Ser empresario no es un privilegio reservado a unos pocos ni una etiqueta que se hereda. Es, ante todo, una vocación que puede y debe cultivarse. No depende exclusivamente del capital o de un título, sino de una actitud ante la vida, del deseo de crear, de servir, de sostener, de arriesgar.

La empresarialidad implica asumir riesgos con responsabilidad, tener iniciativa y visión de futuro, actuar con ética y coherencia, y construir comunidad dentro y fuera de la empresa. No se trata solo de gestionar recursos o perseguir beneficios, sino de poner en juego la propia vida en favor de un propósito que trasciende lo individual: generar empleo, dignificar el trabajo, y contribuir al bien común.

Ser empresario es, en muchos sentidos, un acto de generosidad y de valentía. Porque no hay empresa que funcione si quien la impulsa no está dispuesto a cargar con su cruz. Esa cruz puede tener muchas formas: la incertidumbre, la soledad de las decisiones difíciles, la presión constante, el desgaste personal... Pero también es una cruz que se abraza con sentido, sabiendo que, gracias a ese esfuerzo, otras personas pueden tener un trabajo, un hogar, un proyecto de vida.

Lo verdaderamente importante no es alcanzar el éxito económico ni ocupar un lugar de poder. Lo esencial es la libertad de ser empresario: la libertad de abrir caminos donde no los hay, de apostar por personas antes que, por cifras, de sostener una visión, aunque cueste, de dar la cara cuando las cosas van mal. Es una libertad que nace del compromiso, no del capricho; una libertad que no se ejerce contra otros, sino para otros.

Ser empresario hoy, en un mundo tan inestable como interdependiente, requiere una profunda renovación ética. Necesitamos empresarios que no se conformen con mantener estructuras caducas, sino que sean capaces de imaginar nuevas formas de producir, de organizarse, de cuidar la casa común. Empresarios que escuchen, que compartan, que abran su empresa a la participación, que asuman que el trabajo no es solo un medio para vivir, sino una forma de realización personal y comunitaria.

Ser empresario es, al final, una forma concreta de amar: con obras, con coraje, con sentido de justicia. Y como toda forma de amor verdadero, exige entrega, humildad y constancia.

El autor es director gerente de Tesicnor