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Tribunas

El poder transformador del trabajo

El poder transformador del trabajoBorja Guerrero

En un tiempo en que el trabajo parece haber perdido parte de su dignidad, reducido muchas veces a mera mercancía o a un medio para el beneficio económico, es urgente recordar su verdadero poder transformador. El trabajo, entendido en su sentido más profundo y humanizador, no solo transforma la materia o la energía. También puede transformar la vida de las personas, las relaciones sociales, la economía, la política, la naturaleza… incluso el tiempo y la esperanza.

No todo lo que se llama trabajo contribuye al bien. También existen formas de trabajo destructivas, para las personas y para el planeta. Pero cuando el trabajo se orienta al bien común, se convierte en una de las fuerzas más nobles y eficaces para hacer un mundo más justo, más humano y más resiliente.

El trabajo bien orientado ayuda a descubrir el sentido de la vida. Fomenta la autoestima, desarrolla talentos, y fortalece la conciencia ética. Nos hace crecer como personas, nos vincula con los demás en redes de cooperación y solidaridad, y puede incluso inspirar una cultura más profunda y rica.

El trabajo puede ser mucho más que una obligación o una rutina: puede convertirse en un instrumento de justicia social. Cuando se organiza pensando en las personas, distribuye la riqueza, genera inclusión, y construye cohesión. Cuando las empresas se estructuran en torno a propósitos compartidos y participación real, pueden ser verdaderos motores de innovación y sostenibilidad.

Incluso la política se ve transformada por el trabajo digno. Personas que trabajan con sentido se convierten en ciudadanos activos, comprometidos con transformar su entorno. Las organizaciones pueden aprender del trabajo participativo modelos de liderazgo orientados al bien común.

Nuestra relación con la naturaleza también puede cambiar a través del trabajo. Existen formas regenerativas, como la agroecología, el cuidado de los bosques, o la producción circular, que no explotan, sino que colaboran con los ritmos de la vida. Frente al cambio climático, agravado por nuestra desmesura, el trabajo puede ser una forma de reparación, de adaptación y de resiliencia. Incluso nuestra experiencia del tiempo cambia cuando el trabajo tiene sentido. No se trata solo de producir más rápido o de llenar las horas. Se trata de vivir con un ritmo más humano, que equilibre el esfuerzo con el descanso, la productividad con la contemplación, el presente con el legado que dejamos.

Trabajar con sentido es sembrar esperanza. Es construir futuro. Es dejar algo mejor para los que vienen detrás. Por eso, sería importante y urgente que cuando hablemos del trabajo, no lo reduzcamos a números, horarios o rentabilidad. Que hablemos del trabajo con mayúsculas: el que transforma, el que cuida, el que une, el que deja huella.

Ojalá algún día no solo pudiésemos diferenciar los trabajos que construyen de los que destruyen, sino también a las personas y a las empresas que con su esfuerzo cotidiano hacen de este mundo un lugar más habitable. Y que les diésemos el valor, el reconocimiento y el espacio que merecen.