Síguenos en redes sociales:

Comunitaria figuración

Comunitaria figuraciónCedida

Tras dar razón a Berque en su afirmación de que “a la ontología le falta una geografía, y a la geografía una ontología”, el filósofo Renaud Barbaras acomete el desafío del cómo sentar las bases para ello. Y lo hace a partir de la siguiente e intrigante interrogación: “¿Cómo es que el suelo, separado de sí por el sitio, da lugar a su propia fenomenología, esto es, al surgimiento del lugar?”. El ser del suelo que da lugar al sitio en algo así como la experiencia del lugar siempre es una cuestión relacional. Y como tal, sujeto a la variabilidad temporaria; una cuestión también histórica transmitida por el apercibimiento que nos sugiere la contemplación propiamente paisajística.

En su momento escribí un breve e inédito artículo sobre esta dinámica circunscrita al ámbito territorial local de mis experiencias personales, sociales y políticas, titulándolo algo así como Un lugar en el tiempo escindido. Manejaba en aquél, en todo momento, el concepto de lugar como aglutinante de ese mundo de experiencias individuales y comunitarias, sin ser todavía consciente de su significación, así como de las implicaciones que conllevaran, sirviéndome, en parte, de la publicación de Daniela Colafranceschi, Landscape+100 palabras para habitarlo, que respecto del Paisaje era tratado por Bernard Lassus (recogiendo asimismo los de Augustin Berque y Joaquín Español para los conceptos de cosmofanía y lugar).

Y una de las cuestiones que más me intrigara fue tal vez el hecho de que en el caso del paisaje estuviera definido precisamente más por lo que no era que por aquello que debiera haber sido: “El paisaje, recogía Lassus, es siempre lo que está más lejos, lo que queda fuera de nuestras exploración, el horizonte siempre relegado, renovado... lo inalcanzable. Y si alguna vez podemos acercarnos, en el mismo momento en que llegamos a él, el paisaje se convierte en lugar, como por el toque de una varita mágica: el lugar en el que me encuentro”. El paisaje, de esta manera, entiendo, puede llegar a ser la holística e imaginaria, en ocasiones idealizada y romántica, visión que uno pueda llegar a tener de un lugar concreto. Es como si condensara la contemplativa universal lejanía localizándose en un sitio fruto de la natural y humana acción.

Cuestión en cierta forma corroborada por la afirmación de Joaquim Español de que: “Un lugar es un sitio con vestigios humanos... (y) también paraje de la imaginación (…). En cualquier caso los lugares están impregnados por la presencia de personas y de sus cosas, porque son o han sido habitados por ellas. Por eso a una aldea o población se la llama un lugar (…). Los lugares tienen así memoria porque hospedan partes del alma prestada de los hombres, y por eso susurran, aunque de manera confusa”. Si no fuera porque también tiene cuerpo, “una cierta morfología física” diríase, por tanto, que la del paisaje es siempre una representación netamente mental que homogeniza dándonos un grado de identidad.

Con el paso del tiempo, poco a poco las ideas allí vertidas han ido tomando cada vez más cuerpo. Y decir esto es confirmar su diacronía y actualidad, puesto que en modo alguno el paisaje de nuestra niñez habrá de corresponderse con el actual ni aún menos con el venidero cuya realidad siempre y en todo lugar defraudará las expectativas ideadas en torno a bondades y bellezas fuera de esa musealización de la naturaleza conocida bajo la genérica denominación de “reserva paisajística” presente, entre otros sitios, en la ordenación urbanística con que contamos. Y en este último sentido, habremos de reconocer, humildemente, no saber estar en política a la altura de los nuevos y globales desafíos a encarar, siquiera localmente, de manera urgente y necesaria.

El paisaje consiste en ser antes que nada una construcción imaginaria. Berque nos remite, como concepto, a dos momentos de la considerada Historia como fueran el chino del siglo IV, en el que “aparece el predicado shanshui”, y el renacentista europeo con el de “paisaje”. Este autor nos habla también de sujetos y predicados, donde la Tierra es el sujeto y el mundo es predicado. Lo explica argumentando del primero ser “el substrato del que se predica” mientras el segundo “los términos en los que se aprehende”. Y nos dice, por añadidura, el que sea a lo largo del devenir que cada cultura lo lleve, o no, a buen puerto:

“El predicado general que es el mundo se multiplica en una serie de predicados particulares, que aparecen (pero también pueden desaparecer) en una coyuntura histórica”.

Esta comunitaria figuración está constituida, en el mencionado autor, por una relación de sociedad y entorno singularizada por sentido, pensamiento, palabra y acción “de la superficie terrestre (su suelo) en tanto que algo” (sitio y lugar).

Pinceladas de este paisaje / shanshui imaginario fueron las que en su día diera para nuestro país un autor del que no he conseguido biografía alguna en ninguna parte, Fernando Erro Lascurain, publicando, en los años 1976 y 1977, con el sello editorial Auñamendi una Introducción a la problemática vasca. Los vascos, su cultura y su civilización. Lo hace de manera autorrefererencial y comunitaria, sin perder de vista desde sus inicios que este fenómeno forma parte de otros tantos que en el mundo vienen dándose. Un curioso ejercicio intelectual en donde, ya de partida, se señala que “el tema de nuestro estudio es el problema vasco, pero entendido como uno de los muchos similares que existen en el mundo” y que tras su denuncia comienza intentado poner un poco de orden en el caos, “pues muchos estudiamos el hecho vasco por amor a Euskalerria y también por amor a la Humanidad, de la que participa como cualquier otro pueblo”. Es decir, en un acto de conciliación de mundo y tierra muy diferente, y alejado, del teorizado por el afamado jurista Schmitt.

El autor es escritor