La verdad, por mala que sea, nunca es tan peligrosa como una mentira a largo plazo. Esta reflexión de Ben Bradlee, director de The Washington Post durante el caso Watergate, quedó como emblema de la redacción del periódico… y de un modelo de periodismo. Aquello fue tan importante porque dos periodistas de investigación lograron probar que Nixon tenía una red de corrupción y malversación de fondos que afectaba al FBI, al Departamento de Justicia, al FBI y a los jueces de la Corte Suprema, además de que el propio Nixon intentó encubrir los hechos.
Watergate fue el primer gran caso en el que los medios de comunicación tuvieron el acierto de enfocar la atención hacia la corrupción política del gobierno más poderoso del mundo. Y Robert Redford quiso poner en valor la defensa de la democracia haciendo cine ético en torno al protagonismo que tuvo aquél periodismo escrito. Ojalá que alguien se animase a hacer lo mismo ahora, da igual el lado del charco atlántico que prefiera elegir.
La historia no podía ser más actual para rodar una película, tan ligada a Robert Redford, muy guapo y buen actor, pero que nunca dejó en segundo plano su compromiso personal en un tiempo similar al que hoy tratan de imponernos. La película Todos los hombres del presidente se estrenó en Washington el 4 de abril de 1976. Fue un éxito de público y crítica ganando cuatro Óscar. Cuando solo habían pasado dos años de la dimisión de Richard Nixon, Redford comenzó a interesarse por este escándalo. La frase “Follow the money” (Sigue el dinero) se popularizó a partir de esta película hasta convertirse en el símbolo de la búsqueda incansable de la verdad.
De no ser por su empeño personal, el film nunca hubiera llegado a buen término. Su compromiso político con la democracia le animó a liderar esta apuesta que finalizó con la dimisión del presidente Nixon. Pero antes ya se había empeñado este actor en la publicación de un libro por los periodistas del The Washington Post sobre lo que basaría su proyecto cinematográfico. De hecho, Redford pronto compró los derechos para el cine y contrató a William Goldman para realizar el guión. Prueba del papel decisivo de Redford en la producción de la película fue su implicación personal en el casting. Por su parte, la Warner Bross accedió inmediatamente a financiar la película con la condición de que Redford la protagonizara. Él siempre creyó en la importancia del periodismo para las sociedades democráticas. Lo que no le salió tan bien fue la pretensión de usar su fama de actor para elevar el trabajo serio del periodismo de investigación; lo cierto es que se alimentó una tendencia de periodistas estrella. “Fui ingenuo”, dijo en 2005. Pero este hecho colateral no puede eclipsar su aportación a la causa Watergate y a la democracia.
Lejos del cine, Redford también se adentró pronto en lo que hoy llamaríamos “activismo democrático” con la publicación del libro, The outlaw trail (El sendero de los forajidos), en el que denunciaba la expansión imperialista de Estados Unidos en plena Guerra Fría; o buscando fondos para la comunidad india americana, la lucha por los derechos del colectivo LGTB y convertirse en un firme defensor medioambiental cuando la crisis climática apenas estaba sobre la mesa. Denunció también la demolición política que Donald Trump lleva a cabo con su “dictadura en democracia”. Resulta impactante que, tras siete presidentes que parecían haber aprendido la lección de Nixon, Trump quiera ignorar la conciencia y el respeto por el Estado de Derecho para utilizar el poder.
Cuando las noticias parecen “novedades sin cambio” (Gaye Tuchman), resulta destacable que un actor reconocido y millonario se enfangara para que la verdad saliera a la luz y la decencia democrática venciera a la corrupción de todo un presidente de Estados Unidos, hasta convertirse en un ejemplo social. Esto es lo que ocurrió en Watergate. Aquel caso demostró los imposibles que se pueden lograr a base de ideales y de tesón ético. Una lección actualísima para los tiempos que estamos viviendo.
Hoy, tras la muerte de Robert Redford, recordamos que la película recibió reconocimiento institucional con su ingreso en el National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de EE.UU. por su relevancia cultural e histórica. El libro que la precedió sigue siendo referente en los debates sobre periodismo y democracia. Redford quiso estar siempre en el compromiso ético. Hoy más que ayer, recordar Watergate desde Robert Redford es sensibilizarnos en la defensa de nuestro futuro democrático.