguir las indicaciones médicas y adoptar un estilo de vida que favorezca su recuperación. De manera similar, quienes viven en medio de una guerra que no eligieron encuentran en la esperanza activa la energía para resistir, organizarse y contribuir a la llegada de la paz, ya sea participando en movimientos sociales o ayudando a reconstruir su comunidad.

Para aquellos que enfrentan el desánimo de no encontrar empleo, la esperanza activa se traduce en preparar su currículum, desarrollar nuevas habilidades y buscar oportunidades de manera incansable. No se trata solo de esperar a que la suerte toque a la puerta, sino de buscar alternativas, reinventarse y persistir en el intento. La historia de innumerables emprendedores y profesionales nos demuestra que esta combinación de esperanza y acción es el motor de grandes logros.

En situaciones de desastres naturales o crisis humanitarias, la esperanza activa se manifiesta a través de la solidaridad de las comunidades sensibles al sufrimiento ajeno. Las donaciones, el voluntariado y el apoyo a las víctimas son expresiones concretas de cómo las acciones colectivas pueden marcar la diferencia en momentos críticos. Es en estos contextos donde la esperanza trasciende lo individual y se convierte en una fuerza colectiva capaz de reconstruir vidas y sociedades enteras.

La esperanza activa requiere de tres ingredientes esenciales: interés, medios y dedicación. El interés nos impulsa a buscar soluciones; los medios nos proporcionan las herramientas necesarias, ya sea en forma de conocimiento, recursos o colaboración; y la dedicación garantiza que no abandonemos nuestros objetivos a pesar de los obstáculos.

Promover la esperanza activa implica fomentar una mentalidad constructiva y proactiva. Las instituciones, las empresas y las organizaciones de la sociedad civil tienen un papel fundamental en este proceso. Al apoyar iniciativas que incentiven la educación, la innovación y la colaboración, podemos transformar la esperanza en resultados tangibles que mejoren la vida de las personas y las comunidades.

La esperanza activa es mucho más que un sentimiento; es una virtud que nos invita a comprometernos con la construcción de un mundo mejor. En un mundo que enfrenta constantes desafíos, cultivar esta actitud no solo nos ayuda a superar la adversidad, sino que también nos permite ser agentes de cambio. Como sociedad, debemos apostar por esta forma de esperanza que, más allá de soñar, se atreve a actuar.

El autor es director gerente de Tesicnor