En 2024 más de cien mil mujeres de entre 19 y 40 años abortaron en España. Casi la mitad de ellas, un 49 por ciento, no habían utilizado ningún método anticonceptivo. Esta es la realidad recogida en datos por el Ministerio de Sanidad. Esta situación es muy preocupante porque el aborto no constituye un método anticonceptivo más, sino que resulta ser la última posibilidad que existe cuando las medidas anticonceptivas han fracasado. Sin embargo, los datos expuestos más arriba contradicen esta explicación. Más bien, parece lo contrario. Es decir, si aproximadamente unas cincuenta mil mujeres tuvieron relaciones sexuales sin utilizar métodos anticonceptivos, algo está fallando. Al acercarme a las cifras por comunidades autónomas, he visto alguna diferencia que conviene analizar. Me llama la atención un primer dato. Y es que en aquéllas en las que gobierna el Partido Popular, la tasa de abortos por cada mil mujeres en edad fértil es mayor. Así, por ejemplo, en varias de estas comunidades autónomas no resulta fácil saber si existen recursos específicos dentro de la red sanitaria pública que desarrollen programas de educación sexual. Tampoco queda establecido de forma clara qué cauces existen para acceder a distintos tipos de métodos anticonceptivos.

Haciendo un poco de historia reciente, veremos que lo que durante décadas supuso un logro que nos permitió disponer de cuanta información y asesoramiento nos eran necesarios con el objetivo de establecer relaciones sexuales satisfactorias; evitar en la medida de lo posible los embarazos no deseados; además de conocer mejor nuestro cuerpo y atender a una salud óptima, todo esto se ha dejado morir lentamente. Es posible que la razón de su progresivo desvanecimiento se deba al hecho de dar por sentado que ya no eran necesarios. Pero no es así, y a los datos me remito.

Un segundo punto para reflexionar tiene que ver con el cambio de mentalidades, o mejor, con ideas falsas o tergiversadas que nos hacen creer y vivir de acuerdo con la ilusión de ser invulnerables. Ciegos a las realidades más evidentes y poco conscientes de nuestras limitaciones, siendo marionetas movidas por pensamientos influenciados por las corrientes socioculturales del tiempo en que vivimos. Las personas jóvenes están soportando una enorme presión social encaminada a satisfacer demandas de carácter personal como la independencia y el empoderamiento frente a los modelos tradicionales. En este sentido, ha tomado cuerpo la falsa idea de un empoderamiento transgresor que se concreta en creer que deciden con libertad lo que, en realidad, no es otra cosa que un sometimiento al modelo hegemónico de masculinidad que el patriarcado sigue ostentando. La prueba es que la libertad de las mujeres, hoy por hoy, se limita a consentir la disponibilidad de su cuerpo bajo “el mito de la libre elección” que la profesora Ana de Miguel analiza en su libro Neoliberalismo sexual. Consentir no es desear.

A todo lo anterior hemos de añadir la influencia que la difusión de contenidos pornográficos a los que se tiene acceso desde muy temprana edad está haciendo que el sexo se vea y se practique como si de una escena virtual se tratara. Y, por tanto, generar en nuestras mentes fantasías desconectadas totalmente de la realidad. Si lo que queremos es que el número de interrupciones voluntarias de embarazos no deseados sea menor, es preciso que continuemos proporcionando asesoramiento y atención a la salud de las mujeres. Sobre todo, de las más jóvenes. Deben tener a su disposición los mismos recursos sanitarios de educación sexual y reproductiva que tuvimos las personas de mi generación. Se debe poder informar y aconsejar de forma veraz y respetuosa a cuantas chicas y chicos lo precisen. Y, en mi opinión, es imprescindible que la red de centros y servicios de atención a la salud sexual y reproductiva siga funcionando con la garantía que ofrece un servicio público de calidad. Hemos de evitar que mujeres, sobre todo, jóvenes carezcan del cuidado que precisan. Y esto supone no exponer sus cuerpos a intervenciones obstétricas que pueden evitarse con un buen asesoramiento en métodos anticonceptivos femeninos y masculinos. En este sentido, me parece un despropósito inventar un falso síndrome post aborto para disuadir a quienes van a abortar. Y ya sabemos que la comunidad científica se ha pronunciado con absoluta claridad. Se trata de un falso síndrome, falso por inexistente. Da la impresión de que se está utilizando para inocular miedo, angustia y culpa a quienes han de someterse a un aborto. Por el contrario, he de decir que nunca he atendido en consulta a una mujer afectada por ninguno de esos trastornos que se hayan producido por un aborto. Recurrir a la ciencia, desvirtuándola, para lograr siniestros fines es inadmisible.

La autora es psicóloga clínica