Cada septiembre, la celebración del Día Internacional de las Lenguas nos recuerda una verdad sencilla pero profunda: la lengua no es únicamente un instrumento de comunicación, es la memoria viva de los pueblos, el vehículo de su cultura y la llave de su identidad colectiva. Hoy, en un planeta marcado por la globalización y los flujos migratorios constantes, detenernos a reflexionar sobre el valor de las lenguas resulta más necesario que nunca.

La UNESCO advierte que casi la mitad de las lenguas del mundo se encuentran en riesgo de desaparición. Muchas de ellas son lenguas minoritarias, habladas por comunidades reducidas, que ven cómo la presión de las lenguas dominantes erosiona poco a poco su vitalidad. Perder una lengua significa perder una forma de mirar el mundo, un universo simbólico irreemplazable. En ese sentido, defender la diversidad lingüística es también defender la biodiversidad cultural de la humanidad.

En Navarra la coexistencia de más de una lengua oficial no se caracteriza por la simetría o equivalencia en los niveles de conocimiento y uso entre la población. A pesar de los avances alcanzados en las últimas décadas para normalizar el uso del euskera, la población no tiene todavía el mismo nivel de conocimiento de las lenguas oficiales y, por tanto, no hay igualdad de oportunidades de ejercer plenamente el derecho de uso social de ambas lenguas. Esta minorización lingüística afecta al euskera especialmente en determinados contextos territoriales y ámbitos sociales, poniendo en riesgo los derechos lingüísticos del conjunto de la ciudadanía que quiera utilizarla. Así, garantizar los derechos lingüísticos de los menores y adolescentes y asegurar un buen conocimiento de las dos lenguas oficiales es fundamental para evitar que estas dinámicas de minorización lingüística se perpetúen y conseguir una sociedad plurilingüe.

La escuela es un ámbito determinante para el conocimiento y el uso social de las lenguas entre los niños/as y adolescentes. A pesar de esto, cambiar el proceso de minorización del euskera no pasa únicamente por desplegar medidas en el ámbito escolar. Desde este punto de vista, hay que desarrollar políticas de acción afirmativa que promuevan el uso social del euskera en el mercado de trabajo, en las actividades de ocio, en el mundo digital y audiovisual o en otros ámbitos.

Los movimientos migratorios, por su parte, plantean un doble reto y una gran oportunidad. Quienes llegan a un nuevo territorio aportan sus lenguas, sus acentos y sus expresiones, enriqueciendo el paisaje lingüístico. A la vez, deben enfrentarse al desafío de integrarse en una comunidad con otra lengua propia, lo cual a veces genera tensiones entre la preservación de la lengua de origen y el aprendizaje de la lengua de acogida. La experiencia demuestra que cuando este proceso se aborda desde la apertura, el respeto y la educación, lejos de ser un conflicto, se convierte en un encuentro fecundo: más lenguas, más puentes, más posibilidades de entendimiento.

De acuerdo con el Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas, una sociedad plurilingüe se caracteriza por el conocimiento de diferentes lenguas por parte de las personas, que posteriormente pueden utilizarlas en sus relaciones sociales de forma integrada e integradora, en contraste con una sociedad multilingüe, que se caracteriza por la coexistencia de más de una lengua sin necesidad de interrelación o interacción lingüística.

El sociólogo Iñaki Iurrebaso, investigador en UEMA y doctor por la UPV/EHU, ofrece una imagen compleja y matizada del momento actual del euskera. Señala que no estamos ante un proceso claro de recuperación, pero tampoco en un retroceso evidente: “estamos, por decirlo de alguna manera, en punto muerto”. Al mismo tiempo, advierte que sin un nuevo impulso, esa aparente estabilidad podría dar paso nuevamente a un proceso de regresión, dado que la tendencia a su pérdida sigue latente. No obstante, pone en valor el especial apego emocional que la comunidad vasca mantiene hacia su lengua, así como el esfuerzo notable por transmitirla a las nuevas generaciones, aunque ese impulso muestra signos de debilitamiento. Además, recuerda la importancia de los llamados arnasguneak, que son aquellos espacios donde el euskera se usa como lengua vehicular habitual. Hoy, apenas el 4 % de la población vive en dichos espacios, y estos están debilitándose, lo que exige reforzarlos urgentemente si se quiere garantizar una verdadera vitalidad del idioma.

En este sentido, las Ikastolas no solo son escuelas; constituyen auténticos espacios de resistencia y creación, motores de un proceso de recuperación lingüística y cultural que ha permitido al euskera ganar nuevos hablantes, garantizar su transmisión intergeneracional y, sobre todo, dotar de orgullo a quienes lo hablan. En ellas, el aprendizaje no se reduce a dominar un código lingüístico, sino que se inserta en una visión integral de la persona: educar en valores, en identidad y en apertura al mundo.

Defender una lengua minoritaria no implica levantar muros, sino abrir ventanas. El alumnado que crece en una Ikastola aprende euskera, pero también castellano, inglés y otras lenguas; aprende que comunicarse en diversidad es un valor, que no hay contradicción entre cuidar lo propio y respetar lo ajeno. Precisamente esa pluralidad es la que permite acoger con mayor sensibilidad a quienes llegan de otros lugares, ofreciéndoles la posibilidad de integrarse en la comunidad a la vez que se respeta su lengua y cultura de origen.

El Día Internacional de las Lenguas nos invita a pensar que el futuro no puede construirse sobre el monolingüismo global, sino sobre la convivencia de lenguas y culturas. El euskera, al igual que tantas lenguas minoritarias del planeta, tiene derecho a existir y a crecer, no como reliquia del pasado, sino como herramienta de presente y de futuro. Y en ese camino, la labor de las Ikastolas es imprescindible: cuando una comunidad cree en su lengua y la convierte en parte central de su educación, ninguna política de homogeneización puede borrar su voz.

Las lenguas son puentes invisibles que nos permiten reconocernos y reconocernos en el otro. Celebrarlas es también un acto de resistencia frente a la uniformidad, un compromiso con la pluralidad y un gesto de esperanza en un mundo donde las diferencias, lejos de separarnos, nos enriquecen.

El autor es director de las Ikastolas de Navarra