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La moraleja del cocodrilo

La moraleja del cocodriloVYACHESLAV PROKOFYEV/SPUTNIK/KRE

Esta enseñanza advierte de que el enemigo (representado en un cocodrilo) aparenta ser inofensivo y acaba causando daño por exceso de confianza; pero siempre hay quienes se empecinan en la inocencia del reptil hasta que vuelve a ser demasiado tarde. Así se muestra la gran izquierda política contra el rearme defensivo europeo… ¡sin una sola crítica a Putin! En un texto publicitado la semana pasada, su militancia llama “élites belicistas” a los gobernantes de UE, pero sin calificar ni cuestionar a Rusia con Putin al frente invadiendo países vecinos: Chechenia en dos ocasiones (1994 y 1999) con matanza incluida. Georgia (2008), anexión de Crimea (2014) y el resto de Ucrania en 2022 hasta lo que pudo… y con ganas de merendarse a Moldavia; esto de momento.

El pacifismo resulta creíble cuando busca la paz por igual en todos los bandos de una realidad violenta. Pero esto no lo ve así la extrema izquierda. En 1939, primero fue la invasión nazi y soviética de Polonia (1939), justificada por los partidos comunistas europeos. La táctica se reprodujo ese mismo año con las invasiones de Finlandia y Francia haciendo ver a los invadidos como los malos del conflicto. Nazis y comunistas se repartieron Polonia, Finlandia y las repúblicas bálticas. Entonces apelaron a un cínico pacifismo que buscaba aislar a Polonia de sus aliados. Todavía en 2017 el PCE mantenía la justificación a la invasión acusando a franceses y británicos de promover entonces una “guerra imperialista”, pero sin criticar a alemanes y soviéticos, que fueron los invasores.

En 1940 se repitió la operación en Francia, con los comunistas franceses protestando en nombre de la paz cuando la realidad era que Hitler y Stalin eran aliados y se ayudaban mutuamente. Es la misma táctica de blanqueo que se reproduce con la invasión de Ucrania. Es un clásico que los comunistas critiquen (en ocasiones con razón) a EEUU, a la Unión Europea, a Israel, a la OTAN, pero no a Rusia… ni a Nicaragua, Venezuela, Hamás o Corea del Norte. La postura de Sumar, Podemos y el flanco más duro de EH Bildu evitan toda reprobación a estos regímenes totalitarios y represivos. Lo contradictorio por demás es que los comunistas rusos (MSR) están maltratados en la oposición.

Todo esto no debe tapar la estrategia belicista de países como Estados Unidos que fomentan guerras artificialmente solo para lucrarse vendiendo armamento, y ahora quiere quedarse con Groenlandia. De China conocemos su dictadura política y su capitalismo voraz imperialista. Existe más de un eje del mal nada pacifista, sin duda, pero Putin ha apoyado a todos los partidos de extrema derecha europeos para debilitar a la Unión Europea. Lo hemos visualizado con la extraña alianza entre la extrema izquierda y la ultraderecha en su discurso sobre la invasión rusa. Pero de nada servirá defender a Europa mejor si el poder en los países europeos acaba cayendo en manos de la extrema derecha de orientación trumpista, coincidente con el delirante Putin. El peligro, pues, lo tenemos fuera y dentro.

La guerra no es lo que rechaza la ortodoxia izquierdista, sino el derecho de países soberanos y democráticos a defenderse de un ataque, esta vez a cargo del nuevo imperialismo de la Gran Rusia. La guerra en Ucrania acabaría rápido con una victoria rusa y la ocupación completa de su territorio bajo la acusación de estar hundida en “un decadente estilo de vida occidental”. Pero, ¿cuál sería el siguiente Estado que alimente el sueño megalómano de la Gran Rusia? ¿Y qué consecuencias económicas, políticas y militares en términos de pacifismo real ocasionaría esta invasión?

En definitiva, solo existe un idioma para hablar y actuar en clave de paz: condenar toda violencia invasiva. Pensemos en lo que hubiera sucedido si Hitler llega a salir victorioso de la II Guerra Mundial. Churchill lo llamó “emergencia suprema”, lo que moralmente equivalía a un estado de extrema necesidad. En definitiva, el pacifismo es creíble cuando la denuncia alcanza a cualquier necrófilo belicista. Y no hace falta ponerse las gafas para ver que la extrema izquierda europea y vasca no han publicado notas de protesta ni organizado una sola manifestación en contra de la invasión rusa a Ucrania. Ni para ver que ninguna asociación ucraniana se ha sumado al citado manifiesto de la semana pasada entre los grupos firmantes contra la UE; conocen de sobra al cocodrilo.