Hace algo más de dos décadas, un grupo internacional de científicos liderados por el sueco Johan Rockström, director del Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo comenzó a investigar qué riesgo corremos de quebrar el equilibrio natural y la capacidad de resiliencia de la Tierra. Sus reflexiones, dieron lugar a un importante estudio, publicado en 2009, en el que se definieron nueve límites o parámetros interconectados que son determinantes para mantener la estabilidad del planeta.

Además de identificar esos nueve procesos, los expertos definieron medidas cuantitativas muy específicas para cada uno de ellos, que delimitan una zona segura de acción y una de riesgo, que a su vez va creciendo en peligrosidad. Si no cruzamos esas fronteras trazadas, dicen, la humanidad va a poder seguir prosperando por generaciones. Pero en caso de pasar tan solo una de ellas, nos exponemos a generar cambios ambientales irreversibles en todo el sistema .

Una de las conclusiones más destacadas del estudio publicado por Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo es que todo está conectado. La Tierra es un sistema al que dan forma las interacciones entre los elementos químicos, la energía, la vida y, dentro de ella, nosotros. Así, es también necesario prestar atención a las interacciones entre los límites planetarios para entender cómo se influyen y retroalimentan entre sí.

Los nueve límites planetarios identificados por el Centro de Resiliencia de Estocolmo son el cambio climático, el agujero de ozono, la acidificación de los océanos, la contaminación de aerosoles y partículas en la atmósfera, la integridad de la biosfera (pérdida de biodiversidad), el uso de agua dulce, la deforestación y los cambios de uso del suelo, la introducción de nuevas entidades en el medio (contaminación química) y los flujos biogeoquímicos de nutrientes (ciclo del nitrógeno y el fósforo).

Desde 2024, el Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático utiliza el marco de límites planetarios para su Informe de Salud Planetaria, actualizado anualmente. En el correspondiente a 2025, que fue publicado el pasado 23 de septiembre, las noticias para los océanos, para la Tierra y para los seres humanos no son nada buenas. Se han traspasado siete de los nueve límites del sistema Tierra, uno más que el año pasado. El límite de la acidificación de los océanos ha sido evaluado por primera vez -hasta ahora se había descrito, pero nunca se había analizado su estado real-. Y las conclusiones obtenidas arrojan que esta frontera planetaria también ha sido sobrepasada y que las condiciones para la vida marina están lejos de lo que puede considerarse seguro.

La acidificación de los océanos tiene una estrecha relación con el cambio climático. Aproximadamente un 30% de todas las emisiones de dióxido de carbono generadas por las actividades humanas, como la quema de combustibles fósiles, son absorbidas por el océano. Como consecuencia, su composición química ha ido cambiando en las últimas décadas. De esta forma, el pH superficial del océano ha disminuido aproximadamente 0,1 unidades desde el comienzo de la época industrial, lo que equivale a un aumento de entre el 30 y el 40% en la acidez del agua en los últimos 150 años.

Al bajar el pH la adsorción de carbonatos por parte de algunos animales acuáticos (corales, moluscos, crustáceos,...), que es lo que utilizan para hacer sus conchas y caparazones, se complica, requiere más energía y baja poco a poco en su concentración, llegando a afectar a la viabilidad de algunas especies.

De un total de nueve límites, solo dos se mantienen en la zona segura: el agujero de ozono y la contaminación de aerosoles y partículas en la atmósfera. Los otros siete, todos ellos muestran signos de empeoramiento frente a la anterior edición del informe.

Los nueve límites planetarios son las fronteras seguras para el sistema de la Tierra, los procesos que sustentan la vida en general y el bienestar humano en particular. Desde que fueron definidos hace casi dos décadas, casi todas las investigaciones subrayan un deterioro acelerado y un riesgo creciente de que el sistema planetario sufra cambios irreversibles. Sin embargo, también hay buenas noticias que dejan la puerta abierta a corregir el rumbo, como la recuperación progresiva de la capa de ozono que protege la Tierra.

Además, en el caso de la acidificación de los océanos que acaba de sobrepasar la línea segura y continúa por un camino peligroso, implica que el agua está alcanzando su límite de absorción de CO2, y, de esta forma, dejamos de poseer ese colchón que teníamos para compensar las emisiones contaminantes. Parece que seguimos considerando los océanos como que son un cajón sin fondo. Llegará un momento en el que estarán saturados y ya no puedan disolver más CO2. Y con la evolución que llevamos este momento llegará más pronto que tarde. ¿Qué significa esto? Que perderemos uno de los cajones donde guardábamos la ropa sucia (el CO2) ya que no cabrá más, y entonces empezaremos a acumular más ropa sucia fuera y a mayor velocidad en la atmósfera. Y más CO2 acumulado en la atmósfera significa un nuevo acelerón al cambio climático.

¿Estamos a tiempo de revertir esta situación? Según Johan Rockström, autor principal del estudio, “estamos presenciando un deterioro generalizado de la salud de nuestro planeta. Pero esto no es inevitable. La disminución de la contaminación por aerosoles y la recuperación de la capa de ozono demuestran que es posible revertir el rumbo del desarrollo global. Aunque el diagnóstico sea desalentador, todavía tenemos la posibilidad de encontrar y aplicar una cura. El fracaso no es inevitable, el fracaso es una elección. Una elección que debe y puede evitarse”.

*El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente