La canción nos dice que fue “Al alba, al alba” cuando comenzó a sangrar el día. La ronda macabra de aquel 27 de septiembre de 1975 dio inicio a las 8 de la mañana. Angel Otaegi Etxeberría, militante de ETA, fue el primero en ser pasado por las armas, fusilado en la huerta del centro penitenciario de Burgos, donde pasó sus últimas horas. Media hora después, en Cerdanyola del Valles, su compañero Juan Paredes Manot Txiki hacía frente a las balas criminales que lo acribillaron cantando el Eusko gudariak. Los siguientes serían tres luchadores del FRAP, acabados todos ellos en Hoyo de Manzanares: Ramón García Sanz, a las 9.10; José Luis Sánchez Bravo, a las 9.30 y, finalmente, a las 10.05, cerrando aquella lista siniestra, Humberto Baena. Hacía décadas que Franco y su franquismo no se bañaban en tanta sangre.

Del ambiente que rodeó a aquellos crímenes, destaquemos el testimonio del párroco de Hoyo de Manzanares que presenció estas últimas ejecuciones: “Además de los policías y guardias civiles que participaron en los piquetes, había otros que llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos estaban borrachos. Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los fusilados, aún respiraba. Se acercó al teniente que mandaba el pelotón y le dio el tiro de gracia, sin darme tiempo a separarme del cuerpo caído. La sangre me salpicó”. Tanto allí como en los fusilamientos de Burgos y Cendanyola todos los fusiladores fueron voluntarios. Para ellos tomar parte en aquella sarracina fue todo un honor. Ninguno actuó por obediencia debida. Dispararon a conciencia y con ganas.

En Hoyo de Manzanares hubo tres pelotones de fusilamiento, uno para cada miembro del FRAP. Cada uno de ellos estaba formado por diez guardias civiles o policías, al mando de un sargento y un teniente. A sumar a éstos los que llegaron borrachos en autobuses a palmear a los leones del circo. Según la Real Academia Española, la segunda acepción del verbo jalear utilizado por el párroco para describir lo que allí ocurrió es “llamar a los perros a voces para animarlos a seguir la caza”. Así que la utilización de término fue bastante acertada. Los párrocos, desde el seminario, saben mucho de retórica y gramática. Manejan el verbo como pocos.

En resumen, sin contar a los alcohólicos palmeros, alrededor de 50 agentes beneméritos o policiales, dirigidos por varios suboficiales y oficiales, tomaron parte en Burgos, Cerdanyola y Hoyo del Manzanares en aquel patriótico servicio. Pero también fueron responsables de todo aquello los que previamente los detuvieron, torturaron a placer, juzgaron y condenaron en algo que llamaron juicios y no fueron sino burdos paripés. En resumen, en aquel aquelarre represivo hubo responsables de todo tipo y por docenas: policías de la BPS, militares, tricornios, ministros, togas y puñetas judiciales…

Digo lo anterior porque, como en todos los hechos que tienen que ver con la recuperación de la memoria histórica, no solo es importante hablar de las víctimas (Ángel Otaegi, Txiki, García Sanz, Sánchez Bravo, Humberto Baena), sino también de sus victimarios, y en este caso, como en muchos otros, sus nombres han quedado cubiertos por la Ley de Amnistía, la de Secretos Oficiales y una normativa memorialista que sigue estando anclada en pilares de impunidad para con los crímenes franquistas. Es por eso que todas estas invisibilidades necesitan ser desveladas: ¿quiénes fueron los miembros policiales y beneméritos que torturaron a los cinco del 27 de septiembre?, ¿qué militares conformaron los tribunales que los juzgaron en juicios sumarísimos?, ¿quiénes los policías y guardias civiles voluntarios que dispararon sobre ellos, así como sus jefes y mandos?, ¿cuáles los ministros que dieron su enterado a aquellos fusilamientos y negaron el indulto?

Saber lo anterior no solo es por la necesidad de conocer una historia sin tachones, vacíos ni agujeros negros, ni por hacer un mero ejercicio académico. No, saber lo anterior es algo totalmente necesario para comprender mejor el presente. Porque todos aquellos que torturaron y dispararon a los cinco asesinados el 27 de septiembre, y, más que ellos, quienes ordenaron y dirigieron aquellas detenciones, interrogatorios y ejecuciones, así como los jueces que firmaron sus sentencias, siguieron después, cada cual en su ámbito, ascendiendo en sus correspondientes escalafones, convirtiéndose en coroneles, generales, asesores ministeriales, Villarejos…

Así fue, por ejemplo, que en 1982, en plena democracia, antiguos miembros de la Brigada Político Social franquista (BPS), torturadores experimentados todos ellos, dirigieran nueve de las trece jefaturas superiores de Policía existentes en el Estado, creando escuela, aupando a correligionarios, tendiendo redes de complicidad, zancadilleanado investigaciones… Y de 1982 en adelante, de oca a oca y tiro porque me toca, porque ningún gobierno se ha atrevido a intentar atajar esta gangrena.

Solo así pueden entenderse los miles de casos de torturas habidos en Euskal Herria en los últimos 50 años, el nombramiento y permanencia en el Ministerio del Interior de personajes como Marlaska, los manifiestos suscritos por cientos de mandos, jefes, y generales haciendo bueno al genocida Franco, las esperpénticas y generalizadas actuaciones de la derechona togada y, finalmente, cual guinda del pastel, la elevación a los altares a un sátrapa de mil caras, alabador del golpe del 18 de julio de 1936 y la dictadura de Franco, cómplice activo en el golpe del 23-F y arramplador de cuantas comisiones ha tenido al alcance de su regia mano durante 50 años.

Recuerdo y memoria, sí, que toda es poca, para los asesinados del 27 de septiembre. Recuerdo y reconocimiento para con su lucha en favor de una sociedad libre, democrática y justa, pero necesidad también de escarbar en el presente para sacar a la luz la herencia institucional que han dejado sus fusiladores, sus palmeros, sus jefes y todos sus sucesores.