A veces la historia no cambia por grandes batallas ni por líderes poderosos. A veces basta un gesto sencillo. Tan sencillo como decidir hacerlo juntos.
El 21 de diciembre de 1844, en la localidad inglesa de Rochdale, 27 hombres y una mujer —trabajadores de la industria textil, golpeados por la dureza de la Revolución Industrial— tomaron una decisión que transformaría el mundo. Se unieron para crear algo nuevo: un modelo económico basado en la cooperación, la dignidad y la justicia. Así nació The Rochdale Society of Equitable Pioneers, la primera cooperativa moderna y el origen del cooperativismo contemporáneo.
Con apenas cinco productos básicos —harina, mantequilla, avena, azúcar y velas— no solo comenzaron a vender alimentos. Encendieron una idea. Una idea poderosa: que la economía podía organizarse poniendo a las personas en el centro. Que el trabajo podía ser digno. Que las decisiones podían tomarse en igualdad. Que el progreso podía compartirse.
Aquel pequeño local de Toad Lane fue mucho más que una tienda. Fue el primer latido de un movimiento que cruzaría fronteras, idiomas y generaciones. Los Pioneros no buscaban únicamente sobrevivir; querían demostrar que otra forma de hacer empresa era posible. Y lo lograron.
Su legado sigue vivo. Tanto, que la ONU ha proclamado 2025 como el Año Internacional de las Cooperativas bajo el lema “Las cooperativas construyen un mundo mejor”. Para algunos será solo un eslogan. Para quienes creemos en este modelo, es un reconocimiento largamente merecido: millones de personas en todo el planeta dependen hoy de empresas cooperativas, y su impacto ya no puede ignorarse.
Los principios que nacieron en Rochdale —democracia, equidad, solidaridad— continúan guiando al cooperativismo actual. Actualizados por la Alianza Cooperativa Internacional, siguen siendo la base de un modelo empresarial ético, resiliente y profundamente humano. Hoy existen más de tres millones de cooperativas en el mundo y más del 12 % de la población global forma parte de alguna de ellas. En Europa hay cerca de 160.000 y en España superamos las 25.000, en un ecosistema vivo, diverso y en constante evolución.
Industria, agroalimentación, energía, crédito, vivienda, educación, cuidados, comercio o servicios profesionales: el cooperativismo está presente en sectores clave y ha demostrado que innovación, sostenibilidad y desarrollo humano no solo son compatibles, sino inseparables. Cambian los tiempos, pero la esencia permanece: las personas primero, la comunidad como motor.
Navarra es un ejemplo claro de ello. Con más de 1.500 cooperativas y más de 30.000 personas implicadas, el cooperativismo es aquí sinónimo de progreso. El empleo cooperativo ha crecido más de un 25 % desde 2021. Un 35 % de las nuevas iniciativas están impulsadas por personas migrantes y cerca del 30 % nacen en zonas rurales, contribuyendo a la cohesión territorial y a la revitalización demográfica. Programas como Edukacoop, que formará a 5.000 jóvenes en valores cooperativos, aseguran que este legado tenga futuro.
Ser cooperativista es motivo de orgullo. Pero no de un orgullo vacío. Es un orgullo profundo, sereno, que nace de saber que cada decisión tomada entre iguales, cada esfuerzo compartido, forma parte de una historia colectiva que comenzó hace casi dos siglos. Una historia escrita por personas que creyeron en la fuerza del “nosotros”.
En un mundo que busca respuestas frente a la desigualdad, la incertidumbre y la fragmentación, el cooperativismo no es un recuerdo del pasado. Es una respuesta del presente y una esperanza para el futuro. No solo crea empresas: crea comunidad, seguridad y oportunidades. Da voz a quien no la tenía. Ofrece empleo digno. Demuestra que nadie sale adelante solo.
Ser cooperativista hoy es asumir un legado que ya cambió el mundo y la responsabilidad de seguir transformándolo. Porque la empresa del futuro no es una promesa lejana. Ya existe. Y es cooperativa.
El autor es presidente de ANEL y director de Recursos Humanos y Asuntos Jurídicos en Tafalla Iron Foundry, S. Coop.