En una entrevista para la revista YanMag, Charo Crego, doctora en Filosofía, ensayista y crítica de arte, nos ofrece esta bella definición del arte: “El arte no es solo un cuadro o una escultura, una instalación o una performance, un vídeo o una sinfonía. El arte es algo más que esos objetos físicos. Es una forma de hablar sobre el mundo y sobre nosotros. Sea cual sea su forma concreta, el arte nos permite descubrir, con otros medios y de una manera totalmente diferente al discurso racional, cuestiones palpitantes”.
Además, para los y las artistas, el arte es una constante de su vida. Se tiene vocación, y sobre todo, se tiene necesidad de crear. Hay quien vive de su creación, de sus diversas propuestas artísticas, eso es algo maravilloso. Y hay quienes no podemos vivir del arte que ejecutamos. Lo más probable es que nunca podamos vivir de nuestra pasión, sin embargo, continuamente estamos pensando en el arte, vivimos con el arte, para el arte y sentimos el arte por todos los poros. No lo podemos ni lo queremos evitar, el arte es una forma de entender la vida, de contemplarla, un verdadero frenesí y motivo de constante gozo y disfrute.
De esta manera, el/la artista a la vez que crea, siente un impulso que surge de su interior de mostrar lo que hace, de enseñarlo, de exponerlo al juicio, a la crítica y al deleite de los demás. Necesita de espacios donde se dé cabida a su trabajo, y que lo que muestre tenga un recorrido, un apoyo, una continuidad, una proyección, una promoción que le posibilite llegar a los demás y vender en la medida de lo posible. Una venta que, aunque sea paupérrima le pueda cubrir gastos y le dé la motivación para seguir creando. Una motivación que viene, así mismo, de una buena acogida, de una publicidad en los medios de comunicación y redes sociales, y de una crítica constructiva y entendida de su trabajo.
Para llegar a ello, el artista también tiene necesidad de tiempo para dedicarse a su creación, de espacio de trabajo donde desplegar toda su imaginación, de los medios necesarios para llevarla a cabo, de lugares de encuentro con otros artistas, de formación y reciclaje continuo, de acceso a talleres compartidos, de apoyo institucional.
Pero lo que debería de ser una dinámica positiva, creciente y compartida entre artistas, instituciones y público, se está rompiendo. De hecho, en muchos aspectos ya se ha roto y nos estamos encontrando ante un vacío que inquieta, ante una nada que desmoviliza y ante una inacción que indigna. Cada vez hay menos espacios para exponer (la alternativa son las casas de cultura de la periferia, salas mal cuidadas y muy poco visitadas), no se promociona el arte, es más, se le quita valor al arte hecho por la mayoría de los artistas, solo se apoya el arte institucionalizado en los centros de producción artística y facultades. Como se invisibiliza al artista, no existe ni promoción ni continuidad, así resulta imposible vender lo que haces. El arte y la cultura ya ni siquiera es la hermana menor de la Administración, es como mucho la adoptada que se no se adapta al mandato de una clase política ajena a lo cultural, al sentir del arte de verdad, no lo comercial y lo turístico.
Los responsables políticos y culturales creen que no generamos valor económico ni que somos necesarios, nos consideran la caterva de la sociedad de la cultura del mercado del poder. Para ellos y ellas, lo que hacemos la mayoría de los y las artistas son propuestas viejas, caducas, ya vistas, sin interés. Llegamos a pensar que se repudia al artista, a este tipo de artista. Si preguntamos a la mayoría de los propios artistas, dirán que se sienten así, olvidados, silenciados y tapados. Estos responsables del arte son los grandes valedores del llamado arte contemporáneo, un arte que huye de la obra finalizada, que se basa solo en el proceso, que confunde y se funde entre los escombros de una modernidad anquilosada y autodestructiva, que se arrastra hacia el precipicio de la nada, del vaciamiento del arte.
Frente a este tipo de arte, cada vez más creadores/as estamos renegando de la denominación de artista contemporáneo. Nuestra expresión es un arte extemporáneo que trasciende el tiempo, las corrientes artísticas, las modas. Un arte que se siente impropio de este tiempo que nos está tocando vivir, un arte inoportuno e inconveniente para el poder, para la institución. Un arte que se siente cómodo en la diversidad de propuestas, que une y crea comunidad. Nos sentimos pintores, escultores, fotógrafos, ceramistas, tejedores, dibujantes, etcétera, especialistas de las bellas artes y los oficios, más cercanos a la poesía que al tuit. Un arte que, como dice Charo Crego, palpita y hace palpitar.
Ante esta situación, los y las artistas de todas las disciplinas no nos debemos callar. En un último intento, antes del suspiro final, nos tenemos que reunir, un encuentro de todos y todas; nos tenemos que organizar, asociar y crear grupos de debate y generadores de propuestas; y tenemos que llevar a cabo una gran manifestación artística a modo de gran performance donde se reclame, se proteste y se reivindique el arte, a los y las artistas y al público.
Este 15 de abril, el Día Mundial del Arte, pedimos que el arte vuelva a estar en la vida de la gente y que los y las artistas sean el motor que nos mueva como sociedad, porque el arte, además de ser un reflejo de la sociedad, tiene el poder de cuestionarla y transformarla.