Este 16 de julio se cumple el 50 aniversario del fallecimiento de Guadalupe Ortiz de Landázuri en Pamplona, apenas terminados los Sanfermines de 1975.

La trayectoria formativa de Guadalupe fue muy brillante. Estudió el Bachillerato en Tetuán, en un colegio donde prácticamente era la única chica. Después accedió a la universidad, donde también era una de las pocas mujeres. Concretamente cursó la carrera de Química, que tuvo que interrumpir debido a la Guerra Civil. En este periodo, su padre fue ejecutado junto a sus subordinados por no demostrar suficiente oposición al bando nacional. Lo más sorprendente es que, aunque le ofrecieron el indulto, lo rechazó por considerarlo insolidario, al no incluir a sus compañeros.

Parece que la hija aprendió de su padre a afrontar los reveses de la vida. Cuenta una amiga de Guadalupe: “Me enteré por la prensa esa misma mañana y fui enseguida a su casa para acompañarla. Era impresionante ver la entereza y serenidad que tenía, hasta el punto de que, al verme llorar, me daba ánimos ella a mí, y decía que teníamos que estar tranquilas porque su padre estaba ya en el cielo”.

Después de la guerra, Guadalupe completó sus estudios y todo apuntaba a que se convertiría en una brillante investigadora, esposa y madre. Por aquel entonces, tenía novio y durante una misa se imaginaba casándose, pero en ese momento percibió que Dios quería llevarla por un camino diferente. La coherencia del padre había quedado grabada en la hija, que no dudó en buscar la voluntad de Dios. A partir de ese momento llevó a cabo una inmensa labor misionera en el seno del Opus Dei, primero en España, y luego en México, donde organizó infinidad de actividades espirituales y formativas, y lideró la creación de algunas residencias.

Guadalupe rebosaba energía e ilusión, pero una enfermedad de tipo cardíaco hizo que tuviera que llevar una vida más tranquila en Madrid. Allí pudo dedicarse de lleno a su otra pasión: la ciencia, que nunca había abandonado del todo. Eran los años sesenta, un periodo caracterizado por el bajo costo de los combustibles y la falta de preocupación por el medio ambiente. Contracorriente, Guadalupe desarrolló una investigación visionaria. Su tesis doctoral, titulada “Refractarios aislantes con cenizas de cascarilla de arroz”, proponía la utilización de este subproducto agrícola como material para reducir la pérdida de energía térmica, a la vez que introducía un enfoque de economía circular al dar un valor industrial a un producto que se desecha.

Bajo la dirección de la destacada científica Piedad de la Cierva, Guadalupe exploró las propiedades de los materiales creados a partir de cenizas de cascarilla de arroz. Esta investigación, en la que también participó María Antonia Muñoz, dio lugar a dos patentes y fue galardonada con el premio Juan de la Cierva en la categoría de Investigación Técnica.

El impacto de este trabajo trasciende su tiempo, ya que el ahorro energético y el reciclaje de materiales son hoy pilares fundamentales del desarrollo sostenible.

Guadalupe también llevó su pasión por la química y la sostenibilidad a otros ámbitos. Colaboró en la creación del Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas (CEICID), donde fue profesora y exploró el desarrollo de detergentes y compuestos químicos capaces de limpiar tejidos de manera eficiente, ahorrando agua, energía y producto de limpieza. Dirigió dos tesis, recibió la Medalla del Comité Internacional de la Rayonne et des Fibres Synthétiques y colaboró activamente con la empresa Dosli, famosa por comercializar Tu-tú, el primer detergente envasado y vendido en España. Además, Guadalupe plasmó sus conocimientos en el libro Tecnología del Lavado, que combinaba fundamentos científicos con explicaciones accesibles para el público general, lo que demuestra su afán por que la información llegue a todos.

Otro aspecto especialmente singular de Guadalupe es cómo vinculó su fe con su trabajo científico. Se sentía como un instrumento al servicio de Dios. Así, su afán por cuidar la creación se extendía al cuidado de quienes le rodeaban, con un trato humano impecable y tratando de acercarlos a Dios. Es la visión integral que encontramos en la encíclica Laudato Si del Papa Francisco, que no llegó a conocer. No resulta por tanto extraño que sus propios compañeros de trabajo en la Escuela Femenina de Maestría Industrial, donde ejerció como catedrática, quisieran que asumiera la dirección del centro, aunque al final no pudo ser por motivos de salud.

Guadalupe fue beatificada en 2019, tras reconocerse un milagro atribuido a su intercesión, y su ejemplo sigue vivo en quienes se beneficiaron de su trabajo y en los valores que transmitía con sencillez. Así, su vida muestra cómo ciencia y fe pueden ir de la mano para afrontar los grandes retos de hoy, con una mirada responsable hacia la creación y hacia los demás.

El autor es profesor de la Universidad Pública de Navarra