La historia muestra que la guerra es un instrumento clave para la expansión del capitalismo. En tiempos de crisis, las grandes potencias recurren a la militarización para proteger sus intereses económicos y el de las grandes empresas, justificando el conflicto con discursos de seguridad y estabilidad. En ese sentido, la competencia entre los Estados, lejos de ser un enfrentamiento por principios democráticos o valores humanos, es una disputa por el control de los mercados, los recursos y la fuerza de trabajo a nivel global. Esta estrategia ha traído consecuencias nefastas para la población: muerte de civiles inocentes, migraciones forzadas, destrucción de infraestructuras clave… El genocidio israelí contra el pueblo palestino es clara muestra de ello.

En este proceso de militarización, la OTAN ha jugado un papel central. Para ELA, esta organización nunca ha garantizado la paz, sino que ha actuado siempre como un brazo del imperialismo occidental, promoviendo intervenciones militares y agravando conflictos internacionales. En Navarra, la población rechazó incorporarse a la alianza atlántica en 1986 y ELA reivindica esa posición y denuncia la sumisión de las instituciones europeas a la estrategia militarista.

De la mano de Trump, EEUU ha exigido que los miembros europeos de la OTAN aumenten significativamente su aportación si quieren seguir bajo su paraguas. Al mismo tiempo, Trump continúa coqueteando con Putin para acabar con el conflicto en Ucrania y hacerse con el mayor número de recursos posibles de ese país. Ante esta situación, la Unión Europea ha decidido desplegar una nueva estrategia de remilitarización, en busca de “una mayor autonomía en materia de defensa y de prevención ante una hipotética invasión rusa en la UE”. Sin embargo, cabe preguntarse si el rival de la UE es Rusia o el problema lo tiene dentro, con el auge de los trumpismos europeos en Italia, Francia, Alemania o el Estado español.

La propuesta de destinar 800.000 millones de euros a fines militares, presentada por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, se produce en un momento en el que las políticas de austeridad siguen golpeando a las clases populares. Este modelo perpetúa la precariedad laboral y beneficia exclusivamente a las grandes industrias armamentísticas, además de que supone un paso más en la subordinación de la sociedad a la lógica del capital y la guerra.

A través de la doctrina del shock, utilizando el miedo buscan apoyo para justificar las ingentes cantidades de dinero público que se van a invertir en la industria armamentística, dinero que será sufragado por la clase trabajadora (a través de impuestos o deuda). Además, la prioridad en el gasto militar va a provocar una disminución del presupuesto en el gasto social, tal y como estamos viendo en Alemania, Reino Unido o Francia. En el Estado español, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) ha dejado claro que el aumento del gasto militar provocará presiones sobre las finanzas públicas (hasta un 1,6% de reducción del gasto público). Es decir, traerá recortes.

También en Euskal Herria algunos sectores económicos ven en la industria militar un negocio lucrativo. Según el colectivo Gasteizkoak, hay más de 200 empresas que dedican su producción o parte de ella a este sector, cuando hace 15 años eran 70. Sin embargo, es especialmente grave el respaldo del Gobierno Vasco y de algunas fuerzas políticas en la defensa de los intereses empresariales, legitimando la inserción de nuestra sociedad en una dinámica de guerra, e ignorando las consecuencias humanas, sociales y ecológicas que ello implica. ELA propone reconvertir la industria militar en sectores sostenibles y útiles para la sociedad, y la administración debe tener un papel central en este proceso.

El belicismo no solo impacta la economía, sino también las libertades, aumentando la represión sobre el movimiento sindical y precarizando el empleo. Además, con la excusa de la seguridad se justifica la persecución migratoria y el refuerzo de fronteras, convirtiendo el Mediterráneo y el Atlántico en trampas mortales. Desde una visión feminista y antirracista, la guerra refuerza estructuras patriarcales y racistas, promoviendo la violencia y una masculinidad hegemónica basada en la imposición.

Esta apuesta por la economía de guerra choca de lleno con el sindicalismo que defiende ELA, que se reafirma en su compromiso contra la militarización y la guerra y lo refrendará a través de una resolución en el congreso que celebrara los próximos días 2 y 3 de junio. ELA seguirá movilizándose contra el aumento del gasto militar y exigiendo que esos recursos se destinen a derechos fundamentales como la sanidad, educación y vivienda; defenderá el derecho de la clase trabajadora a la objeción de conciencia; tratará de fomentar actividades económicas en sectores productivos sostenibles, y continuará combatiendo el discurso belicista y fascista, promoviendo la paz y la autodeterminación de los pueblos.

Secretaria general adjunta de ELA y coordinador de ELA Nafarroa, respectivamente