Hace apenas unos días ha vuelto a celebrarse en Pamplona, como los últimos años, la Feria de la Edición, ese encuentro literario organizado cada otoño por varias editoriales navarras que va consolidándose poco a poco y que supone un complemento oportuno a otras citas anuales de la misma índole. Dado que el 23 de abril, Día del Libro, y la Feria de primavera son en gran medida eventos de las librerías, fechas en las que éstas salen a la calle y ofrecen sobre todo obras de reciente publicación, esas novedades que mucha gente compra en las tiendas y espera encontrar en los stands al aire libre, resulta interesante esta segunda ocasión, este puñado de días en que los sellos editoriales locales pueden dar a conocer su catálogo, sacar su fondo de armario para contrarrestar de alguna forma la vida efímera de la mayoría de títulos, impuesta por el ritmo del mercado.

Después de haberse instalado otras veces en la plaza del Castillo y en el paseo de Sarasate, este año la feria ha ocupado el Bosquecillo, esa recta peatonal arbolada que discurre junto al parque de la Taconera y que toman muchos habitantes de la ciudad para ir del casco viejo al barrio de San Juan o a otros aún más alejados del centro, o sencillamente que escogen como un entorno agradable para caminar. Más allá de si ha sido decisión municipal o una elección de los editores aceptada por el ayuntamiento, la verdad es que el sitio ha resultado un acierto. Parece que, tras probar otros emplazamientos de Pamplona y montar allí su tinglado, los editores han hallado por fin su espacio natural, un punto transitado pero tranquilo, frecuentado pero apacible, un rincón que ahora, en los albores del otoño, se empapa de ese aire melancólico asociado a la estación, de esa luz estimulante tan amiga de la literatura, tan propicia a lo literario.

No es fácil dar con el momento ni con el lugar. En el ámbito de los libros, es difícil saber cuándo y dónde conviene salir al encuentro de los lectores, prepararles una emboscada urbana y pacífica en la que se vean felizmente atrapados, de la que sólo puedan escapar habiendo adquirido antes, o por lo menos consultado, unos cuantos títulos. Lo que está claro es que, si ciertos productos como la fruta y la verdura, las plantas y las flores, tienden a buscar los espacios abiertos, resplandecen de otra manera bajo el cielo, en aceras y alamedas, los libros piden algo parecido. Los libros son como niños cansados de estar sentados en un aula, miran con ansiedad desde los estantes hacia afuera, desde los anaqueles hacia el exterior, anhelan ser colocados sobre un expositor a la luz del día. Los libros son como cachorros que imploran a su dueño que los saque a pasear, son muy felices cuando el sol ilumina sus portadas y el viento acaricia sus páginas.

Al margen del tipo de volumen, de esa diferencia entre lo nuevo y lo menos nuevo de la que los visitantes a la feria no tienen por qué ser conscientes, es acertada la inclusión en el programa de octubre de una serie de actividades abiertas al público a través de las cuales éste pueda apreciar quién es el responsable del evento, qué gremio ha puesto en marcha la propuesta. En ese sentido, Editargi, la asociación de editores navarros, ha hecho un esfuerzo meritorio por ofrecer algo más que charlas y presentaciones, ha organizado talleres para escolares relacionados con la fabricación de libros. Durante varios días, ha podido verse a grupos de chavales alrededor de una mesa componiendo pequeños cuadernos con textos y dibujos, con palabras e ilustraciones. De ese modo, en ese enclave idóneo por su proximidad a los cedros del parque, por su cercanía a la madera de la que se extrae el papel, se les enseña la vertiente artesanal del oficio de editor, tan importante como la literaria, y se les da la oportunidad de hacer algo práctico, algo real, de trascender su condición pasiva de espectadores y sentirse mucho más implicados en el proceso creativo que termina en la publicación de un libro.

Sí, el mundo literario es un bosquecillo donde caben árboles de distintas especies, una comunidad diversa formada por lectores, autores, traductores, libreros, editores, bibliotecarios, profesores, agentes, gestores y distribuidores. Ahora que sabemos que el libro tradicional no va a desaparecer a corto plazo, que coexiste sin conflicto con otros soportes, es también muy saludable la convivencia entre todos los colectivos que trabajan con este objeto, es bueno que cada uno tenga la posibilidad, en tiempo y espacio, de aportar su valor añadido, su especificidad, en los confines de un ámbito compartido cuya meta común debe seguir siendo el fomento de la lectura, la transmisión del amor por los libros y por todo ese universo de ideas, valores y emociones que se abre ante nosotros afortunadamente cada vez que elegimos un tomo y nos ponemos a leer.

El autor es escritor